Don Giussani (©Fraternità CL)

«Fidelidad a la obra de Otro»

La pasión ecuménica de don Giussani en un texto del padre Enrico Maria Sironi, teólogo barnabita (publicado en el "Eco dei Barnabiti")
Enrico Maria Sironi

Cuando uno oye hablar de don Luigi Giussani, normalmente tiende a pensar solo en el movimiento de Comunión y Liberación (CL) que fundó en 1969, justo después del famoso y agitado 1968, aunque, como dijo en 2004, «nunca pretendí fundar nada», sino que más bien vio nacer de Gioventù Studentesca en Milán, ya en 1954, como inspiración, una propuesta de educación en la fe cristiana mientras daba clases de religión en el liceo clásico Berchet, olvidando a veces la pasión fundamental que le animó desde muy joven, por Jesucristo y por la unidad de su Iglesia.

El 30 de agosto de 1976, después de acabar la XIV sesión estival de formación ecuménica en el Centro Cultural de la Universidad Católica, organizada por el Secretariado de Actividades Ecuménicas (SAE) que desde 1965 promovió su valiente fundadora, Maria Vingiani (1921-2020), pude conocer personalmente a don Giussani tras escuchar con vivo interés una vibrante conferencia que dio en un abarrotado congreso de jóvenes animadores de grupos de CL. Pude charlar fraternalmente con él en una pequeña sala del Centro sobre ciertos aspectos ecuménicos de su intervención y constatar su pasión por la unidad de los cristianos. Después pude recorrer con asombro sus etapas formativas.

Coincidiendo con los cien años de su nacimiento y los cuarenta del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación (1982), aprovecho la ocasión para referirme brevemente, y sin ninguna pretensión de exhaustividad, a la atención que don Giussani prestó siempre a la causa ecuménica tanto en su acepción particular como general, también por aclarar un cierto equívoco superficial al respecto y reconocerlo como un valiente pionero católico en este ámbito nada fácil pero lleno de sorpresas y de verdadera alegría, antes incluso de los primeros pasos históricos de Juan XXIII, Pablo VI y los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente la Lumen Gentium y Unitatis redintegratio (1964). Estas modestas notas nacen de la curiosidad por conocer y profundizar en la pasión ecuménica que animó a don Giussani durante toda su vida.

En el seminario de Venegono
A los 11 años entró en el seminario diocesano menor de San Pedro mártir de Seveso, en 1933. A los 15 años, en 1937, llegó al seminario mayor de Venegono para sus estudios del liceo y después de teología. En su primer año de liceo clásico, fascinado por la “sublimidad” del sentimiento de la poesía de Leopardi, como testimonio del deseo de absoluto, escuchando una lección impartida por el profesor Gaetano Corti sobre el prólogo del Evangelio de Juan, el joven Giussani quedó impactado por su explicación, que le remitía en cierto sentido a su poeta preferido: «El Verbo de Dios, o sea, aquello en lo que todo consiste, se hizo carne. Por tanto, la belleza se hizo carne, la bondad se hizo carne, la justicia se hizo carne, la vida, la verdad se hizo carne: el ser no está en un mundo de las ideas platónico, sino que se hizo carne, es uno de nosotros». En 1993 escribe: «Lo divino se encarna verdaderamente, usa verdaderamente lo humano como instrumento suyo, no le resultan vanos e inútiles sus factores contingentes sino que los usa también como instrumentos de salvación, o sea, como instrumentos para reproponer la verdadera relación entre el hombre y su destino». Llegará a afirmar que «la persona está totalmente más allá de lo que vemos en ella. Por eso yo puedo –y debo– amar también al que me mata, porque su valor personal está más allá de su maldad… El que yerra es siempre y ante todo un ser humano y conserva siempre su dignidad de persona». También es conocida la atención que Giussani siempre prestó al mundo del arte, sobre todo a la música como anuncio de la Belleza que salva al hombre.

Con una lección inolvidable: «Para mí todo sucedió como la sorpresa de un “bello día”… Yo era un joven seminarista… Mi vida se vio literalmente aferrada por aquello: ya fuera como memoria que golpeaba persistentemente mi pensamiento, ya fuera como estímulo para valorar de nuevo la banalidad cotidiana. Desde entonces, el instante dejó de ser banal para mí. Todo lo que existía y, por tanto, todo lo que era bello, verdadero, atrayente, fascinante, aunque fuera como posibilidad, encontraba en aquel mensaje su razón de ser, como certeza de una presencia que encerraba la esperanza de abrazarlo todo». Giussani halló siempre en la centralidad del Verbo de Dios encarnado la verdadera belleza y la grandeza de la fe cristiana admitiendo que «sucedió algo que cambió radicalmente mi vida». Captó así el ecumenismo católico, universal, abierto a todo y a todos, hasta el último detalle.

Con 16 años
La pasión ecuménica de Giussani nació en Venegono y ya no le abandonará el resto de su vida, con una atención creciente. En el seminario, primero como seminarista y luego como docente (1949-1954), recibía revistas ecuménicas, leía con interés y señalaba los artículos de la revista del Consejo Ecuménico de las Iglesias, The Ecumenical Review, tomaba apuntes en inglés y estudiaba ruso con Enrico Galbiati para poder acudir directamente a las fuentes rusas en sus estudios de teología oriental. En 1945 será ordenado sacerdote por el cardenal Ildefonso Schuster en el Duomo de Milán.

Su primer artículo científico sobre la cuestión ecuménica se remonta a 1951, «Actitudes protestantes y ortodoxas ante el dogma de la Asunción». Le seguirán otros sobre protestantesimo y ortodoxia publicados en las revistas oficiales de la diócesis de Milán, todos ellos fruto del interés que le suscitaban los problemas ecuménicos de su tiempo, como por ejemplo «La Eucaristía en Oriente» (1953), «El problema de la "Intercomunión” en el protestantesimo actual» (1954), «La Eucaristía en la Iglesia Anglicana» (1953), «De Ámsterdam a Evanston. Crónica Ecuménica» (1954), «María en el Oriente cristiano» (1954). Define su «sueño de juventud» como el restablecimiento de la unidad entre la Iglesia católica y la ortodoxa, que promovió durante toda su vida, tan atraído como estaba, desde sus años de liceo, por los personajes y textos de Soloviev o Chomjakov, así como la obra de teólogos como K. Adam, R. Guardini, H. de Lubac, J.A. Möhler… y sobre todo J. H. Newman, a los que leía con vivo interés. A propósito de la teología protestante dirá: «A los dieciséis años empecé a pensar por mi cuenta en el seminario, en la posibilidad misma, en la novedad de una posible unidad. Por eso estudié teología ortodoxa, y por eso estudié la teología protestante americana».

Pasión por Jesús
En tercero de teología, Giussani, a los 21 años, antes de su ordenación diaconal, fue invitado el 28 de mayo de 1944 a dar la homilía de Pentecostés en la basílica del seminario de Venegono, donde mostró claramente su pasión ecuménica, antes aún de la fundación del CEC en Ámsterdam en 1948, tocando temas centrales sobre los que volverá más adelante y que ya consideraba apremiantes, urgentes y comprometidos. Veamos algunos pasajes que merecen atención: «La unidad es una nota esencial de toda vida. La tendencia disgregadora que sentimos en nosotros y en las cosas es el recuerdo sintomático de la nada de la que fuimos sacados. El instinto que nos lleva a reaccionar a esta disgregación es la experiencia sensible de la fuerza conservadora de Dios que nos dio la vida… Por eso la unidad incluso exterior de la Iglesia es la pasión de Jesús: “ut fiet unum” hasta la paradoja “sicut Tu Pater in me et ego in Te”… Es el Espíritu de Jesús el que nos insta a sufrir porque el nombre del Verbo encarnado está roto entre muchas confesiones distintas. Es Él quien no nos deja en paz y nos hace rezar, mortificarnos, trabajar, para que la pasión de nuestro divino amigo se vea satisfecha… La unidad de la Iglesia no es una unidad estática, sino que tiende a una inefable unidad final. Nosotros somos gente en trémula espera, deseamos verlo, deseamos poseerlo… Pero en nosotros hay una persona, el Espíritu de Jesús, que nos da esta orientación hacia Él… que fermenta nuestra alma y la mantiene elevada con el ansia de alentar la aspiración secreta, la satisfacción de abrazarle a Él tal cual es».

Fidelidad a la voluntad de Cristo sobre todas las cosas
Giussani es consciente de que «el cristianismo no se realiza jamás en la historia como un conjunto fijo de posiciones que defender, que se relacionan con lo nuevo como pura antítesis; el cristianismo es principio de redención, que asume lo nuevo, salvándolo», y se pregunta si existe «un punto de vista tan alto y tan fuerte en el que los contrastes puedan ser trascendidos y su influencia disgregadora neutralizada». Para él, este punto de vista superior reside en la «fidelidad a la voluntad de Cristo sobre cualquier cosa. Las Iglesias no logran aclarar todavía cómo pueda realizarse esta unidad querida por Él… Y bien, en muchos hermanos separados este amor por la voluntad de Cristo es manifiesto».

La unidad en Cristo
El 23 de junio de 1954 defiende su tesis del doctorado en teología sobre «El sentido cristiano del hombre según Reinhold Niebuhr», teólogo protestante estadounidense (1892-1971), obteniendo la máxima nota. El arzobispo de Milán Giovanni Colombo le enviará a estudiar un trimestre a Texas, donde podrá profundizar su investigación teológica y en 1968 publicará un estudio único en su género, en el libro «Teología protestante americana», «lleno de respeto y admiración» por la «profundidad religiosa de la que nace el protestantismo y a la que puede llegar», gracias a grandes pensadores y hombres de fe como Jonathan Edwards (1745-1801), R. Niebuhr y Paul Tillich (1886-1965). La particular apertura ecuménica de Giussani, decidida y valiente, confirma su viva pasión por la unidad de la Iglesia en Cristo. Dirá que «la unidad con Cristo coincide con la unidad entre los cristianos… La relación de unidad que hay entre Cristo y yo, entre Cristo y tú, es la misma relación de unidad que hay entre tú y yo. No hay error alguno que pueda representar una objeción y hacer que nos resistamos a esta unidad».

En 1960 su postura se verá confirmada y motivada con expresiones que todavía sorprenden por su franqueza y por la intensidad de su pasión retomando varios pasajes de su homilía de Pentecostés en 1944: «La unidad incluso exterior de la Iglesia es la pasión de Jesús: “Ut sint unum”. ¿Quién de nosotros no siente que su alma se estremece ante su grito sublime: “ut sint consummati in unum”? Y es debido a que entre los que se dicen cristianos hay separaciones terribles, que la acción de la Iglesia verdadera pierde inexorablemente influencia en el mundo. Entre los muchos que gritan: “Cristo es mío”, luchando ente sí, el extraño verá justificado su desinterés por Cristo. ¿Vamos a soportar sin hacer nada que el nombre del Verbo encarnado se maltrate de esa manera? Ante uno de los que dicen: “¡Señor Jesús!”, ante uno que reza: “Venga a nosotros tu Reino”, ante uno que afirma: “Yo soy de Cristo”; el Espíritu Santo nos obliga a decir inmediatamente: “Pero hermano, ¡tú eres igual que yo!”. Por tanto, es el Espíritu de Jesús el que nos insta a sufrir… Es Él quien no nos deja en paz y nos hace rezar, mortificarnos, trabajar, para que la pasión de nuestro divino amigo se vea satisfecha. Creo que interesarnos por el problema de la unidad de las Iglesias nos educaría, a nosotros y a nuestro pueblo, en una intensa interioridad y caridad, en una admirada comprensión del único Espíritu de Jesús en nosotros, en una devoción ardiente por la Iglesia nuestra Madre, experiencia sensible del único Verbo de Dios, encarnado y presente entre nosotros».
Llama la atención el afecto constante de la mirada de don Giussani, siempre orientada hacia el Verbo encarnado con auténtica pasión ecuménica. Unidad es volver al centro, a Cristo, «centro de todo, que abre a todo de par en par».

El sentido del verdadero ecumenismo
Para Giussani, el ecumenismo es «un movimiento humilde de los que tienden sus manos para recibir de Dios un conocimiento completo de su verdad y una manifestación más plena de su Iglesia». Y añade: «Implica que lo decisivo es el amor a Dios revelado en Cristo… Con la palabra ecumenismo se quiere indicar que la mirada cristiana vibra por un impulso que le permite exaltar todo el bien que hay en todo aquello con lo que se encuentra, en la medida en que le hace reconocer que forma parte de ese designio cuya realización será completa en la eternidad y que nos ha sido revelado con Cristo.

El ecumenismo parte del acontecimiento de Cristo, que es el advenimiento de la verdad de todo lo que existe, de todo el tiempo y el espacio, de la historia. Es el acontecer de la verdad en el mundo… El ecumenismo no es, entonces, una tolerancia genérica que deja al otro todavía como un extraño, sino que es un amor a la verdad que está presente, aunque fuera un solo fragmento, en quienquiera que sea… Si hay una milésima de verdad en algo, la afirmo», porque «Cristo nos vuelve capaces de amar cada brizna de verdad que haya en cualquiera, con una actitud positiva y crítica que el mundo desconoce». Llegará a decir: «Hasta un fragmento canta». Giussani afirma insistentemente que «el cristianismo es un acontecimiento. No existe otra palabra para indicar su naturaleza: ni la palabra ley, ni las palabras ideología, concepción o proyecto… no es una doctrina religiosa, una lista de leyes morales, un conjunto de ritos. El cristianismo es un hecho, un acontecimiento: todo el resto es consecuencia».

Querer a Cristo
Cristo es el acontecimiento, el hecho, el contenido y también el sentido de su pasión y compromiso con el restablecimiento de la unidad plenamente visible. Es Cristo quien quiere la unidad de sus discípulos. En consecuencia, es cristiano quien ama a Cristo y obedece la enseñanza de Cristo, quien desea y quiere lo mismo que quiere Cristo porque revela el proyecto del Padre para la unidad de la humanidad y de la Iglesia en el amor y la verdad. Amar, sufrir, rezar por la unidad es propio de los amigos de Cristo. «Querer a Cristo», «buscar solo el honor puro de Cristo», «querer amar a Cristo», edificar «nosotros y los demás a Cristo», tal como indicaba nuestro fundador Antonio M. Zaccaria, y don Giussani lo habría suscrito totalmente, también se corresponde con querer amar la unidad, que consiste en «no ver en vosotros vuestra voluntad, sino la de Cristo», secundando así la vocación ecuménica. «La palabra ‘acontecimiento’ –apunta don Giussani– es, pues, decisiva. Porque indica el método que Dios ha elegido y utilizado para salvar al hombre… El modo con el que Dios ha entrado en relación con nosotros para salvarnos es un acontecimiento, no un pensamiento o un sentimiento religioso. Es un hecho». Es Cristo. La referencia a Cristo es constante en cada pensamiento, enseñanza e iniciativa de Giussani, con una finalidad muy concreta: «hacer partícipes a todos aquellos que conocemos de la fortuna de conocer y amar a Cristo» y su Iglesia. Es tan vibrante el ardor con que Giussani habla de Cristo que podría pensarse que lo veía realmente. Personalmente soy propenso a creer que Cristo se le manifestó verdaderamente (cf. Jn 14,21), de tanto que lo amaba y deseaba encontrarlo en un seguimiento fiel.

Todo es eco de Cristo
Con la expresión ecumenismo, señala que también «se quiere indicar que la mirada cristiana vibra por un impulso que le permite exaltar todo el bien que hay en todo aquello con lo que se encuentra, en la medida en que le hace reconocer que forma parte de ese designio cuya realización será completa en la eternidad y que nos ha sido revelado con Cristo». En estas expresiones se puede percibir la confirmación del pensamiento de Justino (s. II) y Orígenes (s. III) relativo a las semillas del Verbo de Dios como verdades cristianas diseminadas por las diversas culturas de la gente, sobre todo en la famosa afirmación del Ambrosiaster (s. IV): «Nadie puede decir la verdad sino por el Espíritu Santo» (cf. 1Cor 12,3). Siempre a propósito de esto, Giussani insiste en señalar que «lo que crea la cultura nueva y da origen a la verdadera crítica es el acontecimiento de Cristo. La valoración del poco o mucho bien que hay en todas las cosas compromete a crear una nueva civilización, a amar una construcción nueva: así es como nace una cultura nueva, que es nexo entre todas las briznas de bien que se encuentran, tendiendo a hacer que valgan y que se pongan en práctica. Se subraya lo positivo aun dentro de sus límites, y se abandona todo lo demás a la misericordia del Padre». A finales de los años 90 dirá: «Cada vez que el cristiano conoce una nueva realidad la aborda positivamente, porque en ella hay siempre algún reflejo de Cristo, algún reflejo de verdad». Sí, necesitamos unos de otros para captar por todas partes la belleza de la fe vivida con franqueza en la realidad cotidiana.

Giussani tenía una mirada católica y ecuménica, universal, de la realidad humana y cristiana, que le hacía valorar cada brizna de verdad en favor del restablecimiento de la unidad cristiana en una diversidad reconciliada que ayuda a «distinguir para unir y unir para distinguir», pues todo puede contribuir a la utilidad común y servir para la construcción del único Cuerpo del Señor, la Iglesia, mediante la comunión, sin intento alguno de masificación, nivelación o absorción. Le gustaba afirmar que «el ecumenismo católico está abierto hacia todos y hacia todo, hasta los últimos matices» y justo por eso, aparte de sus contactos con cristianos ortodoxos, protestantes y anglicanos, también favoreció posibilidades imprevistas de encuentro con representantes del mundo judío, musulmán y budista, «en un impulso por abrazar y valorar todo lo bello, bueno y justo que hay en cualquiera que viva una pertenencia», promoviendo así una visión no solo micro-ecuménica o interconfesional, sino también macro-ecuménica o interreligiosa.

Unidad visible y sensible
«La presencia del Hecho cristiano está en la unidad de los creyentes. Este es el fenómeno que mejor lo demuestra: este es el milagro, el signo. Eso que es humanamente imposible, la abolición de la extrañeza y el nacimiento de una nueva consanguinidad que no proviene de la carne pero que implica también la carne, este milagro Jesús lo definió como la evidencia de su divinidad: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Este es, por consiguiente, el método propio de aquel Hecho para convertir al mundo: que esta unidad se haga visible en todas partes. Sin esto no se sostendría una religiosidad cristiana».

Por tanto, no es correcto afirmar, como dicen los protestantes, que en la relación ecuménica entre cristianos basta con vivir una unidad espiritual, individual, no visible, porque eso no corresponde a la voluntad de Cristo, que quiere la unidad de su Iglesia plena y visible. «La unidad cristiana no es solo unidad de espíritu o de conciencia. Si no se expresa sensiblemente no hay verdadera unidad… La expresión madura del compartir cristiano es, por tanto, una unidad que llega hasta lo sensible y lo visible. Esta fue la expresión de Cristo durante el tormento final en su oración al Padre, cuando indicó que el testimonio decisivo de sus amigos consistiría en dicha unidad sensible y visible. El amor a la unidad, también visible y sensible, es el criterio para ver si se ama el ideal más que nuestra propia visión del mismo, más que nuestra situación en la comunidad, más que a uno mismo. La persona debe aceptar por la unidad incluso la muerte».

Un puente donde encontrarse y comprenderse
En el Meeting de Rímini, en agosto de 2003, durante la presentación de la reedición de su libro Teología protestante americana, saludó a su amigo el pastor y teólogo baptista canadiense Archie J. Spencer con estas palabras: «Nosotros estamos juntos desde siempre, yo soy tú y tú eres yo, tú eres para mí padre, madre y hermano». Spencer, que pocos días antes había dicho en La Thuile que «la Iglesia tiene necesidad de CL y también nosotros, los protestantes, tenemos necesidad de vosotros», tras estudiar la obra de Giussani, reconocía en Rímini que «sus escritos representan una especie de puente para una mayor comprensión de la fe católica. En el futuro puede ocurrir incluso que las obras de don Giussani representen un itinerario normal que sigan muchos protestantes para retornar a la Madre Iglesia», para acabar contando una ocasión en que le digo a don Giussani: «“Cuando muera estaré fuera, pegado a la puerta”; y don Giussani me dijo: “Yo estaré dentro esperando para acogerte en la gratitud de Dios”». Cuando regresó al Meeting en agosto de 2013, en una exhaustiva ponencia titulada «La contribución de don Giussani a la fe protestante y la de la fe protestante a la suya», Spencer afirmó que «sería bueno que los protestantes leyeran más a Giussani, aunque solo sea para recordar que su fe no tiene ningún significado si no se confiesa, sin reducciones, embarazo ni reservas, esa es la revelación de Dios y de la humanidad del único Jesucristo de Nazaret», llegando a afirmar que «hoy necesitamos un Giussani protestante, es decir, una persona como él, que esté dispuesta a decir en un ámbito protestante que en Jesucristo de Nazaret, el Dios hecho Hombre, “Dios verdadero de Dios verdadero y verdadero hombre”, se nos ha dado tanto la revelación de Dios como nuestra humanidad, de manera exclusiva y en términos absolutamente ciertos». Llamaban especialmente la atención estas palabras: «Si de algo estoy seguro es de que don Giussani tuvo muchos encuentros personales con Cristo. Y en el movimiento que fundó vivió por esto, anhelaba esto y aspiraba a esto en cada instante».

Corazón ecuménico
En 1987, en una conmovedora conferencia impartida en Atenas, en el auditorio Dionisio el Areopagita, Giussani afirmó: «Siempre hemos tenido una preocupación ecuménica», y en 1995 gritará públicamente en Bassano su «reconocimiento del corazón ecuménico en la experiencia de CL», donde el término ecumenismo sustituye a la palabra cultura, porque «Cristo abre el ánimo de par en par a una búsqueda indómita de relación con todas las cosas» y nace así una «capacidad de diálogo sin límites, que se despliega y se afirma como la mejor contribución a una coexistencia creativa, signo de una civilización que vence a la barbarie de esta división descontrolada». Para Giussani, el diálogo ecuménico tiende a llevar la reconciliación a todas las relaciones, «llevando a cabo un abrazo continuo de lo diferente en un interés activo por el aspecto de verdad que hay en todos, no por una tolerancia en última instancia ficticia, sin reconocimiento apasionado de nada».

Durante un diálogo el 28 de septiembre de 1995 en Milán, organizado por el grupo sacerdotal de Studium Christi con el cardenal Martini, que le dijo a Giussani: «Tú, cada vez que hablas, vuelves siempre a este núcleo, que es la encarnación, y –de mil maneras distintas– lo propones de nuevo… es un don extraordinario, un gran don para la Iglesia y para cada uno de nosotros; así que estoy agradecido por ello». Giussani respondió expresando su gratitud. «Lo que le agradezco personalmente es haberme hecho descubrir –nunca antes lo había pensado así– el ecumenismo. El ecumenismo es para nosotros como el horizonte cultural global de la experiencia que vivimos, y el ecumenismo es la fuente de paz en el mundo. Pero también su intención política sobre el ecumenismo –creo poder decir– es verdaderamente un ejemplo grande y pacificador para nosotros». Martini compartía la línea y convicción de Giussani al respecto, como ya se había visto en Venegono, y afirmó: «Te lo agradezco mucho, porque sé que estoy en tu corazón y en tus oraciones, y también me consuela esta mención del ecumenismo, porque el ecumenismo es algo por lo que también se sufre, y a que es un ideal que está más allá de nosotros, y el Papa, en su última carta (Juan Pablo II, Ut unum sint, 25 de mayo de 1995), lo ha indicado con mucha insistencia como una perspectiva global; cuanto más conozco lo que poseo, mejor comprendo lo que pueden ser también los dones de Dios distribuidos en torno a mí y trato de caminar con ellos hacia la plenitud. Esto es un camino importante, difícil, por el cual además hay que estar dispuestos a sufrir, pero en el cual es bello sentirse apoyado».

Dar la vida por la obra de Otro
Serán innumerables las expresiones, experiencias y amistades de don Giussani –por ejemplo con Hans Urs von Balthasar (1971), Olivier Clément (1983), Giuseppe Dossetti (1987), Jean Guitton (1995)– que vienen a confirmar su pasión por la unidad de los cristianos basada en la unidad con Cristo, pero creo que no me equivoco al afirmar que la unidad de los cristianos en Cristo y la comunión con Él en su Iglesia es el hilo conductor de todo el ser, pensar, escribir, decir y actuar de Giussani, enamorado de Cristo, Verbo encarnado, sentido de todo, presente de todos, belleza y armonía que salva el mundo. Juan Pablo II, en su mensaje autógrafo leído en el Duomo de Milán al comienzo del funeral por don Giussani el 24 de febrero de 2005, decía: «Cristo y la Iglesia: aquí está la síntesis de su vida y de su apostolado. Sin separarlos jamás». El cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, afirmaba en su mensaje que Giussani «ha puesto de relieve el compromiso en la búsqueda de la plena unidad de los cristianos, como dimensión de la vida cristiana».

Todo en Giussani consiste en permanecer con Cristo, en ver, oír, seguir, anunciar y llevar a Cristo, en una invitación dirigida a todos los cristianos para que vuelvan a Él. En esto consiste la tarea vital del compromiso ecuménico de las diversas confesiones cristianas, indicado por las Asambleas mundiales promovidas por el Consejo Ecuménico de las Iglesias. En la homilía del funeral que presidió como enviado personal del Papa, el cardenal Ratzinger afirmaba: «Al ver a Cristo, realmente descubrió que encontrarse con él significa seguirlo».

A modo de conclusión, me gustaría retomar el recuerdo imborrable de don Giussani que expresó Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, animado por el carisma de la unidad, tras el histórico congreso internacional de movimientos y nuevas comunidades, promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos en presencia de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro el 30 de mayo de 1998, vigilia de Pentecostés, congreso que estuvo precedido por varios encuentros organizados en los años 80 por don Giussani con su amigo polaco don Franciszek Blachnicki, mártir fundador del movimiento Luz y Vida. Después de su entrevista personal con don Giussani en Milán, Chiara comentó: «Es una de las pocas veces que he tenido la impresión de encontrarme con un santo, una santidad conquistada con no pocos sufrimientos… En el corazón me queda una gratitud inmensa por su vida, que entregó sin ahorrarse nada al servicio de un carisma que ha introducido en la Iglesia una nueva corriente de intensa vida espiritual, abriendo de par en par a miles y miles de hombres y mujeres en todo el mundo a su encuentro personal con Jesús y suscitando numerosas obras concretas como respuesta a las expectativas de nuestro tiempo». Un diálogo fraterno entre dos grandes testigos de la múltiple acción del Espíritu.

En 1982, don Giussani confirmó en Caravaggio que «el mayor sacrificio es dar la vida por la obra de Otro» (cf. Jn 15,3), señalando el ejemplo de María de Nazaret que «tenía la conciencia de pertenecer a Otro, no en abstracto sino en la concreción de lo cotidiano». Tanto la amaba que invitó a todos a repetir insistentemente la invocación “Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam”. Y añadía: «Ese Otro –con mayúscula– es Cristo en su Iglesia», remitiendo así a la exigencia histórica del carisma cristocéntrico y comunional del movimiento, impregnado de una espiritualidad encarnada, pero sobre todo a la obra de Cristo que dio su vida por la unidad de su Iglesia, por la concordia y amistad fraterna de sus discípulos, para que el mundo crea y se salve (cf. Jn 17,20-26). Cristo sigue llamando a sus discípulos, en el movimiento, para que sean cada vez más partícipes de su misión y pasión en favor de la unidad de los cristianos, hasta dar su propia vida por esta obra Suya.