Charles Péguy (Foto: Eugène Pirou/Wikimedia Commons)

Lo que conmueve a Dios es ver la esperanza de los hombres

Cada época tiene “dos partidos”: el de los que trabajan, construyen y aman; y el de los que destruyen, usan la violencia y odian. Las palabras de Charles Péguy sobre la esperanza ("Libero", 17 de diciembre)
Antonio Socci

La devastación de la “guerra de los cien años” es tan inmensa como la desolación de la Juana de Arco de Charles Péguy. Sus palabras (en El misterio de la caridad de Juana de Arco) van más allá de la desesperación propia de todas las guerras y de toda destrucción. «Todos nuestros esfuerzos son inútiles; nuestros actos de caridad son vanos. La guerra es más fuerte generando sufrimiento». La joven –siendo aún tan solo una pastorcilla desconocida– parece aplastada por la desproporción. «Solo se necesita una chispa para incendiar una granja. Se precisan, se precisaron años para construirla… Se requieren meses y meses, se necesitó un montón de trabajo para que creciera la mies. Y no hace falta más que una chispa para quemarla. Se requieren años y años para hacer crecer a un hombre, se necesitó mucho pan para alimentarlo, y trabajo y trabajo, obras y obras de toda especie. Y basta con un golpe para matar a un hombre...».

Luego –amargamente– constata: «Nosotros seremos siempre menos fuertes. Nosotros iremos siempre más despacio… Somos del partido de los que construyen. Ellos son del partido de los que demuelen. Nosotros somos del partido del arado. Ellos son del partido del sable. Nosotros siempre seremos vencidos. Ellos nos ganarán siempre, por encima de nosotros». Son las palabras desoladoras que Péguy pone en boca de la joven. Pero justamente ella, poco después, será llamada por Dios: dejará la campiña, se subirá a un caballo y –sin matar– reactivará a su pueblo guiándolo hacia la liberación. Una increíble historia de santidad (que terminará en la hoguera donde arderá la joven mártir). Todas las épocas tienen esos “dos partidos”: el partido de los que trabajan, construyen, aman, crean, que debe soportar al otro partido, el de los que destruyen, demuelen, usan la violencia, odian y arrasan. El bipartidismo de siempre. ¿Pero de dónde nace el pueblo del arado? Los Misterios que Péguy dedicó a Juana de Arco –una de las obras maestras más asombrosas de la literatura del siglo XX– muestran maravillosamente cuál es la fuerza de los indefensos, cuál es la puerta de los “sin poder” hacia la victoria: la Esperanza. La Esperanza es la verdadera protagonista de la vida de todos los seres humanos que afrontan cada día la fatiga del vivir, que trabajan, construyen, traen hijos al mundo, afrontan el dolor, y sobre todo el dolor más terrible (que Péguy padeció): el sufrimiento de los hijos, el dolor de los inocentes. La Esperanza tiene un origen divino, hasta tal punto que es una de las tres virtudes teologales, las virtudes que suscita la gracia divina. Es la pequeña Esperanza, dicen los poemas de Péguy, la niña que toma de la mano y lleva detrás, con ojos luminosos, a sus dos hermanas mayores: la Caridad, que es el gran hospital donde se curan las heridas de la humanidad, y la Fe, el sólido roble plantado como una catedral en el suelo de Francia.

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Para comprender y saborear los espléndidos Misterios de Péguy se acaba de publicar en Italia un pequeño libro de Paolo Prosperi, titulado Mistero dei misteri. La speranza secondo Péguy (Misterio de misterios. La esperanza según Péguy Morcelliana-Scholé). Prosperi arranca con esta perla de Péguy: Dios mismo se conmueve por nosotros, por la esperanza de los hombres, se sorprende por la belleza y la fuerza que su gracia suscita en el alma de sus pobres hijos. Este milagro cotidiano toca su corazón. Hace poco, el Centro de Estudios Sociológicos italiano definía el estado de ánimo de los ciudadanos de hoy con la palabra “melancolía”. Ella también está, pero lo que sorprende y conmueve a Dios es la esperanza de tantos que cada día construyen y aman. El pueblo silencioso del arado.
(publicado en Libero, 17 de diciembre de 2022)