Franco Vignazia pintando en el centro "Dar al-Majus" de Belén

Pintor-peregrino en Tierra Santa

El artista Franco Vignazia describe cómo es su relación con los lugares de la vida de Jesús, donde ha descubierto las “piedras vivas” que sostienen las comunidades de allí. Y que han revolucionado su manera de pintar
Marinella Bandini

Comiendo falafel por la calle, vas cruzando miradas con la gente por la calle en medio del caos en el que nació y vivió Jesús. Así es la Tierra Santa del pintor Franco Vignazia, que acabó “casualmente” peregrinando por los lugares de Jesús. «Lo que me llamó la atención desde el primer momento es que se trata de un lugar marcado por Dios. Todos reconocen que hay algo allí que les atrae. Hay mucha confusión, pero es la confusión de la vida de todos nosotros. Cuando tienes la posibilidad de ir todas las mañanas a misa a la Gruta de la Natividad, te das cuenta de que Jesús nació allí, en medio de todos los que luchan, recorrió su Via Crucis en medio de toda esa confusión. Vino al mundo, el mundo de verdad, y aquí lo encontró».

Se dice que no somos nosotros los que decidimos ir a Tierra Santa, sino que Tierra Santa nos llama. Y Vignazia no es una excepción. Empezó a pintar desde muy joven y cultivó –y verificó– su pasión con Francesco Ricci, responsable de la comunidad de CL de Forlì. Con el paso de los años, ha realizado varias obras de arte sagrado en su ciudad y en varios lugares del mundo. Estuvo por primera vez en Tierra Santa en 2014, después de haberlo deseado durante mucho tiempo. Él y su esposa, Rosangela, celebraban su cuarenta aniversario de matrimonio y “aprovecharon al vuelo” la ocasión de hacer una peregrinación con varios amigos. «Pisar esas piedras y estar en esos lugares fue tan impactante que todavía hoy, cuando escucho el evangelio en misa, esos lugares saltan ante mis ojos».
Vignazia volvió a verlos unos años después, cuando le llamaron para realizar una obra en la Escuela italiana carmelita de Haifa, un importante centro de Galilea, en el mar, a los pies del Monte Carmelo y a una hora de Nazaret. Aceptó después de resistirse un poco, y se marchó para allá. Por aquel entonces se estaban conmemorando los 800 años de la llegada de los franciscanos a Tierra Santa. ¿Qué mejor proyecto que un dibujo del encuentro entre san Francisco y el Sultán? Entonces la gente que conocía empezó a preguntarle: «¿Pero dónde estamos nosotros?». Ese «nosotros» son los cristianos que siempre han vivido en esta tierra.

«Esa pregunta me derribó y me obligó a ir al encuentro de la gente. Aquella pregunta se hizo mía: ¿dónde estoy yo? ¿Soy el turista, el artista, el que llega con todo ya preparado? ¿Qué me une a esta tierra y a esta gente?». Cada noche Vignazia cena con una familia distinta de las que llevan a sus hijos al colegio. Va conociendo sus historias, dentro de esa historia más grande que desde la Gruta de Belén ha llegado hasta Haifa, como ese “pueblo en camino” de la canción de su amigo Claudio Chieffo. Nace así el mural donde van apareciendo rostros de historias concretas y diferentes –las que va conociendo Vignazia–, todos ellos unidos en el pueblo reunido bajo el manto de la Virgen.

La obra de Vignazia en la Escuela Italiana Carmelita de Haifa

Su tercera vez en Tierra Santa, Vignazia se sumergió en la realidad de Belén. Su amigo Vincenzo le encargó una obra sobre los Reyes Magos en el nuevo centro “Dar al-Majus”, la “casa de los Magos”, a pocas decenas de metros de la Basílica de la Natividad. Hace un boceto con la llegada de los tres Reyes a la gruta, pero vuelve a cambiar de perspectiva durante una cena. «¿Por qué representar la gruta de Belén si la tenemos a pocos metros de aquí?», le dijeron. «Me lo pusieron todo patas arriba. Hice un esquema en el mantel de papel y sobre eso trabajé».
De este modo, la obra se fue llenando de rostros y personajes. «Fue la posibilidad de encontrar realmente “piedras vivas” y en este diálogo fueron surgiendo las figuras que he representado. Los Magos no llegan a un lugar desierto. Llegan a un lugar que ya ha conocido al Señor y que les acoge, por eso lo que sucede es un auténtico intercambio de dones». Una vez más, la escucha de los que tenía delante cambió la mirada del artista. Es una experiencia que interpela toda su obra. «Desde que trabajé en Tierra Santa, me he dado cuenta de que mis figuras son más concretas, tienen más cuerpo».

En Belén surgió una amistad con la pequeña comunidad local del movimiento, personas que habitan en los Lugares Santos. «Reconocerse hijos de la misma historia me daba una mayor conciencia de lo que estaba viviendo». El encuentro con esas “piedras vivas” también le hizo descubrir otras piedras, las de las casas que hoy están vacías porque muchos abandonan esta tierra tan complicada. Vignazia volvía así a ponerlo todo en cuestión otra vez. «En Europa también pasa lo mismo en cierto modo, hay un goteo de humanidad. Donde falta Cristo, falta lo humano». Esa pequeña comunidad que vive con libertad y esperanza dentro de una situación tan dramática se ha convertido en una luz para todos. «El movimiento valora, no resuelve los problemas, pero te ayuda a vivir ahí dentro».