Romano Guardini (©Ansa-Sfor)

Guardini y Giussani. «La Iglesia se despierta en las almas»

Se cumplen cien años del nacimiento del fundador de CL, pero también un siglo de la publicación de una de las intervenciones más decisivas del teólogo alemán. Una coincidencia que es preludio de un vínculo mucho más profundo
Carlo Maria Fedeli

A finales de 1922 la editorial Matthias Grünewald de Magonza reunió y publicó las cinco conferencias que Romano Guardini había impartido durante los primeros días de septiembre del año anterior en Bonn, en el congreso de la Asociación de Graduados Católicos. Bajo el título Vom Sinn der Kirche (El sentido de la Iglesia) y dedicadas «A la juventud católica», pronto alcanzaron una gran resonancia, sobre todo por la afirmación «la Iglesia se despierta en las almas» había sido «formulada por Guardini muy conscientemente, pues por fin en ella la Iglesia se reconocía y experimentaba como algo interno, que no se erige ante nosotros como cualquier institución, sino que vive en nosotros mismos», como afirmó J. Ratzinger en La eclesiología del Vaticano II.

La circunstancia más decisiva en la vida y obra de Guardini
La participación de Guardini en aquel congreso y las palabras que pronunció allí asumirán un significado decisivo en su vida y obra. A través de esa circunstancia, tomó más conciencia de la vocación a la que estaba llamado en la Iglesia y en la universidad. Poco después de obtener la habilitación, empezó a dar clase de dogmática y le propusieron una cátedra de teología práctica y ciencia de la liturgia, pero no encontraba en estos ámbitos disciplinarios una correspondencia con sus aptitudes ni con la tarea eclesial y educativa que las experiencias pastorales que había tenido hasta entonces con los jóvenes le indicaban cada vez con mayor urgencia. En el congreso de los Graduados Católicos participó la mujer de un funcionario del ministerio que también tenía jurisdicción en su universidad en la Alemania de entonces. Ella habló de Guardini a su marido, que a su vez habló de él al ministro. Estos, decididos a ofrecer a personalidades representativas del catolicismo la posibilidad de colaborar en la reconstrucción de la nación alemana, llegaron a crear, no sin dificultades, una cátedra ad personam de Filosofía de la religión y visión católica del mundo. En la primavera de 1923, Guardini empezó a dar clase en esta cátedra en la universidad más importante de Berlín hasta que, en 1939, el régimen nazi le obligó a adelantar su jubilación.

¿Cómo madura en Guardini la conciencia del «despertar de la Iglesia en las almas»?
No es fácil responder a esta pregunta, tanto a nivel existencial –en la vida y vocación de un sacerdote, y de cualquier cristiano, siempre se mezclan misteriosa e imprevisiblemente, y con total originalidad, muchos y diversos eventos, factores y decisiones– como histórico. Sin embargo, en este segundo nivel es legítimo preguntarse por las experiencias que pudieron haber hecho madurar en Guardini esa conciencia de la que nace una fórmula tan afortunada.
Entre esas experiencias, hay que incluir un encuentro que tuvo lugar en agosto de 1920 (poco más de un año antes del congreso en Bonn) con los jóvenes de Quickborn (un movimiento católico juvenil que entre el año 1913 y el final de la guerra se difundió por toda Alemania) y todo lo que dicho encuentro empezó a generar. Algunos miembros de la Juventus de Magonza (asociación estudiantil de la que Guardini era asistente eclesiástico) participaron en el verano de 1919 en el primer congreso nacional de Quickborn, que se definía como una experiencia de “renovación cristiana que procede verdaderamente del corazón”, y que causaba especial impacto. Guardini subirá al año siguiente al castillo de Rothenfels, sede de este movimiento, llevando consigo no solo la curiosidad que le había suscitado su relato, sino también una buena dosis de prejuicios, fruto de la desconfianza que había en la Iglesia alemana hacia la manera de desarrollar nuevas formas de vida cristiana, más correspondientes a las exigencias y características distintivas de la adolescencia y la juventud.
Superado el prejuicio inicial tras el descubrimiento –conmovido y sorprendente, como dirá él mismo– de la esencialidad y autenticidad del ímpetu de Quickborn, Guardini se une enseguida a esos jóvenes y, dentro de la experiencia que empieza a compartir, les envía una serie de cartas para orientarles y acompañarles en la formación de su personalidad cristiana. Nacen así, a lo largo de cuatro años, las Cartas sobre autoformación.

Guardini, Giussani y el punto original de la Iglesia de cara a lo humano
Durante su periodo de formación en el seminario de Venegono, Giussani lee varios textos de Guardini. A la espera de recibir, gracias a los estudios realizados con motivo del centenario, nuevas aportaciones sobre el conocimiento de las afinidades y diferencias entre sus concepciones de la realidad, del cristianismo y de la educación (que ya han sido objeto de algunas primeras investigaciones muy interesantes), ya podemos señalar, aparte de la singular coincidencia temporal entre la publicación de Vom Sinn der Kirche y el nacimiento de Giussani, la consonancia entre la afirmación de apertura de las relaciones en Bonn y la identificación que Giussani propone del momento original de la fe y de la Iglesia, de cara a lo humano, en el fiat de María y en la profesión de Pedro bajo la roca de Cesarea de Filipo y en la orilla del lago de Tiberíades. Para ambos, la fe, la experiencia cristiana y el “espacio” donde ambas toman cuerpo nacen del despertar –en circunstancias concretas de tiempo y lugar, a través de determinados encuentros, en la profundidad más íntima de la persona (en el “alma” como diría Guardini, en el “corazón” como prefería decir Giussani) y con la aportación misteriosa del mismo Dios– de ese “sí” que dio origen a todo y que floreció en los inicios en esa joven judía y en los apóstoles, y después, poco a poco, de generación en generación, hasta el presente.

Analogías y resonancias
El encuentro con Quickborn tendrá consecuencias como pocos acontecimientos en la vida de Guardini, igual que le pasará a Giussani con ciertas clases en el seminario o determinadas conversaciones con alumnos en el confesionario, en el tren o en clase. La implicación de Guardini con los jóvenes que conoce en Rothenfels le llevará en pocos años a una maduración de los ideales, fisonomía y acción de Quickborn, del mismo modo que la llegada de don Giussani a la Gioventù Studentesca milanesa de los primeros años 50 se revelará como el factor decisivo de su despertar, de su renovación y de su transformación.
Desde sus primeros años de clase en el Berchet y en GS, Giussani sugerirá la lectura de dos textos de Guardini: La esencia del cristianismo y El ocaso de la Edad moderna. Del primero subrayará especialmente algo que seguirá citando toda su vida, el punto central de su manera de abordar la adhesión a Jesús y la fe, comparándolas con la relación amorosa: «En la experiencia de un gran amor…». El segundo supondrá una de las lecturas que sirven de trasfondo a su larga reflexión sobre las dificultades para comprender el cristianismo por parte del hombre y de la cultura moderna y contemporánea, reflexión que resume la segunda premisa (“La dificultad actual para entender el significado de las palabras cristianas”) de Por qué la Iglesia, el volumen final del Curso básico de cristianismo (donde El sentido de la Iglesia es ampliamente citado).
Las cinco ponencias de Guardini en Bonn se titulaban así: El despertar de la Iglesia en el alma, Iglesia y personalidad, El camino por el que llegar a ser hombres, El camino hacia la libertad, Comunidad. Esta última concluye afirmando que la Iglesia, en su forma de ser y de vivir como una auténtica comunidad, «enseña a saber vitalmente que “de nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si eso acaba perjudicando a su alma”». Es la misma cita evangélica con la que, el 30 de mayo de 1998, don Giussani empieza su testimonio ante Juan Pablo II (publicada a finales de ese mismo año como introducción del libro Crear huellas en la historia del mundo). Solo esta consonancia en su conciencia sobre la razón de ser más profunda de la Iglesia ya sugiere la íntima analogía de corazón, de inteligencia y de sentido de la fe que existe entre Guardini y Giussani, y lo fecunda que puede llegar a ser su memoria y exploración.

LEE TAMBIÉN – Giussani y Leopardi. Faros en la niebla

«Cuántas conversaciones, cuánta riqueza e intensidad»
«¿De qué hablábamos en nuestras conversaciones nocturnas? Partíamos exactamente de lo que habíamos encontrado, de los problemas de los jóvenes de hoy y de lo que les movía. Para empezar, intentábamos aclarar cuál era nuestra postura respecto a la Juventud Libre Alemana [una de las asociaciones juveniles más activa aquellos años], y luego iban saliendo, una tras otra, varias preguntas sobre la religión y el cristianismo. No había nada programado. Lo que nos parecía importante lo abordábamos y lo discutíamos; y cuando se hacía tarde y sentíamos que aún no habíamos terminado de cerrar la cuestión o se abría otra, decíamos: “lo hablamos mañana por la noche”.
¡Cuántas conversaciones surgieron y se desarrollaron de esa manera! ¡Con qué riqueza e intensidad!
Una vez se habló de la oración, de pedir y adorar, y de lo que eso tiene que ver con el verdadero concepto de Dios. Nos pasamos dos noches hablando de los consejos evangélicos. Os diré que casi me daba miedo la fuerza con que afirmaban una idea, su manera de pensar volvía a asomar continuamente. Otra noche hablamos de la santísima Trinidad. Aquella vez, al final, me dije: hasta ahora nunca había experimentado tan fácilmente algo tan hermoso. Otra noche se discutía sobre la Iglesia y las tres grandes manifestaciones de su esencia: dogma, liturgia y derecho. De cómo ella es para nosotros el camino hacia la libertad, y de cómo en ella todas las formas de comunión humana hallan su cumplimiento.
Todo eso salía sin ningún tipo de programación y sin forzarlo. Uno hacía una pregunta, otro respondía, un tercero aportaba su experiencia, y de nuevo otro señalaba alguna dificultad o límite. Así se desarrollaba la conversación y cada uno se iba dando cuenta de que, debajo de lo que se decía abiertamente, en cada alma había algo que crecía y trataba de abrirse paso para salir a la luz, desde profundidades silenciosas».
(R. Guardini, Die Abende im Rittersaal, en H. Hoffmann (hrsg.), Wehender Geist. Der zweite deutsche Quickborntag, Burg Rothenfels am Main, 1920)