Esas fotos del abismo, y yo

Las imágenes del “origen del universo” y el trabajo que han supuesto. Una reflexión del responsable del NIRCam, la cámara del telescopio espacial James Webb (de euresis.org)
Massimo Robberto

De pequeño aprendí que para poder ver hace falta dar un paso atrás. La barba plateada de Van Gogh, observada a un palmo de distancia, es un barullo de líneas moradas, naranjas y verdes. Igual que ahora, en medio de la algazara de celebraciones, explicaciones y comentarios entusiastas de los expertos en los medios de comunicación del mundo entero, me siento un poco aturdido. Tal vez estoy demasiado cerca de todas estas imágenes.

Salí de Europa hace 23 años para trabajar en el James Webb Space Telescope y llegué a estar al frente del equipo principal. Para ello elegí a los mejores, decidí quién debía analizar las primeras imágenes, estaba en la sala cerrada donde se vieron por primera vez, discutiendo sobre cuáles elegir, qué decir en los informes de prensa, qué nombre poner… Nos preparamos juntos, estresados, nerviosos, satisfechos. Momentos de excitación después de largas noches de aburrimiento, sin fines de semanas, siempre con la mascarilla, midiendo distancias en cuatro monitores gigantes, con 24 canales de audio, a la espera, en alerta. Nos dicen que hemos hecho algo grande pero ahora estamos agotados y necesitamos descansar, nosotros y nuestras familias. Hablan de la NASA, pero es evidente que somos unos pobres hombres que lo han dado todo.

Tras los brindis y el cansancio, las silenciosas fotos del abismo. Las conozco de memoria, estoy demasiado cerca de ellas. Pero si doy un paso atrás, puedo percibir su esplendor. El esplendor de estrellas y galaxias de las que podría hablar durante días, así como del sacrificio de nuestro tiempo y de nuestro trabajo de estos años, de nuestras vidas efímeras que pasamos intentando entender quiénes somos y de dónde venimos, y esa extravagante belleza de la realidad de la que solo somos una pobre voz.

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