Erik Varden (©Catholic Press Photo)

Erik Varden. El primer paso del despertar

Un diálogo online, subtitulado en español y organizado por la Asociación Italiana de Centros Culturales, sobre “La explosión de la soledad”, el libro del mes propuesto por CL
Davide Perillo

Seis mandamientos bíblicos. Seis palabras de Dios dichas al hombre a lo largo de los siglos y capaces de acompañarnos hoy, de abrir puertas de esperanza en medio del caos y de una dolorosa experiencia en que la todos nos encontramos inmersos de muchas maneras, sintiéndonos solos, desorientados, perdidos. La explosión de la soledad (Monte Carmelo), de Erik Varden, monje cisterciense y obispo de Trondheim, Noruega, llega hasta ahí, hasta lo más hondo. Repasa seis indicaciones de Dios al hombre («Recuerda que eres polvo»; «Recuerda que eras esclavo en Egipto»; «Recordad a la mujer de Lot»; «Haced esto en memoria mía»; «El consejero os lo recordará todo» y «Cuídate de olvidar al Señor»). Los pasa por el filtro de la experiencia, la suya y la de decenas de autores, poetas y músicos. Y nos los ofrece como ayuda para recordar en cada instante que no estamos solos, que nuestra realidad última –nuestra esencia– es relación con Dios.

Por eso «es un libro que nos invita a hacer un trabajo», como decía Letizia Bardazzi, presidenta de la Asociación Italiana de Centros Culturales al comenzar la presentación de este libro el pasado 4 de abril. Mediante conexión, participaron el autor y el psicoanalista Mario Binasco, profesor de Clínica de la realidad familiar en el Instituto Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Lateranense. Estos seis mandamientos propuestos por Varden nos sirven como «faros en la navegación» de nuestra travesía. Un recorrido acompañado de numerosas referencias a textos y autores como Vasili Grossman, Anna Achmatova, Andreï Makine, Stig Dagerman o los padres del desierto, entre otros, todos ellos «auténticos hermanos que pueden enseñarnos a mirar».

Como “enseña a mirar” la primera intervención de la noche, la grabación en video de sor Maria Francesca Righi, abadesa del monasterio de Valserena. Recordaba cuánto le impactaron las palabras de Varden en el capítulo de la Orden en 2017. Referencias que también se encuentran en el libro y que reclamaban a una «memoria cristiana fundamental para entender lo que quiere decir tener una herencia y transmitirla», destacando lo necesario que es recuperar constantemente un carisma para «llevarlo hacia el futuro». Para ello, «hay que devolver los elementos de nuestra vida a su centro, Cristo. Hay que consolidar el centro para desarrollar la vida en las periferias». Varden camina en esta dirección, con un método que la abadesa resume así: «Creo para comprender y comprendo para creer, pero también para amar».



Los seis mandamientos que Varden propone retomar van acompañados de referencias nada obvias a autores que van hasta el fondo de su humanidad. «La palabra revelada interpela a la experiencia, y la experiencia interpela a otras experiencias», señaló la madre. «Es el método de la escuela cisterciense: interpela a quien vive una experiencia». Dado que muchas de esas referencias proceden del mundo de la ortodoxia, leerlas ahora, «en un momento en que Rusia y Ucrania están enredadas en la locura de una lucha entre países hermanos», suenan aún más urgentes. Hay que “re-cor-dar”, es decir, “devolver el corazón a Dios” frente al mal. Como hizo san Juan Pablo II en Memoria e identidad, donde cuenta su experiencia ante el horror del nazismo, el comunismo, y una voluntad de «dejar caer la idea de que ese mal era en cierto modo necesario». No, lo que hace falta son «granos de paz». Personas como el padre Ansgario Christensen, que murió recientemente a los 98 años de edad y que fue durante mucho tiempo capellán de las hermanas de Valserena. «Vivió la conversión de manera estable, de protestante a pacifista, y luego católico y cisterciense». Un hombre de paz. «Si tuviera que continuar el libro de Varden, hablaría de él».

Recordar, por tanto. Está en el primer mandamiento incluido en La explosión de la soledad, «Recuerda que eres polvo». Es un reclamo a la humildad, observa Bardazzi; indispensable para sanar el olvido de sí cometido por Adán y recuperar «una alegría que no defrauda». Binasco, después de señalar varias expresiones de Varden que «resuenan también en la práctica psicoanalítica», empezó justo ahí, en la memoria. «Sin memoria no hay humanidad, sujeto, persona. Hablar de recuerdos es hablar de identidades. Recordamos lo que hemos sido, lo que nos ha hecho ser lo que somos». Recordar es «realizar una acción, soltar amarras y zarpar hacia mar abierto». Pero al mismo tiempo, la memoria va conectada a la experiencia, como subrayaba sor Maria Francesca. Y hoy la experiencia se ha vuelto algo confuso. Por tanto, ¿qué es lo que hace posible una verdadera experiencia?

«Ante todo debo reconocerme, descubrirme como sujeto», respondía Varden. «Para hacer experiencia, debo saber quién soy. la tradición cisterciense insiste mucho en esto. Solo conociéndome a mí mismo llego a ser capaz de crecimiento, maduración y fecundidad». Hace falta «coraje para afrontar mi identidad tal como es realmente. Si miramos nuestra vida como una película, hay muchas partes que nos gustaría saltarnos…». Por eso la primera condición es «la humildad» que, recuerda Varden, «en el vocabulario cristiano es una cuestión de realismo. Viene de humus, indica que hay que tener los pies plantados en tierra». Este realismo permite reconocer que «estoy condicionado por lo que he vivido, pero no determinado. Llevo riquezas y heridas del pasado, pero no soy preso de ellas. Puedo elegir, tomar una opción de cara a lo que acontezca». Por ello, hacer experiencia, según el autor, «presupone la posibilidad de un acontecimiento». Lleva dentro una promesa. Esta mirada humilde hacia uno mismo «requiere un trabajo», observa Binasco, porque obliga a medirse con muchas cosas que uno no querría ver («uno de los mandamientos es “recuerda que eras esclavo en Egipto”», corrobora Varden. «Reconocer cómo la esclavitud se manifiesta en mí no es una memoria agradable»). Hay que encontrar algo que nos ayude a hacerlo.

Otro mandamiento del libro está tomado de Lucas, «Recordad a la mujer de Lot», que en su huida de Sodoma se giró para mirar atrás, desobedeciendo la advertencia divina, y se convirtió en una estatua de sal. El autor la trata con ternura porque en su gesto habita «la nostalgia de la separación». «Pero su gesto muestra que no podemos dar por descontado el caminar hacia delante», señaló Bardazzi. «¿Cómo afecta este mandamiento al hombre de hoy?».

«El Señor dice “seguidme, no os quedéis atrás”», responde Varden. «Dejar el pasado no significa necesariamente condenarlo. Pero es importante reconocer los factores de nuestra vida que nos impiden crecer y avanzar. ¿Cuáles son los factores que obstaculizan mi propósito de ser discípulo de Cristo y llegar a ser plenamente humano? ¿Qué me impide experimentar una verdadera fecundidad?». Hace falta reconocerlo, pero siempre con un juicio que «parta de la misericordia». Porque, como decía Binasco, «quedarse parados no es una opción. En el camino de la vida, no ir hacia delante significa volver atrás porque la vida corre». Por eso añadió que es importante «no ceder al deseo», no reducir su alcance.

«Cuídate de olvidar al Señor» es el mandamiento con el que Varden se adentra en las profundidades del deseo. «Que arraiga en la antropología cristiana. El hombre está hecho “a imagen y semejanza” de Dios. Como ser humano, llevo dentro una huella de la vida divina». Los Padres vinculaban esta “imagen” con un pasaje de la Carta a los Colosenses: «Cristo es la imagen del Dios vivo». El “fenómeno Cristo”, recordaba Varden, «no empieza con la Encarnación, sino que es eterno. Es el Logos eterno del Padre, presente en la estructura propia del mundo». El deseo «es esa huella que permanece en mí como una llamada, una sed de eternidad insaciable. Todos hemos tenido la experiencia de sentir hambre y sed de algo que no se puede obtener. La vida no me basta». Entonces, si «somos polvo con nostalgia de gloria», se preguntaba Binasco, «¿cómo medirse con una estructura de este tipo, que nunca encuentra satisfacción? ¿Qué nos jugamos en el encuentro con el otro? Porque Varden distingue claramente. Hay un deseo que no puede ir más allá, se queda en las cosas pequeñas y siempre corre el riesgo de caer sobre sí mismo, en esa acedia actual que hoy desemboca en depresión, y hay un deseo que siempre es nuestro pero que viene de Dios, de Otro. Ya lo decía Lacan».

«Se trata de una distinción esencial», confirmó Varden. Y la explicó apoyándose en el inglés, en la diferencia entre desire (deseo, ndt., «apetito, instinto, necesidad que quiere ser colmada pero que me afecta a mí como sujeto») y longing (anhelo, ndt.), «que es como una llamada, es la experiencia de llevar dentro la resonancia de alguien que me llama desde fuera. Un deseo de volver a casa, una casa que aún no conozco». Es la experiencia de «ser deseado por otro».

Por eso, para «despertarse», para salir de la «hipnosis del mundo actual», como la llama Binasco, hace falta «el coraje de despertar, de abrir las tiendas para mirar el mundo de fuera. Pero antes de nada hace falta que alguien me despierte». Como le pasó a Primo Levi en Auschwitz, al encontrarse con una persona tan humana que le ayudó para que «no olvidara que era un hombre». Como sucede cuando una flor, una pieza de música o un paisaje hermoso nos recuerdan que no podemos quedar reducidos al horror, dentro de nosotros llevamos «algo más grande, Este es el primer paso del despertar». Y nos pone delante la misma alternativa que Moisés plantea a su pueblo, la elección entre «el camino de la muerte o el de la vida».

La última pregunta era sobre la provocación de Varden al final de su libro, sobre una fe que «si quiere encontrar crédito» no puede ser solo un andamiaje construido «en torno a la sed existencial del hombre». Debe «llevar consuelo» a esa sed. ¿Cómo? ¿Cómo encontrarse hoy con el otro? «Recordando esa maravillosa afirmación de la vigilia pascual: “Jesucristo hoy, ayer y siempre”», respondió el autor. «El Señor que habla desde el origen se manifiesta en la encarnación, está vivo y actúa hoy. Nos interpela en nuestro ambiente. Para llegar al otro, primero debemos llegar a Él y encontrarlo como una presencia viva que transforma». Él es quien nos permite mirar al mundo con Su mirada, «con los ojos de Cristo crucificado». Con misericordia y esperanza infinitas, que hunden sus raíces «en el amor del Padre».