Giovanni Testori durante un encuentro (foto Archivo CmC Milán)

Una historia de todos y para todos

El Centro Cultural de Milán celebra su cuarenta aniversario con un ciclo de propuestas dedicadas al escritor Giovanni Testori. Su director explica las razones de un proyecto que trata de seguir generando vínculos
Camillo Fornasieri*

Para no hacerse viejos, ya siendo joven o en la edad madura, hace falta que suceda algo. Pero algo que dure para siempre, que permita a la costumbre tener una alternativa afectiva y al pensamiento, una contestación permanente de los tópicos que nos oprimen por todas partes. Cuando además se intuye, aunque solo sea una vez, que todo puede ser para nosotros, realmente, que no hay enemigo que pueda poner en duda la exigencia de algo que por fin hemos encontrado, es posible saborear esto para siempre. Entonces la vida parece que no acaba nunca.

Me refiero a lo que intentamos hacer, desde hace 40 años, en el Centro Cultural de Milán o a la experiencia que se vive, desde dentro y estamos seguro de que también se corresponde con los que participan o lo ven en acto. Y eso es lo más importante porque el centro cultural es para todos y es de todos.

Un encuentro del Centro Cultural (Foto Archivo CmC Milán)

«La cultura nace del gusto por la vida»: una afirmación fulminante de Luigi Giussani que repetimos mucho, sobre todo a nosotros mismos. Al principio sucedió algo que no podíamos dejar guardado. Un nombre conocido de antiguo se presentó de pronto con toda su novedad: Jesucristo. ¿Cómo pudo resonar de pronto aquel nombre tan antiguo con toda su novedad? ¿Cómo pudo de pronto inocular en nuestros cuerpos tantas ganas de hacer, encontrar, buscar, crear, juzgar, de tal modo que todo adquiría dignidad y merecía ser estudiado y amado? Con una energía que no se agota, que no se consume.

Fue gracias al encuentro con una persona, don Giussani. La juventud que dio comienzo al conocer a ese hombre nunca se apagó. Así que escribimos a Luca Doninelli y así lo recordaba yo en un texto publicado en 2005: «Un interés sin igual por todo, un amor por todo, unas ganas de encontrarse con todos, una apertura de la que nuestras pobres personas serían incapaces si aquel encuentro no hubiera cambiado para siempre nuestras vidas». Él siempre nos dijo que la verdadera revolución no se hace saliendo todos a la calle, porque la rabia no cambia el mundo. La verdadera revolución empieza por la mañana, «cuando os subís al tranvía, por la manera con que miráis a la gente que os encontráis ahí y que nunca habéis visto antes».

Todo empieza en lo humano, en la persona sucede todo. El mundo desarticulado se reconstruye misteriosamente en torno a la persona. Basta pensar en cuántos acontecimientos han sucedido en torno a las personas que han hablado, siguiendo el rastro de una serie de vínculos que se generan y la verificación de intuiciones que han dado a luz juicios. Hoy se entiende mejor una imagen que siempre utilizaba don Giussani, la de «un movimiento de ideas, (es decir) un movimiento de personas». Una historia que se ha enriquecido con rostros, con diversas figuras internacionales que estaban como “en casa” e incluso a distancia mantienen este movimiento de ideas, esta amistad.

Es como una dinámica, un método. Una forma de pensamiento donde las diferencias son la base de la cultura, sus formas, la libertad y la historia de cada uno. De un salto queda superado el viejo concepto obsoleto de “mediación” o “conjugación de las diferencias”, “unir a los discordes”, como esfuerzo en un procedimiento que siempre debe posponer sus posibles resultados. «Todo es nuestro», decía San Pablo. Un ecumenismo católico «dispuesto a exaltar con toda la generosidad posible incluso lo que tenga siquiera una lejana afinidad con lo verdadero. Pero es intransigente con los posibles equívocos» (L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, Ed. Encuentro).

Nos lo recordaba Franco Loi, hablando de un centro cultural que siempre ofrece «el sentido de una comunidad que se hace activa, real, cuando ofrece al hombre el sentido del conocimiento de sí y por tanto de la atracción por el otro, que nace de un interés por uno mismo, ¿cómo voy a decir que amo a una persona si ni siquiera sé quién es?». Este es el tesoro que custodiamos en el centro cultural e implica una invitación a “hacer” juntos ahora. En una época donde casi parece que para existir haya que tender a la conservación, porque todo es fluido y se fragmenta, esta propuesta es un auténtico pensamiento contra corriente, una novedad para todos.

Nos lo volvió a proponer con paternidad y claridad Julián Carrón en la inauguración de la nueva sede, explicando cómo ser una nueva casa para todos. Nos invitaba a ser como una avanzadilla, un lugar distinto, justo en un momento en que el factor cristiano tiende a desaparecer cada vez más del tejido social. En aquel discurso, en presencia de las autoridades, recordaba una frase de Giussani, también en Crear huellas en la historia del mundo: «el que sigue apegado a una identificación parcial, a su verdad, solamente puede estar frente a todo defendiendo lo que él dice, a menos que sea completamente escéptico o nihilista». En cambio, «el ecumenismo católico está abierto hacia todos y hacia todo, hasta los últimos matices, está dispuesto a exaltar con toda la generosidad posible incluso lo que tenga siquiera una lejana afinidad con lo verdadero. Pero es intransigente con los posibles equívocos. Si uno ha descubierto la verdad real, Cristo, avanza tranquilo en todo tipo de relación, seguro de que va a encontrar en cualquiera una parte de sí mismo».

Testori y Moravia dialogan en el entonces Centro cultural San Carlo en noviembre de 1984 (Foto Archivo CmC Milán)

Por menos de esto, añadió Carrón, no valdría la pena todo el sacrificio que hacéis por sostener el centro cultural. Volvía a proponer las palabras que Giovanni Testori pronunció en 1989, que ahora podemos comprender mejor que entonces: «Hoy todo parece tan amenazado por el no ser que hasta la carne, la carne errada, la carne y la sangre que se equivocan, deben gritar, deben alzarse, sublevarse. Creo que el mundo, y sobre todo los cristianos, tienen la responsabilidad y el destino –que es la única esperanza– de intentar ser al mismo tiempo insurrectos y resucitados. Pero cualquier insurrección que no nazca de una certeza, de una necesidad y de una esperanza de resurrección, decae, acaba convertida, hoy más que nunca, en víctima e instrumento del poder». Así concluía Testori aquella intervención que Carrón nos proponía retomar por su actualidad: «Ay si caéis en la tentación de encerraros, y lo digo al borde de mis casi 66 años. Creo que encerrarse es la tentación más terrible, porque un mundo tan cerrado necesita en cambio de aquellos que viven abiertos de par en par. Aprended de vuestro fundador a asombrarse siempre. Aprended de Giussani a sentiros siempre abiertos, a sorprenderos por quien viene a vuestro encuentro, asombraros hasta de las maldades e injusticias. Hay que saber combatirlas porque es justo, pero en el fondo qué hermoso sería que alguien llegara a rezar por quienes os y nos atacan. No para que deje de atacar sino para que encuentre algo de serenidad, un momento de quietud que le permita reconocerse a sí mismo. Por tanto, discutid y rezad juntos por quien os ataca. Permanecen en las barricadas, pero siempre con esa caridad, esa amistad y ese afecto que permite estar ahí preparados, ese afecto gracias al cual, cuando vinisteis a verme [diez años antes], comprendí que en vosotros había algo que conocía por mis hermanos y hermanas, pero que no conocía fuera de ellos».

Muchas personalidades han supuesto encuentros igualmente fecundos e inesperados. Pero el trabajo hecho con Giovanni Testori nos ha llevado a decidir –para este aniversario– proponer la posibilidad de conocerlo más de cerca, como escritor, dramaturgo, crítico de arte, poeta, columnista cultural y social, donde las múltiples facetas de lo humano se unifican y nos transmiten ese nexo con la verdad y la vida que fue principio y fin de su labor intelectual y artística.

El ciclo “Giovanni Testori en la ciudad contemporánea”, coordinado por Luca Doninelli, continúa un viaje ideal y real que el Centro Cultural de Milán propone con grandes autores de la ciudad lombarda y alrededores. La suya es una personalidad que sacude el momento presente. Él siempre ofrecía una sacudida. Destemplada, siempre imprevista, siempre más allá. La creciente complejidad de la vida a causa de la pandemia hace aún más provocador el encuentro con la palabra de Testori, con los cuerpos, voces, coros, con los nuevos y viejos constructores, con las desesperadas esperanzas que nos dicen, nos interrogan y nos juzgan. Dentro y fuera de la ciudad.

Más información en la web del Centro Cultural de Milán

*Director del Centro Cultural de Milán