La concatedral de Taranto (Foto di Fernando Errico)

Gio Ponti. La obra de una vida

Una exposición celebra los 50 años de la concatedral de la Gran Madre de Dios en Taranto, la obra “definitiva” del arquitecto milanés. En sus cartas al arzobispo Motolese, el significado de un encargo que afrontó como misión
Lorenzo Margiotta

Cuando le llamaron desde Taranto para proyectar la nueva catedral, en marzo de 1964, Gio Ponti ya había construido la mayor parte de sus obras más importantes y ya era reconocido como uno de los arquitectos más famosos del mundo. Al aceptar el encargo que había rechazado el ingeniero Pier Luigi Nervi, el arquitecto y diseñador milanés comenzaba una aventura conjunta con su contratista, el arzobispo de Taranto, Guglielmo Motolese. Con él entabló un intenso epistolario que refleja una auténtica colaboración y que se ha publicado con ocasión del 50° aniversario de la consagración de la catedral, coincidiendo con una exposición en el museo diocesano de Taranto hasta el 26 de septiembre.

Ponti ya se enfrentó a la arquitectura sagrada en Sanremo con la iglesia del monasterio carmelita (1958), y en Milán con la iglesia de San Lucas Evangelista (1955-61), la de San Francesco al Fopponino (1958-64) y la de San Carlo (1964-69). Obras que forman parte de un proyecto extraordinario de construcción de iglesias (un total de 135, entre ellas algunas obras maestras de la arquitectura moderna) que comenzó el cardenal Schuster y prosiguió el cardenal Montini, con la intención de ofrecer «asistencia pastoral a las necesidades de los nuevos barrios».

Foto de Fernando Errico

La iniciativa de dotar a Taranto de un nuevo y gran lugar de culto nacía de exigencias parecidas. En aquellos años, la ciudad atravesaba una enorme expansión. El joven prelado Motolese intuyó la necesidad de una nueva catedral, más amplia y acogedora que la antigua basílica de San Cataldo, donde los fieles pudieran reunirse.

Con casi ochenta años, Ponti vio que para él se trataba de la última obra de tal importancia. La obra “final”, desde el punto de vista tanto biográfico como profesional, pero también la obra “definitiva”, desde el punto de vista de la conclusión de un itinerario de búsqueda arquitectónica y artística que duró toda su vida. El arquitecto lo reitera en muchas de sus cartas. En septiembre de 1965 afirma que se ha «lanzado a esta obra para concluir con ella mi vida».

Para mantenerse a la altura de la grave tarea que se le confía, el arquitecto muestra una capacidad de trabajo incansable. «Monseñor –escribe en agosto de 1964–, nosotros debemos pensar día y noche en la catedral». Durante todo el año, el pensamiento del arquitecto girará en torno al proyecto de la catedral de Taranto, en una sucesión de ideas que siempre compartirá con el prelado. Ponti revisa continuamente sus dibujos, lo que acumulará retrasos en las entregas. Pero era demasiado lo que había en juego. En agosto de 1969, cuando la iglesia ya está a punto de terminarse, escribe: «Cuando uno es joven tiene tiempo para redimirse estéticamente si una obra le sale mal, pero a mi edad ya no es así, me va la vida en ello».

Ponti ilustra sus ideas principales a Motolese en una carta-proyecto del 26 de marzo de 1964. La catedral surgiría sobre el eje de la Via Dante, pasado el cruce con la gran transversal de Magna Grecia. Sería de una única nave: detrás de la iglesia, los despachos y las dependencias parroquiales.

La iglesia se desarrollaría en dos cuerpos distintos: uno más bajo, hasta el altar, y un gran tiburio de cuarenta metros de altura. De este modo, «el templo no acogerá con un espacio único inmediato, sino con espacios al principio bajos y sombríos bajo una techumbre que poco a poco se irá alzando con una luz creciente, hasta llegar a los diez metros, alcanzando la apertura del tiburio, que surgirá de una cúpula rectangular que capte la luz exterior inundando desde arriba el altar».

Foto de Fernando Errico

Para Ponti, era muy importante que la iglesia estuviera situada «en una isla verde» rodeada de edificios civiles: viviendas, escuelas, residencias, centros culturales. Una iglesia no encerrada físicamente en su propio perímetro, como pasó en la segunda posguerra con muchas iglesias de la periferia, sino capaz de mejorar el espacio urbano de alrededor. La iglesia, construida por entero en cemento armado, debía representar también un ejemplo extraordinario «de extremo atrevimiento moderno».

Esta intensa carta-proyecto continúa con otros dos temas que considera de vital importancia. En primer lugar, las paredes internas y externas serían blancas, evocando el carácter mediterráneo de las iglesias de la zona, que el arquitecto había visitado en numerosas ocasiones. En segundo lugar –un detalle modernísimo si pensamos en la arquitectura de nuestros días–, en los espacios laterales el verde «atacará a la arquitectura con árboles altos y trepadores».

Por último, la iglesia tendría una “forma pura”, definida, esencial… No un edificio rico y llamativo, sino una Iglesia-Casa de Dios, pura sencillez. Esta idea de iglesia como “casa de Dios para el hombre” estará constantemente presente en el pensamiento de Ponti, en sus artículos y en sus proyectos de edificios sagrados.

Pero en Taranto, Ponti dará un paso más en comparación con sus proyectos anteriores. Aquí el arquitecto pone en escena una fachada doble: una más baja, a escala humana, y otra que «se lanza de repente hacia lo alto, como un fortissimo en una pieza musical». Es como una gran vela que perfora la luz del cielo, como ya experimentó en parte en la iglesia de San Francesco al Fopponino de Milán, «que se elevará hasta cuarenta metros como un estandarte, que luce de día (por ahí se verá el azul del cielo) e ilumina de noche».

Esa gran vela de cemento armado será el alma del proyecto. «Imponente, como una auténtica vela entre las dos torres del campanario, sin puntos de apoyo, aérea e hierática». Debía verse desde lejos, como signo del paisaje urbano, y cambiar con el ambiente circundante. «Quería que las nubes, la lluvia, los ríos, el sol o las estrellas hicieran vibrar la fachada jugando con esta arquitectura inmaterial, con inmensas aperturas hacia la enormidad del cielo».

Ponti trabaja como un cineasta ante una gran escenografía urbana, pensada para que funcione lo mejor posible en las grandes celebraciones y peregrinaciones, como explica al arzobispo en otra carta. «El secreto del efecto es que avanzando hacia la catedral no se ve ninguna fuente de luz más que el resplandor de la belleza que procede de la vela y de la fachada de entrada en la noche estrellada». Otro elemento de la escenografía son los grandes reflejos acuáticos donde se refleja, de día y de noche, la fachada de la catedral.

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El 6 de diciembre de 1970 Ponti da un discurso con motivo de la inauguración de la catedral. Ha llegado al término de su tarea y es el momento de separarse de su “criatura”. La iglesia está preparada para comenzar una nueva vida. «La catedral hoy no se da por terminada, su vida empieza hoy, cuando se separa de mí. Desde hoy su presencia en la ciudad será una obra vuestra si la fe y la fidelidad actúan para hacerla por fin más hermosa. Todo comienza cada día, todo vuelve a empezar cada día, revive cada día, es un milagro cada día».