Parma (Foto Unsplash/Antonio Sessa)

Benedetto Antelami. El instante del trabajo

El ciclo “laico” del Baptisterio de Parma, obra maestra de Benedetto Antelami, ha bajado a tierra. Y nos habla del paso del tiempo y del compromiso del hombre. Donde «no hay un final, sino siempre un nuevo comienzo». De Huellas de octubre

Bajaron de la alta logia en la que se encontraban, casi inalcanzables para la mirada del visitante. Son los Meses del Baptisterio de Parma, obra maestra de Benedetto Antelami, última obra del gran escultor realizada en los albores del siglo XIII. En el marco del programa de la Capital de la Cultura 2020 (y también lo será en 2021, dado que este año el coronavirus ha bloqueado la mayoría de las iniciativas previstas), la ciudad emiliana también ha incluido la exposición, situada por fin a nuestra altura visual, de este maravilloso ciclo que suena como un auténtico himno a la cultura y la dignidad del trabajo. Los Meses siguen en el Baptisterio, pero se encuentran apoyados en el suelo.

¿Qué hace la representación de un tema fundamentalmente secular dentro de un lugar solemnemente sagrado como este? Una de las más importantes conocedoras del arte medieval, Chiara Frugoni, ha explicado que «al tema de los Meses se le había encomendado la tarea de mostrar la positividad del tiempo otorgado a la vida del hombre, porque con el paso de los años el hombre, pecador, con su esfuerzo y su trabajo, puede superar la maldición ligada a la culpa de Adán transformándola, de condena a medio de expiación».



De hecho, cada Mes está vinculado a una labor concreta, representada con una iconicidad inolvidable. En el proyecto de Antelami, el ciclo debía constar de dieciséis relieves, debido a la suma de las cuatro estaciones: pero solo quedan Primavera e Invierno, porque la obra no se completó por razones que desconocemos, quizás debidas a la muerte del escultor.

Cada Mes está personificado por una actividad, casi siempre vinculada a la vida del campo: figuras que sobresalen de la losa de piedra en redondo, con una suavidad de formas que parece resaltar una nueva autoestima. Estamos ante un ciclo en el sentido literal del término, ya que se presenta como una narración circular que comienza a partir del mes de marzo, en aquel entonces el primer mes del año en muchos municipios del centro de Italia con motivo de la fiesta de la Anunciación. Marzo es un joven de cabello despeinado, que toca un cuerno para advertir a todos de que desconfíen, desde un punto de vista atmosférico. Abril es mucho más confiado, con la forma de un joven rey que sostiene una rama en flor en una mano, a modo de cetro, y un lirio en la otra. De esta manera imita a la Primavera, una de las obras maestras de Antelami, una mujer con corona de flores, que se mueve con la ligereza de un ángel. Su vestido, sencillo y elegante, cae con pliegues que parecen ligeramente movidos por el viento.

Si todos los Meses “buenos” cuentan con testigos jóvenes, en los duros de otoño e invierno se introducen las figuras ancianas: el relevo tiene lugar con Octubre, un apuesto anciano de barba y cabello largo dedicado al solemne rito de la siembra. Noviembre es también un hombre de cierta edad inclinado para arrancar dos grandes nabos de la tierra, plasmados por Antelami con el realismo de quien sabe captar toda la belleza de la creación. Solo en Febrero regresa al campo un joven: no podía ser de otra manera, ya que hay que cavar la tierra aún endurecida por el invierno. Su gesto es sencillo y contundente, la pala entra visiblemente en el suelo volviendo a poner en marcha la vida. De esta manera, Antelami refuerza la dimensión circular del tiempo, porque sitúa a un joven cerrando el año, comenzando realmente el siguiente. Por lo tanto, no hay final, sino siempre un nuevo comienzo.

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«Los Meses de Antelami están marcados por una nobleza particular y una dignidad excepcional», escribe Frugoni. Y este, de hecho, es el aspecto más sorprendente del ciclo. El trabajo nunca se representa como esfuerzo fatigoso o castigo. Todos realizan los gestos necesarios casi con solemnidad, manteniendo una compostura que se refleja en el orden de la ropa. Nadie aparece como si el trabajo ya estuviera hecho, todos están representados cuando van a ponerse manos a la obra, con las manos levantadas en el momento previo a la acción. Es fácil captar en el realismo claro y sintético de Antelami casi un sentido de devoción por el trabajo, captado en ese momento suspendido. El trabajo, por tanto, como “obra”, cualquiera que sea el oficio, empezando por el de su escultor y arquitecto: «Bis binis demptis de Mille Ducentis / incepit dictus opus hoc Benedictus», como se lee en el arquitrabe de uno de los portales. «Quitando dos veces dos años de mil doscientos (es decir, en 1196), comenzó esta obra (un hombre) llamado Benedicto». Bendito sea, y bendito el mundo que nos ha narrado con sus esculturas.