Eugenio Borgna

Borgna. Sin esperanza no se vive

El gran psiquiatra italiano cumplirá en julio 90 años. Un encuentro online organizado por el Centro Cultural de Milán recorre con él su vida y pensamiento
Paola Ronconi

«Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo / yo tomé el menos transitado / y eso marcó toda la diferencia». Son versos de Robert Frost, citados por Adolfo Ceretti, profesor de Criminología en la Universidad Estatal Bicocca de Milán, para describir la larga vida del psiquiatra Eugenio Borgna. Una vida intensa que Ceretti y el escritor Luca Doninelli han celebrado online en un encuentro organizado por el Centro Cultural de Milán, moderado por Camillo Fornasieri.
El motivo era la publicación de El río de la vida, un libro donde el psiquiatra italiano recorre sus casi noventa años (los cumplirá en julio). Su nacimiento en Borgomanero, su adolescencia en la montaña con su madre y sus hermanas, cuando su padre era partisano. La licenciatura en Medicina en Turín, la complicada elección de la especialidad… En los recuerdos, el tiempo adopta un significado totalmente especial, es la memoria que el autor define en su libro como “emocional”, la de los estados de ánimo ante las cosas y las personas. Las vacaciones en el mar, por ejemplo, cuando el joven Eugenio tenía tiempo para leer. Sobre todo narrativa y poesía italiana y extranjera, especialmente la alemana, ocupaban un lugar privilegiado en el camino humano y profesional del psiquiatra, como pasión y ayuda para comprender la mente humana y su misterio. Al igual que las cartas, la música también le hará una gran compañía desde su juventud y durante toda su vida, pues –como él mismo afirma– «me aleja inmediatamente de las banalidades y convenciones de cada día, y me acompaña en el camino que lleva a mi interioridad, a las zarzas ardientes de las emociones, inundándolas de luz».

La especialidad en neurología, la enseñanza, el hospital psiquiátrico y el manicomio. Borgna define la psiquiatría como su «destino», y dice bien. Después de décadas tratando el dolor mental de muchísima gente, Borgna es una pieza fundamental de la revolución que tuvo lugar en Italia desde Franco Basaglia, que debería haber tenido aún un largo camino tras él.
«Es la primera vez que tomo la palabra ante una persona capaz de escuchar», admite Ceretti, fascinado por la capacidad de Borgna para «conectar su interioridad cultivada con música y textos con la del paciente que le narra su sufrimiento psíquico, imaginando lo que las palabras no logran expresar». Este es el camino más tortuoso y agotador que puede permitir “enganchar” con el dolor de un paciente. «Para escuchar y comprender ciertas experiencias, hay que identificarse con quien las ha vivido, sin considerarlas nunca ajenas a la condición humana», subraya Ceretti. Es decir, sintiéndolas uno mismo.

Lo mismo afirma el escritor Daniele Mencarelli en su última novela, Todo pide salvación. En la aventura psiquiátrica, él está al otro lado, es un paciente que pasa una semana en el hospital y describe así su falta de escucha: «Bastaba con escuchar, con mirar a los ojos, bastaba con dar una oportunidad. No lo hicieron porque la palabra es mercancía reservada para los sanos».
«Escuchar a los enfermos mentales es un trabajo agotador», afirma Ceretti. «No perder nunca el hilo del discurso, registrarlo todo en la memoria a medida que el discurso avanza. Sobre esa escucha imaginativa que Daniele necesitaba, Borgna se preguntó mil veces: “¿Cuánto dura el tiempo de estas conversaciones interiores, cuánto dura la melancolía, la tristeza, que nunca dejan que muera en nosotros la esperanza?”».

El manicomio que Borgna describe y define como una «comunidad de destino», donde el que cura y el que se debe curar no dejan de tener sus corazones “sintonizados”, se puede comparar con la cárcel, campo de acción de Ceretti. También aquí, la narración, el narrarse, puede ser «un punto de partida de auto-observación que da vida a un itinerario de cambio. Ahí dentro también puede nacer un chorro de esperanza y paradójicamente puede convertirse en un potencial espacio contra su función de “incapacitación”». En definitiva, puede convertirse en un lugar de curación, de resurrección.
Hace tiempo, un familiar de una víctima de terrorismo le dijo a Ceretti: «El silencio siempre ha sido algo que me da miedo, como el del Estado, una entidad silenciosa». Por eso, comenta, «partimos de una memoria congelada, incapaz de acceder a un chorro de esperanza. A las personas con las que trabajaba les pedía que se describieran y construyeran una memoria viva, capaz de afrontar los silencios, las complicidades. Lo que aprendí de los textos de Borgna es que para dar esperanza hay que salir de la memoria fijada por el dolor sufrido, abrir al futuro emociones asociadas a determinados hechos. Ahí reside la diferencia entre la verdad judicial y la narrativa, en la posibilidad de que cada uno pueda recuperar su dignidad incluso en las humillaciones. Solo dentro de estos “descongeladores relacionales” puedo mirar el mal que he cometido o sufrido».

La memoria, el recuerdo, será también el punto de partida para Doninelli en su intervención. «Nosotros estamos hechos de todo lo que nos encontramos. Estamos hechos de memoria». En el libro de Borgna la relación entre memoria y tiempo representa el trabajo psiquiátrico que supone el tratamiento, con el que «entro en mi propia interioridad para encontrar el punto de interioridad del otro». Una invitación a escucharse, «a acoger también el miedo, acoger a ese “otro” que hay en nosotros mismos, ese desconocido, abrirnos la puerta a nosotros mismos». De hecho, Doninelli hablaba en un artículo de la psiquiatría no como un oficio sino como una «manera de estar en el mundo».
«La novela que más me ha evocado a mí mismo durante el confinamiento ha sido La línea de sombra, de Joseph Conrad. Unos marineros preparados para la tempestad más dura se encuentran ante una situación de bonanza. Esa es la línea de sombra por la que debemos pasar para hacernos adultos. Su libro es un gran mapa del camino humano que se abre ante estas líneas de sombra, el camino humano en una dimensión adulta, evidente, que reviste el propio trabajo transformándolo… Dice una frase del libro: “Sin esperanza no se vive”, no puedo pedir nada más al instante que tengo delante. No tener nada que pedir es la muerte, mucho más que la muerte física. Pero la esperanza debe ir acompañada. Si no estás presente en la conversación que un hombre puede tener consigo mismo, en un momento dado la melancolía pasa a ser depresión, y la soledad se convierte en patología. Te vuelves inalcanzable».

En sentido horario: Camillo Fornasieri, Eugenio Borgna, Luca Doninelli y Adolfo Ceretti

La “psiquiatría amable” de Borgna habla por esta razón del vocablo alemán danke, “gracias”, que suena muy parecido a denken, “pensar”. De hecho, «el verdadero reconocimiento es el que hace reflexionar», afirma él mismo. «Basaglia reconocía en la locura un trastorno de las relaciones. En los manicomios no había relaciones. En Trieste y Gorizia nos dimos cuenta de una evidencia: se puede partir de la fragilidad, de una nostalgia de conversaciones que partan de lo que nos une, no de los que nos separa a unos de otros». A partir de esta “revolución” basagliana empezó a apostar por palabras que cambiaron «la forma concreta de relacionarse con los demás. Al oír hablar de locura, se separaba a las personas sanas de las que no lo estaban». Según Borgna, «el Zibaldone de Leopardi es el mayor texto de la psiquiatría moderna. Se muere de locura cuando uno se confía a la razón, cuando la razón se convierte en algo ajeno a las emociones». Ajeno a lo que el hombre siente.

Por eso la psiquiatría actual «se pregunta continuamente qué estoy viviendo, qué silencios, emociones, ansias, angustias…». Y así, «sin metáforas que hablen al corazón, no hay psiquiatría, porque el lenguaje de un psiquiatra decide el abanico más o menos amplio de posibilidades terapéuticas que cada psiquiatra lleva dentro. Emociones que a veces generan ansiedad respecto al futuro. Pero no hay futuro sin pasado, sin esperanza de la memoria. Las emociones me permiten entrar en relación con los demás, dar un sentido a lo que parecen deserciones emocionales, como la agresividad, que esconde una nostalgia desesperada de conversar. Hay que buscar el significado que nuestras palabras despiertan en la mirada de quien nos escucha».