Giuseppe Ungaretti

Ungaretti. Ebrio de universo

Se cumplen cincuenta años de la muerte del poeta de la guerra de trincheras, que nunca ha sonado tan actual. La potencia de sus palabras nos enseña hoy, incluso por las redes sociales, a «no apartar la mirada de las llagas punzantes»
Silvia Guidi

Cuando las cosas se complican, los pesos pesados de la literatura adquieren fuerza. Cuando la vida aprieta y las circunstancias se ponen difíciles volvemos a buscar, casi por instinto, las voces de los poetas. Viejos recuerdos de la infancia afloran como presencias amigas («presencias reales», como diría el crítico francés George Steiner) cuando buscamos una voz autorizada, clara, esencial, capaz de traspasar la pantalla, destacar entre las tertulias televisivas y volver a despertar nuestras vidas distraídas, apesadumbradas por las preocupaciones y el dolor. Y quién mejor que Giuseppe Ungaretti podría cantar «a algo parecido la vida». Cuando se cumplen cincuenta años de su muerte (nació en 1888 en una familia italiana que emigró a Egipto y murió en Milán el 2 de junio de 1970), el poeta que supo cantar al horror de la guerra de trincheras y devolver a la palabra toda su potencia original, nunca sonó tan actual como ahora.

«En los fangosos engastes de las piedras / como hierba de esta comarca / quiere temblar lento en la luz». Imposible no pensar en el pavimento de nuestras calles tras el confinamiento, en las piedras rodeadas de tierno verde primaveral en nuestras plazas. Tal vez por eso su poema ¿Por qué? ha circulado tanto estas semanas por las redes sociales, tanto en formato de texto como en audio. «A veces basta un verso para poder levantar la mirada de las fatigas de la vida y mirar al cielo», susurraba un podcast de Giovanni Gut dedicado a esa poesía, que se ha hecho viral como un indicador de belleza.

«Necesita algún alivio / mi oscuro corazón disperso», escribe Ungaretti con la descarnada belleza del salmista que implora la salvación a su Dios. Un grito totalmente laico pero profundamente religioso como el de El puerto sepulto y Alegría de naufragios, llamado a marcar un punto de no retorno en la literatura italiana del siglo XX. Ungaretti no fue el primero en elegir el verso libre, pero la manera en que lo utiliza es totalmente nueva. «En los fangosos engastes de las piedras / como hierba de esta comarca / quiere temblar lento en la luz (…) Se ha aplanado / como riel / mi corazón auscultante / pero se descubría siguiendo / como estela / una navegación desaparecida». Un corazón “auscultante”, aplastado por los estragos del luto, descrito en el acto reiterado de la auscultación, en una mirada incesante hacia el fondo de uno mismo sin darse tregua. En busca de un puerto sepulto, un muelle donde atracar. «Pero yo no soy / en la honda del tiempo / sino esquirlas de piedras carcomidas / de la improvisada senda / de guerra».

Todo poeta auténtico es profeta a su pesar, un sanador herido que nos enseña a no apartar la mirada de las llagas punzantes, del punto ardiente del que manan las preguntas, en una improvisada senda de guerra por la que todos nos encontramos caminando. «Miro el horizonte / que se viruela de cráteres», escribe el soldado raso Giuseppe Ungaretti en el frente del Carso, durante la Primera Guerra Mundial («Carsia Giulia, 1916», se lee al final del último verso, como si fuera el encabezamiento de una carta para el contrario). Y acuden a nuestra memoria las imágenes de los cementerios improvisados para hacer frente a la pandemia de estos días, con la tierra surcadas de fosas juntas para optimizar el espacio. Un escenario de muerte y desolación cuyo eco resuena en los hechos de hace un siglo, que se refleja en la conmoción de una lucha contra un enemigo invisible.

Con su nieta Anna.

«Mi corazón quiere iluminarse / como esta noche / al menos con surtidores de cohetes (…) pero no me deja / siquiera un signo de vuelo». El corazón entendido en sentido bíblico: el sentimiento que se prueba ante lo que sucede, sí, pero sobre todo ese nivel profundo de la conciencia que se interroga sobre todo lo que existe. «Mi pobre corazón / aterrado / de no saber», dice el último verso de ¿Por qué?, símbolo de una razón que se deja interpelar y busca el sentido de la realidad. Incluso cuando se ve inmersa en la oscuridad, como en la preciosa y celebérrima poesía titulada Hermanos. «¿De qué regimiento sois, / hermanos? / Trémula palabra / en la noche / Hoja recién nacida / En el aire espasmódico / involuntaria revuelta / del hombre presente a su / fragilidad / Hermanos». En la oscuridad total de una noche de guerra, algo sigue creciendo misteriosamente, algo secretamente vital. Siempre hay algo o alguien que convoca, que llama al lector a un diálogo intenso con la poesía de Ungaretti. A veces el destinatario del poema aparece señalado de manera explícita, como su amigo el poeta Ettore Serra en Despedida. A veces el protagonista es un paisaje, un árbol, un trozo de muro, un destello de luz. Pero a través de todo eso se deja oír la voz del poeta que siempre involucra al lector, corriendo el riesgo de irritarlo con su esencialidad llevada al extremo, con su solemnidad sencilla, fronteriza con el silencio.

Siempre a la escucha, porque en cualquier momento puede abrirse de par en par el asombro. «De improviso / se alza / sobre los escombros / el límpido / estupor / de la inmensidad», escribe en Vanidad, que pertenece a Alegría de naufragios. El autor obedece primero a algo externo a sí mismo, a algo o alguien que “dicta dentro” –como diría Dante– una arquitectura de palabras precisas. «En cierto sentido, se hace poesía sin pensar, porque hay que hacerla», decía en una entrevista televisiva en 1961 a Ettore Della Giovanna, cuando le preguntó cómo funcionaba materialmente la inspiración. «El primer libro de poemas, El puerto sepulto, y también una parte de Alegría, lo escribí en la trinchera, en trozos de papel que conseguía, en envoltorios de balas, en pedazos de cartón, en el reverso de tarjetas. En medio del peligro, entre un tiro y otro. Cuando estaba en el frente durante la guerra, me encontré también ante un lenguaje que por fuerza debía renovar, hacer esencial, pues no tenía tiempo para utilizar un lenguaje complejo, necesitaba un lenguaje que fuera esencial, reduciéndolo al máximo». Lo imponían las circunstancias.

«Me lo encontré», repite Ungaretti (casi como un gruñido, con esa voz agresiva que subrayaba las “erres” de esa manera tan característica). Las palabras llegaban solas, buscaban atención y la obtenían, manteniendo la promesa de regalar tesoros inesperados al conocimiento y desenterrar un puerto sepulto, un lugar donde atracar y encontrarse, donde fuera posible dialogar a fondo con sus hermanos los hombres. Aunque, admite, «la palabra nunca conseguirá revelar el secreto que habita en nosotros, nunca. Lo acerca», destinada como está a profundizar siempre entre «bloques de oscuridad que horadar».

La idea del “puerto sepulto” nace de una sugerencia de su ciudad natal, Alejandría de Egipto. De hecho, allí hablaban de un puerto sumergido que se remontaba a la época anterior a la conquista de Alejandro Magno. El puerto enterrado durante siglos es ese lugar misterioso al que desciende para sacar esos versos escondidos entre los pliegues de lo cotidiano. «No conozco ningún sueño poético que no se haya fundado sobre alguna experiencia que haya tenido directamente. Los discursos siempre me han molestado», escribe refiriéndose a su tercer libro de poemas, su obra preferida, titulada El dolor. La poesía es, afirma el autor, «la medida, no la medida del misterio, algo humanamente insensato, sino de algo que en cierto sentido se opone al misterio, aun siendo para nosotros su más alta manifestación». Un diálogo, o mejor dicho, un duelo con lo que sucede, pero con la sencillez de un juego de niños, una mirada que se deja alcanzar por el asombro límpido del «delirante fermento» de la vida, fuente de una alegría irracional, de una extraña gratitud que resiste incluso bajo las bombas. La misma alegría inexplicable descrita en La noche hermosa (24 de agosto de 1916): «¿Qué canto se ha elevado esta noche / que teje / de eco cristalino del corazón / las estrellas? / ¿Qué fiesta surgida / de corazón en nupcias? / He sido / un espejo oscuro / Ahora muerdo / como un niño la teta / el espacio / Ahora estoy ebrio / de universo».