Una escena de la película "Vida oculta", de Terrence Malick

«Pero yo soy libre»

Un hombre solo, pero no solitario. Una vida que permanece fiel a la promesa inscrita en cada uno de nosotros. Vida oculta, la nueva película de Terrence Malick
Andrea Monda*

A Hidden Life. Vida oculta es el título de la última película de Terrence Malick, presentada en mayo de 2019 en el Festival de Cannes, donde obtuvo el premio del jurado y el premio François-Chalais, y representa un retorno del cineasta hacia una narración más lineal después de un periodo experimental en los años 2011-2017, que abrió con su obra maestra El árbol de la vida. La trama se inspira en la historia biográfica de Franz Jägerstätter (1907-1943), campesino y objetor de conciencia austriaco, ajusticiado por los nazis a los 36 años. Solo veinte años después de la guerra, el nombre de Franz Jägerstätter afloró en la memoria pública gracias a los textos del sociólogo Gordon Zahn y del monje trapense Thomas Merton, ambos pacifistas. En junio de 2007 fue reconocido mártir por el papa Benedicto XVI y el 26 de octubre de ese mismo año, día de la fiesta nacional austriaca, fue beatificado en la catedral de Linz.

El film de Malick parte de una intención casi “historiográfica”, se abre con el video de un desfile de Hitler y va escalonado por fechas que se visualizan sobre la pantalla, pero enseguida se revela como una película poderosamente íntima, dominada por sus dos protagonistas, Franz y Franziska, interpretados admirablemente por August Diehl y Valerie Pachner. Tal vez el aspecto más hermoso del film sea el diálogo, principalmente mudo, entre los dos amantes. Las imágenes abrazan continuamente a los personajes, mostrando la intensidad física del drama, la fuerza de los arrebatos amorosos y el sentido de tragedia que acecha sobre esta familia normal de “gente tranquila de campo”.

Estamos ante un Malick al máximo de sus capacidades que muestra el amor sin empalagos ni redundancias, narrándolo mediante gestos y palabras casi “inexpresados”, propios de una pareja llena de confianza en el sueño de su vida y en su sencilla existencia cotidiana, inmersa en el microcosmos de las montañas austriacas. La construcción relativamente lineal del film no obstaculiza sin embargo el estilo de Malick, del que el cineasta británico Christopher Nolan ha dicho que es capaz como pocos de una «forma de narrar que no se puede filmar». Ese estilo vuelve a encontrar en esta película un punto fuerte en las voces en off que desvelan la pulsión más profunda que fluye bajo las imágenes con la forma de monólogos interiores, ecos de palabras pronunciadas o cartas leídas, se puede llegar a afirmar que en Vida oculta las voces en off encuentran su expresión más eficaz, puesto que esta película es esencialmente un drama de conciencias. Esas voces susurrantes conducen al espectador directamente al santuario de la conciencia de Franz. Son voces que proceden del silencio. De hecho, Franz es sustancialmente un hombre de pocas palabras, pero palabras justas. La suya es una voz silenciosa, en el sentido de que su silencio permite acoger, crear un espacio donde puede emerger la conciencia, la suya, la de otros personajes y la conciencia misma del espectador. En sus silencios, Franz/Malick nos “acoge”, deja al espectador aquello de lo que es capaz, le pro-voca.

Desde este punto de vista, no sorprende la decisión del cineasta americano de contar la historia de este oscuro campesino, recientemente beatificado, porque en cierto modo se puede decir que hay una suerte de proceso de identificación en él. Malick también es un hombre como Franz, esquivo, reservado, delicado, ligado a la tierra y al trabajo, y sobre todo taciturno. En el rutilante mundo del cine y del star system, el pluripremiado director americano es casi un hombre “invisible” que no concede muchas entrevistas ni le gusta demasiado mostrarse en público, con una timidez que roza el límite de lo patológico. También Malick, como Franz, es un hombre que, en silencio, vive y actúa “distintamente”, diferente de la gran mayoría de sus colegas, la suya es una “vida oculta” pero al mismo tiempo abiertamente contra corriente, declaradamente un signo de contradicción.



¿Con qué se puede comparar el cine de Malick respecto al resto del cine contemporáneo? Es difícil encontrar algo o alguien que se le parezca. Y pasa lo mismo con Franz. ¿Cómo se justifica su gesto que, en una soledad total respecto a todo el resto del viaje, parece una profunda y testaruda contestación? La de Franz es una voz que se alza contra la marea creciente del nazismo que sumerge todo lo que encuentra, una voz paradójicamente muda. Él calla casi siempre, especialmente los días de su detención y del juicio, como si no sintiera el deber (o no fuera capaz) de justificar su gesto. Igual que el siervo sufriente del libro de Isaías, Franz no habla, «como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía» (Is 53,7).

Como en otras películas de Malick, como El árbol de la vida, la palabra se transforma dejando espacio a la oración. Las voces gimientes y orantes hacen de banda sonora a una serie de imágenes que –y aquí reside también la clave del arte de Malick– ponen en el centro el mundo natural, en este caso los Alpes austriacos. En Malick, la naturaleza siempre es el otro protagonista, sucede en todas sus películas. Aquí parece que los campos alpinos de Austria, con la hierba alta y las demás gramíneas ondeando al viento, sirven de contrapunto a la cruel historia de los hombres. Si las historias humanas tienden a las tinieblas y a la desesperación, la mirada contemplativa del director y sus protagonistas hacia la naturaleza que cada año renace en primavera parece capaz de sostener la esperanza, como escribe Franziska a su marido en la cárcel.

Drama de conciencias, Vida oculta también es inevitablemente el drama de la libertad. La fuerza tranquila del protagonista no solo reside en el gesto que realiza sino sobre todo en lo que se niega a hacer. Franz decide, totalmente solo contra todo y contra todos, no sumarse al culto de la fuerza, de esa fuerza que en aquel momento parece extenderse y vencer. Al obispo que le recuerda su deber con la patria, el campesino responde: «Si Dios nos ha dado el libre arbitrio, nosotros somos responsables de lo que hacemos y de lo que no hacemos».

Pero el momento más hermoso del film, el que encierra todo su sentido, está en esas cuatro palabras con que Franz responde al abogado que, poniendo ante sus ojos el folio de adhesión al nazismo, le tienta diciéndole: «Si firmas, te dejarán libre», a lo que Franz responde: «Pero yo soy libre».

Son pocas las palabras que dice este hombre solo contra todos, pero todos quedan sacudidos por su comportamiento gentil y silencioso, hasta el punto de que el juez del tribunal militar (Bruno Ganz, en su última aparición en la gran pantalla), pocos minutos antes de la sentencia final, se siente turbado y le pregunta, como un nuevo Pilatos: «¿Me juzgas?». «No», responde Franz, «pero siento no poder hacer algo que considero profundamente malvado e injusto».



Franz es un hombre solo, pero no solitario. Es un hombre que ama porque es amado. Desde un cierto punto de vista, Vida oculta es la historia de un largo diálogo, muchas veces a distancia, entre marido y mujer. Por un lado, ella parece movida por un realismo responsable; por otro, es la fuente de una confianza siempre renovada. Franz sufre en prisión a manos de sus carceleros, pero también sufre Franziska en una vida alejada de su marido, una existencia cada vez más difícil en un país hostil. La alternancia de las escenas nos muestra cómo dos se sostienen viviendo el uno para el otro, el uno gracias al otro, atreviéndose a gestos de solidaridad por otros que necesitan ayuda inmediata. Se convierten en dos puntos de luz en un mundo envuelto en las tinieblas. Hay una escena solo aparentemente secundaria donde un paisano de Franz, pintor de frescos sagrados, pregunta a su amigo: «¿Este año será el fin del mundo? ¿Será la muerte de la luz?». Sí, en aquellos años cuarenta las tinieblas parecían dominar el mundo y hubo que esperar varias décadas para que esta historia se empezara a oír contar.

Ha habido que esperar sobre todo a este film de Malick que toma su título de unas significativas palabras de George Eliot en su novela Mediados de marzo de 1871: «El crecimiento del bien en el mundo depende parcialmente de actos ignorados por la historia; y si las cosas no nos van tan mal como podrían irnos a ti y a mí, se debe en parte al número de personas que han vivido fielmente una vida oculta y reposan en tumbas olvidadas». Malick ha revelado esta vida oculta, una existencia humana vivida “fielmente” (y este es el punto crucial: permanecer fieles a esa promesa inherente a toda vida humana) y lo ha hecho con su estilo, fino y discreto, preservando así el misterio. ¿Qué más se puede pedir a una película?

*director de L’Osservatore Romano. Artículo publicado en Tracce