Filippino Lippi, Anunciación (1482), en el Palacio Marino de Milán hasta el 12 de enero

Tres imágenes de María de cara a la Navidad

La tradicional exposición navideña organizada en Milán en torno a la figura de la Virgen este año se centra en tres cuadros. Tres momentos de la Encarnación del Señor que hacen visible la ternura de Dios por el hombre
Giuseppe Frangi

Estos días son una buena ocasión para recuperar tres imágenes de la Virgen que pueblan la navidad milanesa, en la que tal vez sea la ciudad más desencantada y moderna de Italia. Al multiplicarse, su presencia se refuerza y pone aún más al descubierto deseos y esperanzas insospechadas. Basta ver las miles de personas que dedican su tiempo a hacer cola, esperando poder contemplar la imagen de María. Un rito que se repite año tras año en la exposición gratuita que organiza el Ayuntamiento por estas fechas. Aunque esta vez, esa imagen se ha triplicado.

Artemisia Gentileschi, Adoración de los Magos (1634), en el Museo Diocesano de Milán hasta el 26 de enero

Siguiendo un orden cronológico de llegada, la primera propuesta la encontramos en el Museo Diocesano, con una obra de una de las pintoras más famosas de la historia, Artemisia Gentileschi, que normalmente se encuentra en la catedral de Pozzuoli. Se trata de una Adoración de los Magos en una tela de grandes dimensiones donde las figuras enormes de los tres reyes parecen girar alrededor de la imagen de María, mucho más estilizada. Es un cuadro de tonos un tanto sombríos pero con un ímpetu muy napolitano. La Virgen aparece como una plebeya de rostro hermoso y fino, con el cabello recogido hacia atrás, dejando al descubierto cuello y mejillas, semejando al que entonces era punto de referencia para todos como fue Caravaggio (Artemisia pintó esta obra en 1634). Es una María menuda, casi con los ojos cerrados, como si experimentase una dulzura indecible al presentar a su Hijo ante los tres extranjeros que vienen a adorarlo. Al contemplar la imagen, nos sentimos como el primero de los reyes, el que aparece en primer plano, que alza y abre sus ojos de par en par, imantado por esa dulzura que expresa la actitud de María. La desproporción de su enorme figura parece reflejar las dimensiones del estupor que le invade.

La siguiente es una María que regresa a Milán. Se trata de la Madonna Litta, que vuelve del Ermitage y ahora se expone en el Museo Poldi Pezzoli. Llega con la firma de Leonardo da Vinci, aunque gran parte de la crítica la atribuye a Boltraffio, uno de los discípulos que mejor interiorizó las enseñanzas de su maestro. Sea de quien sea, es una imagen de una perfección deslumbrante. María amamanta al Niño en una sala que abre sus ventanas a un hermoso paisaje prealpino pintado en una gama de azules. El cuadro bebe del estilo introducido y experimentado por Leonardo en la etapa central de su larga estancia milanesa, en torno al año 1490. En el siglo XIX esta imagen se incorporó a la colección de los duques de Litta, que la colocaron en su suntuoso palacio de Corso Magenta. Más tarde, en 1865 el zar Alejandro II la compró y se la llevó a san Petersburgo.

Leonardo, Madonna Litta (ca. 1940), en el Museo Poldi Pezzoli de Milán hasta el 10 de febrero

También en este caso el eje central del cuadro, el que explica su fascinación, es el eje de miradas. Primero la intensa mirada de María, una mirada que se inclina para embeberse literalmente de su Hijo. La otra es la mirada del Niño, que inesperadamente se dirige hacia nosotros y casi nos invita a entrar en el cuadro. De modo que no somos simples observadores sino que estamos llamados a formar parte de esta familiaridad de relaciones.

La tercera imagen de María es la que se expone en el Palacio Marino, con motivo de la tradicional muestra navideña. Se trata de una Anunciación de Filippino Lippi, artista florentino que siguió los pasos de su padre, Filippo, gran pintor que fue fraile carmelita que se enamoró de una monja, Lucrezia Buti. El papa Pío II disolvió sus respectivos votos. Esta es una Anunciación que emociona por su elegancia y suntuosidad. El Ángel y María dialogan desde el centro de dos grandes círculos, en hermosos marcos tallados en madera. Esta Virgen maravilla por la belleza de su postura, su hábito y el contexto en que se muestra. Una Virgen que se nos ofrece como la joya más bella, donde cada detalle evoca perfección, exterior e interior. El culmen vuelve a estar en su mirada, donde esa perfección se torna en obediencia.