Padre Mauro Lepori (foto: Filmati Milanesi)

La democracia es fruto de la caridad

La Charta Caritatis, que regulada las relaciones entre las abadías cistercienses, cumple 900 años. Pero aún tiene mucho que decir a los que reflexionan sobre la crisis de las instituciones democráticas
Maurizio Vitali

Una tesis fascinante y bien fundada: el primer “manifiesto” de principios para una convivencia civil democrática es la Charta Caritatis, la constitución de los monjes benedictinos-cistercienses, confirmada por el papa Calixto III en 1119, apenas 21 años después de la fundación de la abadía madre de Citeaux. Un siglo antes de la Magna Charta Libertatum, generalmente proclamada como la primera formulación de principios democráticos, sin duda influenciada por la Charta Caritatis. Las abadías cistercienses eran trece en aquel momento, sus relaciones venían fijadas por un texto normativo, una suerte de “pacto” entre los abades que tenía como estrella polar la caridad.

El texto es más bien breve: once capítulos que ocupan unas doscientas líneas, pero resultad de gran actualidad. Con motivo del noveno centenario de su promulgación, el Centro Cultural de Milán, junto al padre Mauro Lepori, abad general de la orden, y el profesor Stefano Zamagni, economista y presidente de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, consideraron que ese aniversario podía ser una ocasión no solo para la vida religiosa de los interesados directos sino para la vida civil de todos. La cita con los dos protagonistas fue el pasado viernes 18 de octubre bajo el título “De la convivencia a la democracia: la escritura de la caridad”, y estuvo llena de puntos de juicio muy útiles para la actualidad política: reflexivos los que ofreció el monje, incendiarios los que lanzó el profesor.

Stefano Zamagni

Lo primero que señaló el padre Lepori fue que la Charta no precede, sino que es fruto de una experiencia («hoy se suele alterar este orden –apuntó Zamagni–, lo cual es un desastre: basta ver el justicialismo»). También es fruto, prosiguió Lepori, «del deseo de que esa experiencia permanezca», es decir, de la voluntad de «salvar ante todo el carisma original». Según la Charta, la vida de cualquier comunidad debe seguir fielmente, en todas las abadías, la regla de san Benito. El primado de Citeaux no debe afectar a la independencia operativa ni a la autosuficiencia económica de cada una. Las relaciones son de “fraternidad”, a diferencia del centralismo de Cluny (la otra gran rama benedictina). Por tanto, para salvar el carisma «queremos y os pedimos observar en todo la Regla de san Benito igual que es observada en el Nuevo Monasterio. No debe cambiar el sentido de la lectura de la santa Regla». Pero este ya es el segundo capítulo. En la Charta se introduce también el Capítulo general anual, lugar de la unidad y del apoyo mutuo en el seguimiento del carisma. Es el capítulo séptimo, donde se establece el principio de la “visita”, como ocasión de verificar el camino.

Pero el primer capítulo… el primer habla de impuestos. Llamativo, ¿verdad? El corazón de todo es la caridad, es decir la caridad de Dios. Lepori cita: «Puesto que todos nos recocemos siervos inútiles del único y verdadero Rey, Señor y Maestro, no queremos imponer ninguna obliga¬ción económica ni ningún impuesto a nuestros abades o a nuestros hermanos los mojes, a los que, por nuestro medio –aunque seamos los más míseros de los hombres– la piedad divina estableció en diversos lugares bajo la disci¬plina regular. Deseosos de serles útiles, así como a todos los hijos de la santa Iglesia, determi¬namos que no queremos hacer nada con relación a ellos que les resulte gravoso, ni nada que disminuya su haber, por miedo a que deseando enriquecernos con su pobreza no podríamos evitar el vicio de la avaricia que, según el apóstol, es una idolatría».

Los cluniacenses practicaban el ora; el labora lo hacían en outsourcing, es decir, se lo encargaban a otros. Los cistercienses vuelven al ora et labora integral. «Así llegaron a producir riqueza –subrayó el economista Zamagni–, mucha riqueza», porque eran eficientes. Una riqueza de la que debían «hacer buen uso», dice la Charta. «San Bernardo, cisterciense, es el primero que plantea el problema de una riqueza inclusiva –explicó Zamagni–. A los franciscanos, herederos de un fundador dotado de una gran experiencia y espíritu emprendedor y comercial, les tocó hallar la manera de repartir la riqueza. El mercado civil, como lugar de circulación de la riqueza, nació en el año 1300 en Umbria y Toscana». «No es lícito enriquecerse a costa de la pobreza de otros, dice la Charta –señaló Zamagni– por el principio cristiano de fraternidad, que no es lo mismo que solidaridad». Sucede también con el asistencialismo («no tiene ningún sentido de la dignidad humana»), heredero de la filantropía del XVII, «que no tiene nada que ver con el cristianismo». ¿Por qué? «La Charta Caritatis distingue entre limosna y beneficencia. Esta supone y establece una relación humana para compartir y una respuesta proporcionada a la necesidad; la limosna no. De ella derivan la filantropía y actualmente el asistencialismo».

Por tanto, el principio de la caridad está en la base de las relaciones entre comunidades monásticas, pero también de una cierta idea de sociedad civil y economía. ¿Pero cómo actúa la caridad en la persona? Según el padre Lepori, «la Charta Caritatis dice siempre que la caridad debe ser educada continuamente, hasta la corrección mutua. Esto vale ante todo para los abades, es decir, los líderes de las comunidades, llamados a convertirse continuamente en hijos y discípulos. La cuestión, para todos, es permanecer en una vida de comunión, hacer una experiencia de abandono a un lugar de fraternidad. Empezando, insisto, por los líderes. El que guía es el primero que debe ser formado y corregido. Solo así se realiza el necesario trabajo de la unidad». Que no puede darse por descontado. Ni en la Iglesia, ni tampoco en la política. «Actualmente, ¿en qué parlamento –se preguntaba el abad general– se discute, se trabaja, se lucha por la unidad?».



Se trata de la negative politics, en palabras de Zamagni, «la deslegitimación de las propuestas del otro, sean las que sean, para maximizar los propios objetivos individuales». Esa es la raíz: el individualismo, especialmente el libertario de la segunda secularización, en los años 60 y 70 del siglo pasado. «Si la primera tenía como regla de oro comportarse como si Dios no existiera, la segunda pide comportarse como si la comunidad no existiera», apuntó Zamagni. «El utilitarismo como falsa respuesta a la necesidad de felicidad –añadió el profesor– ha consolidado estructuras de pecado, según la definición que Juan Pablo II estableció en la Centesimus annus» para indicar determinados centros o ejes de poder que ofrecen al pueblo un menú de opciones irrelevantes para un verdadero cambio. «Por eso el papa Francisco no habla de reformas sino de estrategia transformadoras».

¿Con qué fuerza? Lepori volvió entonces al corazón de la cuestión, la caridad, «forma suprema de política, porque es la única fuerza capaz de vencer la división. No de una vez por todas, sino como posibilidad continuamente abierta para encontrar una comunión. ¿Qué otra cosa puede ser la política más que servicio a la unidad sinfónica de un pueblo? Por eso está hecha, más que por políticos, por santos, profetas y testigos. Por aquellos que adoran un amor más grande o que, aun inconscientemente, reconocer una realidad mayor como principio y objetivo de su acción. Un buen ejemplo es el ministro etíope justamente galardonado con el Nobel de la Paz».

A propósito de estrategias transformadoras, Zamagni destacó que la democracia auténtica es aquella que permite no simplemente la libertad para elegir, sino la libertad para decidir. La primera restringe el campo al menú propuesta por el poder, a las opciones ya ofrecidas por lógicas que no son las de la caridad y la experiencia del pueblo. El economista terminó recordando dos citas convocadas por el Papa para favorecer la “decisión” de los hombres y mujeres de buena voluntad respecto a un ideal que revista el futuro de la economía y la educación: del 24 al 28 de marzo en Asís, un foro de mil jóvenes economistas y emprendedores de todo el mundo para reflexionar sobre una nueva economía; y a mediados de mayo un encuentro al que están invitados los jefes de Estado del G20 y los organismos internacionales, como la Unesco, para firmar un Pacto global sobre educación.