El encuentro en el Auditorio San Fedele (foto: Pino Franchino)

«El que aquí abajo no ha encontrado el cielo no lo hallará tampoco arriba»

¿Todavía tiene algo que decir el cristianismo a nuestras sociedades? A esta pregunta trata de responder La apuesta católica, el libro de Chiara Giaccardi y Mauro Magatti presentado en Milán con Massimo Recalcati, Julián Carrón y Mario Calabresi
Maurizio Vitali

«¿Sigue habiendo aún un nexo entre el destino de nuestras sociedades y la historia del cristianismo?». Esta pregunta como subtítulos resume muy bien la cuestión que aborda el libro La scommessa cattolica (La apuesta católica, ndt.), escrito por Chiara Giaccardi y Mauro Magatti, profesores de Sociología en la Universidad Católica, que se ha presentado en Milán con la participación del psicoanalista Massimo Recalcati y Julián Carrón, junto al periodista Mario Calabresi como moderador.

Volvamos a la pregunta inicial. Parece nutrirse de la que hace Jesús en el Evangelio de Lucas. «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Y resuena también la de Dostoyevski en Los demonios: «Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del hijo de Dios, Jesucristo?». Resuena, pero en cierto modo también la vuelve a plantear hoy. Y el mundo contemporáneo al que se enfrenta este libro, en palabras de Calabresi, es el de un cristianismo que crece en el mundo pero tiende a caer en la irrelevancia y falta de voz en Europa. Por tanto, replantea la “pregunta” así: «En el cielo vacío de Europa, ¿todavía hay espacio para preguntar sobre Dios?». O bien: «¿Cómo y con qué consecuencias se está deshaciendo la pregunta sobre el sentido?».



El libro responde a estas preguntas siguiendo una pista teológica, pero «haciendo dialogar nuestra competencia profesional sociológica con la dimensión personal y existencial. Partiendo de una pregunta, que es la del subtítulo y que es para todos». Magatti se muestra de acuerdo con Olivier Roy, politólogo experto en islam, que identifica en el fenómeno del 68 la aceleración de la desconexión entre cultura europea y cristianismo. Lo cual le lleva a preguntarse: «¿Europa seguirá existiendo si deja de dialogar con sus raíces cristianas?». Y añade: «¿La fe puede existir sin interceptar la antropología actual, es decir, lo que sucede en la vida real de la gente?».

Pero este libro sitúa el primer origen de esa desconexión cinco siglos atrás, lo señala Carrón. «La ruptura protestante, las guerras de religión, la consiguiente idea de que es necesario un acuerdo sobre valores nacidos del tronco del cristianismo pero ahora laicizados, separados de la religión. En el 68 esa separación se acelera y se visualiza porque esos “valores” ya no son compartidos. Hasta entonces aguantaron un poco, pero ya no se sostiene. Es un dato que este libro muestra muy bien. Es el cambio de época del que habla el papa Francisco». ¿Y la Iglesia? «No ha sido capaz de interceptar la pregunta. De ahí la falta de interés general por la cuestión religiosa; no se trata de una lucha contra el cristianismo, sino de indiferencia y apatía».

Por la izquierda: Massimo Recalcati, Mauro Magatti, Chiara Giaccardi, Julián Carrón y Mario Calabresi

Carrón pone en evidencia otro aspecto de la cuestión que aborda el libro, que «la modernidad también ha tenido que medirse con el intento ilustrado, medir sus resultados, verificar si es capaz de ofrecer propuestas a la altura de las preguntas». En una reciente entrevista –recordó el responsable de CL–, el filósofo y psicoanalista Galimberti había identificado en el «nihilismo, en el vacío de sentido» el corazón del drama de las generaciones jóvenes. Cita la amarga instantánea de André Malraux (La tentación de Occidente): «No existe ningún ideal por el que podamos sacrificarnos porque conocemos la mentira de todos, nosotros que no sabemos qué es la verdad». La Iglesia y la modernidad, al menos en cierto modo, ¿están afrontando estos desafíos? ¿Y qué pasos han dado?
Aunque esto será objeto de la “siguiente ronda”.

Desde su punto de vista, Recalcati lee –y valora– el trabajo de Giaccardi y Magatti, situando en el centro la “figura” de la fe y su relación con “el sentido”. Comparte especialmente que el enemigo moderno del cristianismo es la abstracción (Magatti-Giaccardi), es decir el cientificismo (Recalcati), el “fetichismo del número” desahucia al “carisma del padre”, es decir, elimina su rostro y su nombre propio, que son irreductibles a la abstracción. Comparte que “la vida es el lugar de la verdad” y que verdad y vida no pueden ir separadas. Fe y esperanza tampoco pueden ir separadas de la caridad, del amor, como ya apuntaba Pasolini en sus Escritos corsarios, porque entonces provocarían delirios de omnipotencia totalitarios. En definitiva, Recalcati destaca que La apuesta católica desarrolla una concepción “no perversa” de la palabra “falta”. De hecho, la falta «no es un menos, no debe entenderse como privación o penuria (que se saca con cada vez más numerosos objetos de consumo que dan paso a una bulimia consumista) sino un más, es el motor del deseo». O el lugar de la “excedencia”, que es la palabra que utilizan los autores. Una fuerza y no una mutilación.

Chiara Giaccardi habla de «impulsos» necesarios para volver a incluir en la agenda la cuestión del sentido. Y Calabresi le pregunta cuáles son esos impulsos. Responde: «Primero, evitar la deriva identitaria. Apostar por la fuerza del cristianismo, que no radica en ser un sistema cerrado, autorreferencial, sino en la paradoja» de Dios hecho hombre.
El segundo impulso es «hacer uso de esa excedencia», ese «desequilibrio –aquí vuelve el deseo– que abre a la fe como abandono a Otro, que sale de la cadena acción-reacción, y hace la vida venturosa y abierta, no hay que poner la fe a salvo por la vía doctrinaria».

Calabresi insiste: ¿Y cómo se recupera en la sociedad el deseo que, como habéis dicho, se ha mercantilizado? Para Carrón, «ese es justamente el desafío. El deseo no se puede dar por descontado. La persona es estructuralmente deseo, precisamente por su desproporción, por esa falta; pero el deseo puede verse desviado, aletargado, encogido. Por eso, este es el desafío que tienen que afrontar la Iglesia y la sociedad, ¿quién vuelve a despertar a ese deseo?».
Otra cosa en la que Carrón insiste es que, en cualquier caso, «hay algo en el hombre, en el corazón humano, un deseo, que es en último término inextirpable e irreductible». Hasta en el nihilista más convencido. Cita entonces al escritor francés Michel Houellebecq que, en una carta pública a Bernard-Henri Lévy, decía: «Tuve cada vez más a menudo –me es penoso confesarlo– el deseo de gustar. Un poco de reflexión me convencía cada vez, por supuesto, de que este sueño era absurdo; la vida es limitada y el perdón imposible. Pero la reflexión era inútil, el deseo persistía; y debo confesar que persiste hasta la fecha».
Para terminar, «¿el cristianismo tiene algo real que poner delante de esta pregunta, una respuesta que no elimine el deseo?». Un indicio claro de respuesta está, por ejemplo, en el diálogo de Jesús con la samaritana, donde Jesús se muestra él mismo como la verdadera agua que sacia, que no lo elimina pero responde al deseo. La verdad se ha hecho carne. Este es el desafío y la promesa, la hipótesis que proponer a los que creen ya saber qué es el cristianismo, pero que nunca lo han encontrado verdaderamente».

Jesús y el deseo. Así es en la “versión” de Recalcati: «El deseo es una llamada, que enciende una responsabilidad en el sujeto. Jesús imanta, atrae, convoca; nunca juzga en función de unos valores, sino que cumple la ley proponiendo una vida viva, generadora, por usar el mismo término que Magatti, capaz de deseo. Reavivar el fuego del deseo significa volver a introducir una dimensión de trascendencia que se pueda experimentar ya aquí, en esta tierra. De otro modo sería una impostura».

Dos citas espléndidas de Chiara Giaccardi cierran la velada. La primera es de T.S. Eliot, sobre el deseo: «No hay que tener miedo al grito del corazón que espera lo imposible». La otra es de Emily Dickinson: «El que aquí abajo no ha encontrado el cielo no lo hallará tampoco arriba». Retoma la promesa del Evangelio, lamentablemente muy escondida en los programas pastorales aun siendo la más decisiva: el ciento por uno aquí abajo.