Takashi Paolo Nagai, un buscador de Nagasaki

Una exposición en el Meeting de Rímini cuenta la vida y conversión al cristianismo del radiólogo japonés, que inicia un camino de búsqueda de la verdad a raíz de la muerte de su madre
Carla Vilallonga

Japón, 1908. Nace Takashi Nagai en el seno de una familia de tradición budista y sintoísta. Crece ateo y con una gran confianza en el progreso del hombre, así como con un gran sentido patriótico y de sacrificio. En el barrio donde vive suenan campanas tres veces al día: son los cristianos, esos supersticiosos que todavía tienen creencias absurdas. Pues más allá de la materia, piensa Takashi, no hay nada.

Algo cambiará cuando su madre, moribunda por una enfermedad que le impide expresarse con palabras, le mira justo antes de fallecer. En un instante Takashi comprende por su mirada que existe algo más fuerte que la muerte. A partir de ahí el joven japonés inicia la búsqueda de ese algo. Se decide, así, a leer a Pascal, pues era un científico que usaba muy bien la razón y no contraponía a esta con la fe. Los textos que va conociendo que le hablan de ese quid misterioso de la vida le generan más confusión de lo que le ayudan. Es por esto por lo que en un momento dado Takashi decide intentar verificar a fondo la hipótesis de la fe.



Una mañana de domingo se acerca a la casa de una de las familias cristianas de su barrio en Nagasaki para pedirles vivir con ellos. Le responden que no. Llama otra vez. Misma respuesta. A la tercera fue la vencida: esta familia cristiana consideró que era un signo del Señor, pues ese día en la homilía se habían referido a acoger al forastero, y recibieron a ese extraño en su casa.

Esta exposición del Meeting hace una profundización en el origen de quienes acogen a Takashi: resultó ser la familia de referencia para la comunidad cristiana no solo del barrio, sino de todo Japón. Comunidad que había sido perseguida y aniquilada durante varios siglos (desde que misioneros empezasen a evangelizar Japón en 1549) y que, aun así, todas las veces volvía a renacer, portadora de la fe recibida de los sacerdotes de tiempos atrás.



A Takashi le maravilla el cuerpo humano y querrá dedicarse a la medicina. Pero la pérdida de audición en un oído le impedirá ese camino. Un radiólogo le animará a que siga sus pasos, pues harían falta personas formadas en esto en un futuro no muy lejano. La radiología es algo de lo que todos se ríen y, además, uno muere pronto por estar expuesto constantemente a radiaciones. Takashi, que tiene un fuerte sentido de responsabilidad por su pueblo, así como de sacrificio, decide especializarse en esta disciplina.

A lo largo de la muestra vamos conociendo las dimensiones personal, espiritual y laboral de Takashi, que en un momento dado se convertirá al cristianismo. El radiólogo japonés tendrá varios encuentros decisivos –entre ellos, con un “tal” padre Maximiliano Kolbe que le visitó para que le diese un diagnóstico sobre una enfermedad que arrastraba de largo, o la excepcional relación con su propia mujer, Midori, que siempre le reclamará a Otro– que le llevarán a vivir una vida cada vez más abandonada a Dios.

El 6 de agosto de 1945 cae una bomba atómica en Hiroshima. El 9 de agosto los americanos tienen fijado un sitio para otra bomba, pero el mal tiempo y un problema con el avión les hace tener que desviarse y lanzar la misma en otro lugar. Se trata de Nagasaki. La comunidad cristiana de Japón vuelve a ser aniquilada. Desaparece toda la ciudad. Takashi se salva por trabajar en las afueras, en el hospital. Desde ahí ve cómo a lo lejos van apareciendo “muertos vivientes”: personas completamente quemadas, con la piel colgándole de los dedos, que acudían al hospital para ser curados.

Durante tres días Takashi se vuelca en curar a su pueblo, tratando de socorrer al mayor número de personas posible. No tiene noticias de su mujer. Sabe que, si ella sigue viva, vendrá a buscarle al hospital. Al tercer día consigue volver a su casa, donde el único resto que encuentra de Midori es un trocito de vértebra bajo los escombros. Al lado, un rosario con la cruz intacta.

«En la vida y en la muerte» estarían juntos y serían dichosos, le había repetido ella cada vez que él le había recordado que, debido a su trabajo como radiólogo, él moriría antes. Al final el destino quiso que fuera al revés.

Gracias a Takashi volvieron a construir Nagasaki, empezando por la iglesia. Él decidió vivir allí el resto de sus días. Enseguida empezó a ser visitado por cientos de personas que acudían a él buscando consejo. Él, muy enfermo, recibía a todos con una sonrisa y les escuchaba.

La exposición sobre la vida de Takashi Paolo Nagai (así quedó su nombre tras convertirse) deja a todo el que pasa atónito ante cada acontecimiento que sucedió en su vida, que llena de esperanza a todos los cristianos, los de entonces y los de ahora.