Eugenio Barba

Eugenio Barba: "Decidí dedicarme al teatro para esconderme tras una máscara"

El autor, director e investigador teatral italiano dialoga con el Meeting para la Amistad entre los Pueblos en Rímini, donde ha contado sus inicios en el teatro y ha hablado de sus maestros
Carla Vilallonga

Eugenio Barba nace en un pueblecito del sur de Italia en 1936 y emigra a Noruega con dieciocho años para ser soldador y marinero, decidiendo no seguir los pasos de su padre, que había sido oficial del ejército y víctima de la II Guerra Mundial. Compaginó el trabajo con estudios en literatura francesa y noruega e historia de las religiones en la Universidad de Oslo.

Ser inmigrante le marcó. «La gente o me acogía con benevolencia o me rechazaba por ser italiano». Ante este segundo tipo de reacción, Barba tuvo «la idea de esconderme detrás de una máscara: así las personas no se guiarían, en primera instancia, por sus prejuicios». Así es como empezó en el mundo del teatro, que estaba lejos de ser concebido como una pasión o vocación.

En 1961 se traslada a Polonia con una beca para estudiar dirección en la Escuela Estatal de Teatro de Varsovia. Llega entusiasmado por el socialismo, convencido de que el hombre debe a este su felicidad. Pero pronto descubre «el control, la censura, la corrupción, y no sé qué hacer». Entre tanto conoce a Jerzy Grotowsky, en ese momento «un director totalmente desconocido», al que le une su interés por la filosofía india. La amistad con él le lleva a abandonar el teatro e ir a Silesia para conocer el trabajo de Grotowsky, que se inspira en autores vanguardistas como Beckett o Cocteau, que chocaban con el público, y también en los clásicos polacos. En los años sesenta Grotowsky empieza a romper la barrera entre los espectadores y los actores. Hasta entonces el público siempre había tenido una cierta seguridad. El Partido Comunista se da cuenta de la libertad de expresión en el arte del teatro y les amenaza. Cuenta Eugenio que «yo estaba fascinado, pero sabía que no podía representarlo». Así, decidió proteger de alguna manera esa forma de hacer teatro, y lo hizo escribiendo en periódicos. Grotowsky se convenció de que en ese país había que inventar un modo de expresarse. El objetivo era mantener el teatro como «una isla de libertad». Aunque en un momento dado cerraron el teatro tanto de Barba como de Grotowsky, finalmente se ganaron la simpatía del Partido Comunista, que les aceptó y reconoció, permitiendo a Grotowsky continuar su actividad.

De vuelta en Noruega en 1964, tras haber pasado tres años con Grotowsky, el joven italiano se encuentra con que en ese país nadie le conocía, lo que dificulta su reactivación laboral. No se le abría ninguna puerta, siempre marcado por ser inmigrante. «Todos, ante la dificultad, creemos que no se puede hacer nada, es como una botella que debes romper: así comienzas a ser libre y a hacer lo que quieres», no dejándote determinar por las circunstancias desafortunadas. Son precisamente estas las que le llevan a desarrollar su creatividad e ingenio: decide crear su propio teatro, ya que no podía entrar en lo que ya existía en Noruega. Para encontrar actores creyó que «lo más importante eran los hombres y mujeres de mi misma condición». Así, se dirige a la Escuela Estatal de Teatro y pide las listas de quienes no han sido aceptados para estudiar allí.

Un año después nace el Odin Teatret, compañía formada por este grupo de actores amateurs y que ensayaba en un refugio antiaéreo. Durante ese año se habían centrado, sobre todo, en ejercicios físicos y vocales. «Creían que había perdido la razón», ya que normalmente se empieza a hacer teatro analizando, y se hace en un lugar habilitado para ello, que contenga un escenario, etc.

«El Odin Teatret no es una utopía, sino un lugar bien concreto al que podéis ir y en el que podéis ver un cierto modo de entender y actuar», continúa Barba. Las palabras quedan a un lado en los escenarios de esta compañía para dar un mayor protagonismo a lo físico, que representa situaciones «que todos hemos vivido: estar enamorado, perder a una persona querida... Tú comprendes cuando un adulto trata a un niño con violencia, cuando una mujer fuerte trata mal a una más débil (...) Pero también [comprendes] la ternura. Cada espectador reacciona según su experiencia».

Cuando el moderador le pregunta por sus maestros, Barba no duda: Grotowsky lo fue en el teatro, pero de quien más aprendió lo esencial de la vida fue del electricista que le enseñó a soldar, Edil. «Él no hablaba, me mostraba. Yo fallaba. Debía soldar piezas para el ejército y me equivocaba, pero él guiaba mi mano. Yo tenía miedo; no entendía por qué me educaba. Y él no decía nada». Barba define esta experiencia como «la mayor lección sobre cómo se absorbe un saber: repetir, fallar, repetir, fallar». Hace el símil con la bicicleta: «Solo usándola se llega a dominar».

Su maestro electricista fue también un modelo para aquel joven inmigrante italiano en la Noruega de finales de los cincuenta. Para quitar la nieve tenían que ir de dos en dos -era una tarea de riesgo-, y Edil siempre le escogía a él. «Venía conmigo y me confiaba su vida a mí, que tenía dieciocho años». Cada día su entonces jefe llegaba antes que todos los demás a la oficina y, al finalizar la jornada laboral, también permanecía por más tiempo. «Él me enseñó cómo se trata a los hombres», declara Barba, quien confiesa haber llevado el Odin Teatret imitando a su maestro de juventud.