Etty Hillesum. «El cielo vive dentro de mí»

Una exposición en el Meeting nos acerca a la vida de esta judía que sufrió una fuerte transformación personal a lo largo de los años de la II Guerra Mundial y que murió en Auschwitz
Carla Vilallonga

b>Etty Hillesum nace en 1914 en Middelburg (Países Bajos). Su padre, profesor de lenguas clásicas holandés, le contagia la pasión por el estudio. Su madre es rusa y huye de las continuas violencias antisemitas de su país. Etty es la mayor de tres hermanos. Se gradúa en derecho en Amsterdam y en 1937 alquila una habitación a Han Wegerif, un cristiano viudo, ocupándose de gestionar su casa a cambio de una paga por parte de este señor que le saca 21 años. Con él nace una relación sentimental.

Etty empieza a estudiar las lenguas eslavas mientas también imparte clases de ruso. No obstante su situación laboral, Etty se siente profundamente insatisfecha, hasta tal punto que decide acudir a un psicólogo que le recomienda un amigo: Julius Spier, judío alemán discípulo de Jung e inventor de la psicoquirología, que marcará un antes y un después en su vida. Con Spier tendrá lugar una relación sentimental, a pesar de que ambos estaban comprometidos con sendas parejas.



En 1941 Etty empieza a escribir un diario, como sugerencia de Spier, con el fin de poder ir al fondo de sí, de comprenderse lo mejor posible a sí misma. El hábito de escribir acompañará a Etty hasta los últimos días de su vida.

En Spier encontró, según le escribió ella misma en una carta tras la primera sesión, «un minúsculo fragmento del caos que, de repente, me miraba en lo profundo del alma». El estado de ánimo de la joven holandesa sufría constantes altibajos. «Mientras volvía a casa habría querido que me atropellase un coche, y pensaba: así es, enloqueceré yo también, como toda mi familia (...) Pero hoy sé perfectamente que no estoy loca y que, simplemente, tengo que trabajar mucho sobre mí misma para convertirme en una persona adulta, una persona al cien por cien».

La intuición que tuvo Etty de poder vivir con madurez se fue haciendo realidad en los siguientes años. Pasa de querer poseerlo todo aferrándolo físicamente -por ejemplo, si veía una flor bonita, pensaba en comérsela para poseerla más- a sentir que poesía todo sin la necesidad de aferrarlo, sino dejándolo marchar o dejándolo ser. «Aquella noche, hace solo unos días, reaccioné distintamente. Acepté con alegría la belleza de este mundo de Dios, a pesar de todo. He gozado otro tanto intensamente de aquel paisaje tácito y misterioso en el atardecer... Ya no lo quería poseer... He vuelto a casa vigorizada, a mi trabajo. Y ese paisaje ha permanecido presente sobre el fondo como un vestido que reviste mi alma».



En la relación con su maestro Spier le sucedió otro tanto: el amor por él le hace desear amar a todo el mundo. Un año de terapia con él le lleva, asimismo, a descubrir a Dios como aquello más profundo de sí misma. «He vuelto a contactar conmigo misma, con la mejor y más profunda parte de mi ser; aquella que yo llamo Dios». En agosto de 1941 escribirá: «Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo alcanzarla, pero con mayor frecuencia está cubierta por piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Por tanto, hay que desenterrarlo de nuevo».

A la vez que estos momentos de lucidez, tienen lugar en Etty otros más amargos y todavía confusos, como cuando se queda embarazada de Han y decide abortar. En diciembre de ese mismo año escribe refiriéndose a ese niño no nacido. «Quiero ahorrarle el dolor de recorrer este valle de lágrimas».

En febrero de 1942 Etty debe ir a la Gestapo, donde será interrogada. Allí, lejos de sentir odio hacia un joven nazi que le grita, prueba un sentimiento de lástima por él y le dan ganas de preguntarle: «¿Has tenido una juventud tan triste, o te ha traicionado tu novia? Tenía un aire tan atormentado y molesto... Otra cosa acerca de esa mañana: mi conciencia de no ser capaz de odiar a los hombres a pesar del dolor y la injusticia que hay en el mundo, la conciencia de que todos estos horrores no son como un peligro misterioso y lejano fuera de nosotros, sino que se encuentran cerquísima y dentro de nosotros».

En julio de 1942 el campo de Westerbork, creado en 1939 por las autoridades holandesas, pasa a manos alemanas, convirtiéndose en «campo de tránsito de seguridad pública»; se convirtió, de hecho, en un lugar de colección y detención de los judíos para su posterior traslado a Auschwitz. Etty es aceptada por el Consejo Judío de Amsterdam como mecanógrafa, trabajo que no ama: desea estar cerca de su pueblo y, para ello, solicita el traslado a Westerbork, cosa que le es concedida. Allí trabaja como ayudante social a las personas que están "en tránsito", y siente un fortísimo deseo de acompañar a todos.

En diciembre escribe a dos hermanas que son amigas suyas. «Si de los campos de prisión, dondequiera que estemos en el mundo, salvamos solo nuestros cuerpos y punto, será demasiado poco. No se trata de conservar la vida a toda costa, sino de cómo se la conserva. A veces pienso que cada nueva situación, buena o mala, puede enriquecer al hombre de nuevas perspectivas. Y si abandonamos a su destino los duros hechos que debemos inevitablemente afrontar -si no los hospedamos en nuestra mente y en nuestro corazón, para ensalzarlos y que se conviertan en factores de crecimiento y comprensión-, entonces no somos una generación vital».

En junio de 1943 los padres y un hermano de Etty son deportados a Westerbork. Ella en ese momento lleva seis meses fuera del campo, en Amsterdam, debido a una neumonía, pero decide volver con su gente, rechazando la ayuda que muchos le ofrecen para esconderla y que pueda huir.

Etty confía sus 11 diarios a su amiga Maria Tuinzing, pidiéndole que se los dé al escritor Klaas Smelik al final de la guerra para que los publique.

El 7 de septiembre de 1943 la familia Hillesum sale en un convoy hacia Polonia. Etty consigue tirar una tarjeta postal por la ventana del tren, que fue encontrada en las vías y que se considera fue su último escrito. Iba dirigida a Christine van Nooten y dice: «Christine, abro la Biblia y encuentro esto: "El Señor es mi alto refugio". Estoy sentada sobre mi mochila en medio de un vagón de mercancías lleno. Papá, mamá y Misha están unos vagones más adelante. La marcha es más bien inesperada, a pesar de todo (...) Hemos dejado el campo cantando, papá y mamá muy fuertes y tranquilos, y también Misha. Viajaremos por tres días. (...) Adiós de parte de nosotros cuatro».

La exposición del Meeting de Rímini Etty Hillesum: «El cielo vive dentro de mí» profundiza estos días en las distintas etapas de esta joven judía holandesa y en su relación consigo misma, con su próijimo y con el misterio de Dios; relaciones que fueron madurando desde su encuentro con Spier, que le miró como nadie le había mirado antes, hasta el campo de concentración de Auschwitz, traslado al que dijo «sí» como abrazo a ese Dios que había ido descubriendo y que le había llevado a abrazar, también, a todos los hombres con que se encontró.