El proyecto del pabellón Asplund

Bienal de Venecia. El Vaticano se adentra en la selva oscura

La Santa Sede participa en el evento arquitectónico más importante del mundo con once capillas en el bosque de la isla de San Jorge. Hablamos con el comisario del proyecto, Francesco Dal Co
Giuseppe Frangi

Quedan tan apartadas y discretas que casi ni las vemos, pero Italia es un país lleno de capillas, esos pequeños edificios votivos que surgen en los lugares más insospechados, a veces incluso inaccesibles. En sus reducidas dimensiones, en su humanidad, hay elementos arquitectónicos que dicen mucho de la identidad y de la historia de un pueblo. Diseminadas entre el paisaje, aparecen como presencias sencillas que se ofrecen puntos de referencia en el camino. Arquitecturas elementales pero verdaderamente, en todos los sentidos, a la medida del hombre. Es imposible decir cuántas hay, aunque la Conferencia Episcopal Italiana, en el censo que está realizando sobre las iglesias de su país, también ha querido incluir la tipología de la capilla. De momento ha registrado 1.500, una pequeña cifra en comparación con la realidad, pero hay que tener en cuenta que este censo también prevé una presentación detallada para cada edificio.

Durante siglos, Italia ha ido sembrando su territorio, de manera absolutamente espontánea, de capillas. Ahora, por miles de motivos fáciles de imaginar, esa proliferación se ha frenado. Y esa es la razón por la que el Vaticano, por primera vez en su historia, ha decidido presentarse a la Bienal de Arquitectura de Venecia (del 26 de mayo al 26 de noviembre) con un pabellón propio, para lo que ha pedido a once arquitectos que imaginen capillas contemporáneas.

Esta iniciativa quiere dar un paso más en ese diálogo con el mundo artístico que Pablo VI abrió en su famoso discurso del 7 de mayo de 1964. «Os necesitamos. Nuestro ministerio necesita vuestra colaboración», dijo el papa Montini. «Como sabéis, nuestro ministerio consiste en predicar y hacer accesible y comprensible, y por tanto conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta tarea, que decanta el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros». Pablo VI propuso con gran humildad a los artistas retomar una relación que se había interrumpido, pero respetando su libertad. Después de Montini llegaron la carta de Juan Pablo II a los artistas en 1999 y el encuentro de Benedicto XVI en la Capilla Sixtina en 2009. Esta iniciativa para la Bienal de arquitectura, que sigue a las experiencias de 2013 y 2015 en la Bienal de artes plásticas, se sitúa en esta línea.

Por la izquierda: Francesco Dal Co, monseñor Gianfranco Ravasi y Paolo Baratta

En la dinámica de este evento veneciano, se prevé que cada país nombre a un comisario. La Santa Sede ha elegido a Francesco Dal Co, reconocido historiador de arquitectura y director de la prestigiosa revista Casabella. «Cuando me propusieron este cargo, lo primero que pensé es que había que ir más allá de la lógica de pabellones cerrados, que tiene un sabor casi del siglo pasado», declara Dal Co. «Mis interlocutores en el Vaticano se mostraron de acuerdo inmediatamente. Por lo demás, es el propio papa Francisco quien más insiste en la necesidad de abrir».

Las capillas tienen una característica distintiva: generalmente, están construidas en medio de la naturaleza. Pensar un contexto adaptado en una ciudad hiperurbanizada como Venecia no era fácil. Pero han encontrado, con el consenso de todas las instituciones, una zona verde con muchos árboles en una zona apartada de la ciudad: la punta de la isla de San Jorge. Allí es donde, desde el 22 de mayo, pueden contemplarse las capillas proyectadas y construidas por estos once arquitectos, procedentes de diversos países, que Dal Co ha elegido para este pabellón sin muros ni techo.

Dal Co también ha querido mostrar a todos un prototipo de referencia, la capilla proyectada por Gunnar Asplund, gran arquitecto sueco, para el cementerio de la capital, que en realidad surge en medio de un bosque de pinos. Construida en 1920, tiene casi un siglo, pero sigue siendo referencia y modelo al que mirar. Sus formas casi parecen tener continuidad con el boque que la rodea. Las columnas del gran pórtico parecen troncos ligeros, el techo cónico cubierto de guijarros recuerda a la geometría de los pinos. El conjunto es luminoso, con una luz que llueve de lo alto exactamente igual que cuando uno va caminando bajo un denso techo de árboles.



«Construir una capilla en la naturaleza. Este ha sido el input que hemos dado a los arquitectos», explica Dal Co. «El bosque también es una metáfora dantesca del lugar donde el hombre corre el riesgo de perderse, y la capilla debe tener esta función de anclaje, de orientación en la vida de una persona. Es el lugar donde “reencontrarse”». ¿Y qué podemos encontrar tras cruzar el umbral? «El Vaticano no nos ha pedido imaginar capillas exclusivamente para el culto católico, sino espacios para la oración personal, que puedan tener un destino pluriconfesional. Por tanto, hemos pedido a todos ser muy esenciales en los elementos. De modo que habrá una mesa grande, que puede servir también como altar, pero que se puede entender como lugar donde compartir, y un atril, como el lugar de la palabra y la meditación. Son presencias ligeras que unen y expresan una dimensión de acogida». Luego está el capítulo de las imágenes. Las capillas se distinguían tradicionalmente por estas “presencias” que hablaban a todos. En Venecia no hay imágenes. «Yo mismo», explica Del Co, «todavía siento en mi corazón la emoción de cuando, al llegar a Monterchi, me abrieron la capilla que custodiaba a la Virgen del Parto de Piero della Francesca. Fue un encuentro maravilloso. Pero en Venecia hemos pedido que no se incluyan imágenes porque la idea era proponer pequeñas estructuras arquitectónicas ligeras, como lugares de encuentro y acogida para todos en la “selva” de la vida».

A diferencia de las habituales muestras de arquitectura donde se presentan modelos o maquetas de los proyectos, aquí nos encontramos ante construcciones reales, que han sido posibles por el patrocinio técnico de decenas de constructores y artesanos que han adaptado cada edificio. Una idea de muestra que recuerda a las históricas Trienales de la posguerra italiana, donde se pedía a los arquitectos construir edificios en el parque Sempione. Pero en esta ocasión, ¿qué pasará con estas capillas una vez finalizada la Bienal? Del Co no lo puede decir, pero cultiva el sueño de que cada una de ellas pueda encontrar un bosque en el que situarse. “¿También en la ciudad?”, le preguntamos. «¿Por qué no? En el fondo, la ciudad parece muchas veces un bosque en el que podemos perdernos, no solo físicamente sino también mentalmente. La capilla podría ser una señal de orientación y acogida para la humanidad perdida de cada uno».