Massimo Cacciari

«Ese otro que define a María»

En la abadía cisterciense de Morimondo, un encuentro con el filósofo veneciano Massimo Cacciari sobre su libro “Engendrar a Dios”, dedicado a la figura de la Virgen y su vínculo con Jesús, «signo de lo divino en la historia»
Gianni Mereghetti

Sala capitular de la abadía de Morimondo, jueves 17 de mayo. Protagonista, Massimo Cacciari, profesor emérito de Filosofía en la Universidad San Rafael de Milán, que hizo una reflexión sobre su “librito”, como lo llama él, titulado Generare Dio (Engendrar a Dios, ndt), publicado dentro de la colección “Iconos. Pensar con imágenes” de la editorial italiana Il Mulino. El encuentro, organizado por la parroquia Santa Maria Nascente de Morimondo, se encuadra en el programa del mes mariano y pretendía ser una propuesta para mirar a la cara a María, descubrir el sentido de su devoción e identificarse con su humanidad, hasta vivir la dramaticidad de sus decisiones.

Cacciari no quiso dar una lección sobre María ni analizar su personalidad. Hizo más que eso, para sorpresa de muchos. En cierto modo, se hizo compañero de camino de aquella joven muchacha que de pronto se encontró ante algo inimaginable, un ángel que le propuso engendrar a Dios. El exalcalde de Venecia subrayó varias veces este aspecto como “decisivo”. «A María se le pide generar algo distinto a ella misma», signo de la originalidad del cristianismo, que indica la presencia dentro de la realidad de algo que la sobrepasa, es decir, divino. «Algo que no será suyo, distinto de ella y fuera de ella». En esta alteridad se identifica el aspecto esencial del cristianismo, pues «sin María no habría Encarnación y la historia cristiana se habría convertido en un mito».

Sala capitular en la abadía de Morimondo

Cacciari insistió varias veces en que para captar el valor de la Encarnación hace falta María. El cristianismo es carnal, está totalmente privado de espiritualismo. «En las representaciones artísticas, al contrario que en los Evangelios, María aparece en ese momento en que parece sentir cierta reticencia». Eso la hace muy real, porque ante el ángel que le llevaba aquel anuncio tan sobrecogedor era inevitable no sentir cierta reticencia, no tener un momento de duda. Signo de la “dramaticidad” de la experiencia cristiana. «Es la gnosis la que lo espiritualiza todo». Sin embargo, cada paso de la existencia es dramático, está lleno de tensión. En este punto de hace evidente otra dimensión que ilumina la personalidad de María. «Ella escucha y medita, hace suyo algo que no es suyo». En estas imágenes emerge una característica fundamental de la Virgen. María está pensando, pero no está sola con sus pensamientos, piensa algo que no es suyo. Es algo que ella ve, pero que no depende de ella. De hecho, es ella quien le pertenece. Y esto vale para cualquier experiencia humana. «Lo que pensamos no lo producimos nosotros, sino que es algo que vemos y a lo que pertenecemos».



El autor insistió mucho en el hecho de que lo que el hombre ve no es producto suyo. «Está fuera de su alcance, está más allá». Aquí reside la fuerza de lo divino. Dentro de la experiencia hay algo más de lo que se produce. «Pensar se identifica con ver, y para ver no basta con sujeto y objetivo, hace falta la luz». Una vez más, algo distinto entra en el horizonte humano.

A modo de conclusión, el filósofo destacó el vínculo indisoluble entre María y Jesús, que documenta la presencia de lo divino dentro de la historia y en los afectos humanos. «La libertad es lo que caracteriza esta historia», la libertad dentro de la dramaticidad y la inquietud de la experiencia humana. Este es el signo distintivo de nuestra civilización, dramáticamente humana y –«no en vano»– marcada de manera indeleble por el cristianismo.