La hipótesis de Nagai

La historia de un médico cuya razón se ve espoleada ante los acontecimientos a ir siempre más allá. «Si siempre estoy dispuesto a probar una hipótesis en el laboratorio, ¿por qué no probar esa oración aunque solo sea como experimento?»
Guadalupe Arbona Abascal y María García Ferrón

Réquiem por Nagasaki es la historia de Takashi Nagai. Un médico japonés que sufrió y sobrevivió a la bomba lanzada sobre Nagasaki el 9 de agosto de 1945. La vida de Nagai es una vida dedicada la medicina, interrumpida por dos guerras terribles (la primera contra Manchuria, la segunda contra China) y sufriente víctima de la bomba atómica. Hay muchas cosas en estas páginas que hablan de una persona comprometida consigo misma y con las cosas en torno, atento a lo que despierta su interés y exquisitamente leal con lo que descubre.

Nagai, como buen científico, sabe que si las cosas están, le invitan a una verificación sobre su utilidad, su razón de ser y su significado. Por eso su trayectoria nace de una pregunta que le permitirá hacer un camino apasionante: «Algo le decía que la belleza que le rodeaba no existía por azar. ¿Acaso no era una hipótesis razonable la del Dios Creador de Pascal? Nagai reflexionó así: si siempre estoy dispuesto a probar una hipótesis en el laboratorio, ¿por qué no probar esa oración en la que Pascal insiste tanto, aunque solo sea como experimento?» (p. 49).

Nagai, al que le son familiares las hipótesis, se plantea esta de la que dependen todas las demás. Nagai se abre a la vida siguiendo la dedicación de sus padres, médicos y estudiosos, que trabajan infatigablemente para curar a los enfermos; en la Facultad de Medicina le enseñan que lo que existe es el cuerpo humano y lo que queda después de muerto es un cadáver, con esta hipótesis avanza en sus estudios convirtiéndose en un materialista entusiasta… hasta el día en que muere su madre, ese día su razón se siente espoleada a ir más allá. Delante de su madre moribunda se da cuenta de que ella no puede ser solo materia. Caen en sus manos los Pensamientos de Pascal que le abren una nueva hipótesis sobre la vida y la muerte («si siempre estoy dispuesto a probar una hipótesis en el laboratorio, ¿por qué no probar (…) aunque solo sea como experimento?»). Y el experimento resulta. La hipótesis de que su vida es dada y no se acaba le lleva a descubrir su condición de hijo. Hijo en el laboratorio de la vida: en el trabajo en el hospital, en el encuentro con los cristianos, durante la guerra como soldado, en el matrimonio, en los errores, en la enfermedad y en el dolor de una tragedia monstruosa como la de la bomba atómica de Nagasaki. Nagai es hijo de sus padres, enamorados de la medicina, discípulo aplicado de sus maestros médicos, hijo cuando pide en la Iglesia ser bautizado como hijo de Dios, hijo de su trabajo y del amor por la ciencia, hijo del dolor y del sufrimiento, hijo de su mujer, Midori, hijo cuando escribe, hijo cuando, siendo padre, les pide a sus hijos que sean hijos. Por eso su réquiem es un llanto de hijo.

Este llanto se recoge en la carta que escribe a sus hijos para despedirse. Estas palabras y su cuerpo doliente en medio de la tragedia son el mejor testimonio de que la verificación en el laboratorio de la vida ha dado buenos resultados. «Sois muy pequeños y ya habéis perdido a vuestra madre: una pérdida insustituible (…) Mi muerte os dejará huérfanos, vulnerables y solos en este mundo. Lloraréis. Sí, quizá lloréis amargamente, y os vendrá bien… siempre que lo hagáis delante de vuestro Padre del cielo. Así lo sabemos por su Hijo, y yo mismo he experimentado esa verdad personalmente: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Derramad vuestras lágrimas ante él y Él las secará. Lo dice en el sermón de la montaña, donde podéis encontrar todas las respuestas. Subir esa montaña puede costar mucho y a veces habrá que soportar la niebla, lluvia y nieve. Pero cuando esa niebla y esas nubes se desvanecen, ¡qué hermoso panorama de belleza, paz y amor! El panorama de los valores que no se acaban y dan sentido a nuestras vidas y fuerza a nuestra lucha (…) Somos hijos del Padre que está en el cielo y eso nos confiere un inmenso valor. ¿Os dais cuenta de que, ante los ojos de Dios, valemos más que el sol, ese astro hermoso y brillante que mantiene con vida nuestra tierra? Sois sus verdaderos hijos, vosotros y todos los que os rodean. Amad a todo el mundo y confiad en la Providencia, y hallaréis la paz. Yo he procurado hacerlo así y os puedo asegurar que es verdad» (p. 241).

La obra descubre muchos aspectos de la cultura del Japón y de su relación dramática con Occidente. En medio de todo ello, resulta luminosa y dolorosa la vida de este médico radiólogo que dio, con su sola presencia enferma y en el lecho del dolor, esperanza a la terrible tragedia de Nagasaki. ¡La vida de un solo hombre, clavado en medio de una de las barbaridades más trágicas del siglo XX, cambia la fisonomía de una ciudad! Acostado en su cama y sin poderse mover, recibió a personas del mundo entero, gente corriente y grandes nombres de la cultura, del gobierno y el arte. Nagai hizo posible lo que dice un pacifista sintoísta recogiendo el saber popular: «Hiroshima grita, reza Nagasaki». Hiroshima, sufriendo la injusticia, grita a su enemigo; Nagasaki, sufriendo la injusticia, se dirige hacia lo alto.