Milán, 1967. Manifestación contra el aumento de tasas universitarias

Así empezó el 68

Cincuenta años después, Luciano Pero, uno de los líderes del Movimiento Estudiantil, y Pier Alberto Bertazzi, entonces miembro de GS, retoman los sucesos de la Universidad Católica que dieron origen a la protesta
Paola Bergamini

Allí estaban los dos aquel día de finales de noviembre de 1967, delante de las puertas cerradas de la Universidad Católica de Milán. Luciano Pero, que estudiaba tercero de Filosofía en el ateneo de Largo Gemelli, y Pier Alberto Bertazzi, que estudiaba Medicina en la Estatal. Ambos tenían 22 años. Megáfono en mano, junto a Mario Capanna y Michelangelo Spada –expulsados los tres unos días antes por ocupar la Católica–, guiaban la protesta estudiantil contra las autoridades académicas. Bertazzi, como otros tantos universitarios milaneses, llegó siguiendo el fermento que desde hacía semanas sacudía los ateneos. «Una urgencia de autenticidad en el vivir dictada por una inquietud», lo definió don Giussani. Era una protesta pacífica, hasta que alguien lanzó inesperadamente un trozo de madera y los policías, sorprendidos, reaccionaron contra los chavales. Todos huyeron. Fue la mecha que prendió la protesta en la capital lombarda y que al año siguiente estallaría en Italia y en Europa. Es el comienzo del 68.

Luciano Pero y Pier Alberto Bertazzi

Aquel día Pero y Bertazzi solo se cruzaron. Más tarde, aquella inquietud que vibraba en ambos les llevó a recorrer caminos diferentes. Hoy, que uno es profesor de Organización en el MIP del Politécnico ce Milán y el otro da clase de Medicina del trabajo en la Estatal, han vuelto a encontrarse. Y ha nacido un diálogo que, sin derivar en recuerdos nostálgicos o análisis históricos abstractos, retoma aquel periodo tumultuoso pero sobre todo saca a la luz lo que aquella experiencia generó en la vida de cada uno.

Empecemos por el principio, por la tradición católica que ya permeaba vuestra vida.
Pero.
Yo era muy activo en la diócesis de Alejandría, donde vivía. Estaba en los boy scout y participaba con otros jóvenes en grupos de estudio sobre el Concilio Vaticano II, que nos fascinaba. Sabíamos casi de memoria las encíclicas (sobre todo la Pacem in terris) y el Humanismo integral de Jacques Maritain era un texto que habíamos leído muchas veces. La elección de la Católica se insertaba en mi caso en este contexto.
Bertazzi. Yo venía de una educación católica. Pero en el 62, en el liceo clásico Parini, mi encuentro con Gioventù Studentesca fue un punto de inflexión. De hecho, supuso el descubrimiento de un catolicismo nuevo. No tanto por una cuestión doctrinal, sino por haber encontrado la experiencia de una vida llena de sentido, capaz de responder a la necesidad de significado que casi ni siquiera había percibido en mí. Fue un encuentro, más que con un grupo, con una posibilidad de vivir que me lanzó a la realidad rompiendo los esquemas del catolicismo tradicional que yo había vivido hasta entonces. Yo también, como todos en GS, seguía y vivía el Concilio, leyendo diariamente los artículos de Clemente Riva y Raniero La Valle.

A partir de estas experiencias distintas llegáis a la universidad.
Pero.
En la Católica encontré un ámbito poco “conciliar”. La facultad de Filosofía tenía una impronta medieval. No se estudiaban las ciencias modernas: poco psicoanálisis, la sociología no era bien vista, mucho menos la economía keynesiana, para leer a Hegel había que pedir permiso al director espiritual. En resumen, si el Concilio había nacido para adecuar el mensaje cristiano al mundo moderno, en la Católica se percibía un envejecimiento de la enseñanza. Y eso llevaba a un choque cultural. Por otro lado, dentro del mundo católico se estaba dando una confrontación entre una parte más tradicional y otra más conciliar. Pero la sociedad estaba en proceso de evolución, había muchos cambios…
Bertazzi. Cuando llegué a la universidad empezaba a ver en GS ciertas grietas que en mi opinión se debían a dos factores. El primero, en el 65, la sustitución de don Giussani en la guía. Segundo, empezaba a haber cierta agitación respecto a la urgencia de responder a necesidades que se percibían en la sociedad. Algunos decían: «Vale, vamos a la Bassa, hacemos el apoyo escolar, ¿pero eso basta con toda la injusticia que vemos?». Se asomaba la idea de que fuera necesario un compromiso político para resolver la situación.
Pero. Por otro lado, la sociedad estaba cambiando rápidamente. Milán, en pocos años, se había llenado de inmigrantes meridionales y de la Bassa lombarda. Los tranvías a las cuatro de la mañana estaban llenos de trabajadores que iban al primer turno de las fábricas. Nacieron las periferias dormitorio de la Barona o de Via Padova, donde no había nada. Recuerdo a los chicos de GS que iban al apoyo escolar. Yo me pagaba mis estudios dando clase en escuelas que surgían de la nada. Los estudiantes veíamos esto, no sentíamos parte de ello y percibíamos también la sensación de injusticia social. Mientras que las instituciones eran profundamente autoritarias y verticales. En la universidad, yo diría que en todas, había este saber caído de lo alto, antiguo, tradicional, al servicio del beneficio capitalista, con poca apertura a las ciencias nuevas que podían modernizar la profesión, con viejos métodos de enseñanza orientadas a mantener el status quo.
Bertazzi. Este clima de autoritarismo en la universidad era un obstáculo para aprender, la didáctica no nos preparaba para afrontar una sociedad que evidentemente estaba evolucionando. El 68 nació también de esta exigencia, sobre todo en las facultades científicas y aplicadas, como Medicina, de adecuar la enseñanza a la futura vida profesional. Fue uno de los factores que empujaron a hacer algo nuevo.
Pero. Estaba claro. Algo estaba estallando como urgencia de cambio. Teníamos la percepción de que este cambio podía llegar desde abajo, de nosotros.
Bertazzi. Estábamos en una edad en que la inquietud, la tensión a la justicia, a la verdad de las cosas, nos sobresaltaba. Más aún en una experiencia como la de GS.

La ocupación de la Católica les costo la expulsión a los líderes de la protesta

Algo estaba naciendo. Llegamos al otoño del 67.
Pero.
Doy un paso atrás, para entender mejor. Las autoridades académicas, un poco improvisadamente, aumentaron las tasas. La Católica era en parte una universidad masificada, es decir, más de la mitad de los estudiantes iban a los cursos nocturnos porque trabajaban en pequeñas o grandes empresas diseminadas por la ciudad. Luego estaban los estudiantes pendulares, con grandes sacrificios familiares a sus espaldas, y aquellos que, como yo, podían ir gracias a las becas que ofrecía la Católica. A fin de cuentas, nos parecía un auténtico atentado contra el derecho a estudiar. Al final del verano se intentó negociar con el rector, pero no se llegó a nada. En las facultades se empezó a celebrar una serie de asambleas con los representantes de las diversas formaciones estudiantiles (Intesa, de tendencia católico-democristiana, y Rinnovamento italiano, de tendencia liberal, ndr). La participación crecía día tras días, también fuera de la Católica. Se decidió convocar una asamblea general. Redacté la moción final junto a otros siete chavales de GS. En la práctica pedíamos una negociación para la reducción de tasas, la publicación de los presupuestos y la liberalización de las reuniones de estudiantes, es decir, la libertad de expresión dentro de la Católica, donde ni siquiera podíamos colgar carteles. Para que los alumnos de noche también pudieran participar, se convocó la asamblea por la tarde el 17 de noviembre en el Aula Gemelli. La afluencia fue altísima, las solicitudes para intervenir superaron la veintena, las discusiones fueron muy elevadas. Al final se votó la moción de ocupación con 1.400 papeletas a favor. Las autoridades, que no imaginaban este acto de rebelión, llamaron a la policía. Nos encontraron a todos sentados como resistencia pasiva y uno a uno nos fueron sacando mientras por el megáfono se leían los artículos de la Constitución. El desalojo se prolongó hasta las tres de la madrugada. Fuera se desencadenó el caos y la universidad estuvo cerrada una semana. Nos expulsaron a Capanna, a Spada y a mí. Una decisión del rector, el profesor Ezio Franceschini; él era la autoridad y debía actuar así, pero nosotros conocíamos su drama interno, sentía una clara simpatía hacia nosotros, comprendía lo que pedíamos. Más aún, yo lo tenía como un padre. Muchísimas veces, incluso a escondidas, íbamos a hablar con él.

Llegamos así a la manifestación de finales de noviembre y al comienzo de las protestas en todas las universidades. Entre los participantes había muchos de GS que luego abandonaron aquella experiencia.
Bertazzi.
Yo me quedé. Mi participación tranquila era la expresión de una exigencia que sentía y que GS había agudizado. Un grupito empezamos a vernos en la universidad para decirnos a nosotros mismos y a los demás que estábamos allí, que la experiencia que habíamos comenzado estaba viva y vital. Hicimos un boletín titulado Comunión y Liberación. “Liberación” era la exigencia que compartíamos con todos, y nosotros habíamos encontrado, o al menos intuido, la posibilidad de alcanzarla en la experiencia de la “comunión”. Para mí fue la confirmación de que lo que había encontrado como pasión humana ideal podía sostener la vida entera, respondía a la necesidad de justicia y verdad que yo sentía. Para muchos no era suficiente y hacía falta un compromiso social y sobre todo político, es decir, tener una teoría y una praxis que permitieran afrontar las contradicciones de la sociedad.
Pero. Lo recuerdo muy bien. GS se convirtió en CL. Para mí esos dos términos tienen una acepción especial. “Liberación” como antiautoritarismo y “comunión” como nueva socialidad, es decir, la idea de salir para crear algo nuevo.
Bertazzi. Una aclaración. El nombre de CL no se decidió en una reunión para definir nuestra experiencia, fue algo que sucedió. Que la “liberación” llevara dentro el concepto de antiautoritarismo… ¿qué hay de antiautoritarista en la obediencia de Giussani para con sus superiores? ¿O en el hecho que él contaba tantas veces de que aprendía de los chavales, de sus intervenciones en el raggio?
Pero. En la Católica yo conocía a muchos sacerdotes y asistentes espirituales, pero Giussani tenía una asombrosa capacidad para escuchar e interpretar lo que la gente sentía. En aquella época lo demostró.
Bertazzi. Volviendo a la “comunión”, era ciertamente un tipo de socialidad, pero para nosotros significaba que tú no te las apañas solo. Socialidad en el sentido de personas que se juntan y aúnan sus capacidades, sus ganas de construir, pero conscientes de que todo está en manos de Otro. Esta socialidad no es la fortaleza de la que partes para construir un mundo nuevo, sino algo que debe rehacerse todos los días.

A la entrada de la universidad, con sombrero, el rector Ezio Franceschini; al micrófono Mario Capanna

Después de aquello, ¿cómo reaccionó Giussani?
Bertazzi.
Él tenía como garantía última la obediencia a la autoridad eclesial. Aun reconociendo la verdad de aquella exigencia de justicia, de autenticidad a nivel social, expresó esta preocupación: «¿Cuál es nuestra tarea? ¿Colaborar y presentar una moción más o menos católica? ¿Qué puede decir nuestra experiencia?». Para algunos ya no podía decir nada, y se fueron. Él añadió: «Probablemente, con tal de responder a la necesidad del hombre, hemos dejado de buscar a Cristo día y noche. Que no se trata de hacer una cosa en vez de otra, sino de responder a la necesidad de sentido».
Pero. Yo conocía bien el dolor de ciertos sacerdotes, el problema de la obediencia era real. Pero nuestra contraparte no era la Iglesia; nosotros queríamos obedecer como don Giussani a la autoridad eclesial en términos religiosos, simplemente criticábamos la política de gestión del Consejo de administración. La ocupación fue un acto laico, la religión no tenía nada que ver.

Hasta ahora hemos hablado del inicio, lleno de tensión, ideales, inquietudes, que después por muchos motivos se traicionaron o tomaron derivas trágicas. Por eso a menudo el juicio sobre el 68 es negativo.
Pero.
Hubo terrorismo. Hubo bombas y asesinatos. Fue un profundo error de ciertos dirigentes del movimiento estudiantil. Se insinuó la idea de que para defender la democracia hacía falta usar la violencia. Por eso me fui de Lucha Continua y me acerqué al mundo obrero y al sindicato. Allí se podía construir. Queda el hecho de que aquella fue una experiencia fundante para una generación, para bien y para mal. Con aspectos positivos y negativos, pero así es la humanidad, es el pecado original. Estas grandes experiencias fundantes son las que cambian el modo de pensar, de vivir, de ser. Para mí eso fue el 68.
Bertazzi. Aquella experiencia, más que fundante, para mi vida fue fundamental. Por dos aspectos. Primero, me hizo caer en la cuenta de lo adecuado que era lo que yo había encontrado en GS para la situación que se estaba viviendo, hasta el punto de querer dar visibilidad dentro de la universidad a aquella experiencia. Segundo, aquella compañía de amigos no era una asociación que se disolvía por el hecho de que muchos se hubieran marchado. Lo que yo había visto con ellos permanecía.
Pero. Las amistades de aquella época son todas extraordinarias. Como la del rector Franceschini, o la de otros profesores que compartían nuestra misma tensión ideal. Con algunos hubo fuertes tensiones, grandes discusiones, pero… luego comprender. La historia de la humanidad está hecha así. En los grandes momentos de cambio estamos llamados a decir qué hacer, y también a decidir el futuro. Eso es la comunión. El 68, para bien y para mal, fue un momento de cambio para esta sociedad, de modernización, de desarrollo. Se puede decir que nos equivocamos en todo, pero una cosa es cierta: mirábamos hacia adelante, éramos locos que soñaban con aquel futuro desinteresadamente. No era como hoy, que uno se queda en «qué me llevo a casa para mañana». Cometimos muchos errores arriesgando bastante.
Bertazzi. Giussani tenía una visión que abrazaba el tiempo y tenía en cuenta todos los factores. Proyectaba hacia el futuro, por eso podía decir: mirad que tal vez en nuestra realidad tan pequeña y frágil anida la respuesta a las necesidades del hombre. Tal vez ir a la Bassa sea más útil que hacer la revolución para construir un mundo mejor.