México. La belleza de la vida en comunidad

Encuentros, diálogos, exposiciones, espectáculos… Con una afluencia de más de 400 personas de todo el país. Son los ingredientes del Encuentro puesto en pie por la pequeña comunidad de Coatzacoalcos
Oliverio González

Con la asistencia de mas de 400 personas, en dos jornadas intensas de encuentros, diálogos, música, teatro y actividades infantiles, en la Casa de Cultura Coatzacoalcos, llegó a su fin la séptima edición de Encuentro Coatza, este año bajo el lema “La belleza de la vida en comunidad”, que ha nacido de la necesidad concreta que vive nuestra comunidad en Coatzacoalcos, lastimada por la violencia, donde muchas familias se han ido, otras hacen muros para protegerse y gran parte de la sociedad civil solo cuida sus propios intereses.

Por ello deseábamos mostrar que existe una posibilidad distinta, que nosotros ya experimentamos y nos da una vida plena dentro de una compañía. Nos ha sorprendido en los encuentros con los invitados de este año que algunos de nosotros pensábamos ya saber qué es la vida en comunidad, pero teníamos una idea reducida a algo sentimental, a estar en todo de acuerdo o a una buena organización.



En cambio, ya desde el primer día acontecía una novedad para todos, en los diálogos de los paneles “Generando belleza a través del medio ambiente y las artes”, por ejemplo, con las palabras de Flor del Río, una mujer entregada a su familia y al trabajo de la cooperativa Servicios eco-turísticos de la Ventanilla, una comunidad de aproximadamente 300 familias, todas dedicadas a cuidar y preservar su ecosistema (flora y fauna), un lugar bellísimo muy visitado por turistas nacionales y extranjeros. Con una sencillez que desarma nos dijo: «Yo me sorprendo de cómo el trabajo en la cooperativa me ha hecho crecer como persona, valorarme, darle un sentido a mi vida, yo crecí en un entorno machista, no tengo estudios, me costaba relacionarme con los demás. Mi labor de todos los días me ha hecho segura y arriesgada, ¡hasta uso Facebook!».

Junto a ella estaba su esposo, Atanacio Martínez, presidente de la cooperativa, que contó cómo vive su responsabilidad al frente de la comunidad. «Creo que el testimonio es la mejor forma de hacer mi trabajo. Antes bebía, en nuestras reuniones no faltaba el alcohol, pero eso no construía, ante todo mi propia vida. Dejando el alcohol para entregarme al trabajo y a mi familia, me gané el respeto de mis socios. Otra cosa importante es el sacrificio, muchas veces dejo a un lado mi orgullo, cuando algún compañero tiene una idea mejor o incluso cuando la mayoría se inclina a una cierta decisión que no viene de mí, entiendo que es más importante que prevalezca la unidad».

Preparando el espectáculo ''Pinocho''

En ese mismo panel estaban presentes Eduardo López y Ana Rodríguez, ambos fundadores del proyecto Centro Holístico Mundo Sustentable en una comunidad de origen maya en Nacajuca, Tabasco, en la que, a través de una educación ambiental y una mirada humana a sus habitantes, han logrado un desarrollo sostenible de la comunidad, que se traduce en bienestar y solidaridad. Lalo, como le gusta que le llamen al Dr. Eduardo López, dijo algo muy valioso sobre cómo nació su interés por llevar conocimiento y bienestar a los más necesitados. «Por mi formación en casa, aprendí desde muy temprana edad qué es la vocación, pues mi abuela me recordaba que era privilegiado por poder estudiar y que eso era importante para hacer algo por mi comunidad, por ello toda mi preparación académica incluso en el extranjero ha sido para devolverla a las necesidades y problemas de mi gente». Asimismo, la Dra. Ana Rodríguez compartió qué es lo que mas le apasionaba de su trabajo. «Yo soy bióloga y cuando llegué a la comunidad para educar sobre el medio ambiente, sobre todo a las mujeres, me di cuenta de que había en ellas una necesidad primaria, ser escuchadas, muchas de ellas sufrían problemas familiares, por tanto entendí que la única posibilidad de que ellas cuidaran su medio ambiente era si humanamente eran felices. Me apasiona la amistad con ellas, ser parte de su vida y de la comunidad, aprendo mucho de esas mujeres».

Esa misma jornada se presentó el documental Semillas de guamúchil: ahora en libertad, que narra el impacto de la escritura creativa en la vida de las mujeres que están en la cárcel, a través de los talleres que imparte “la colectiva hermanas en la sombra”. Una cooperativa en la que trabaja Marian Ruiz, que conmovió a todos diciendo: «mi trabajo, más que enseñar a escribir, es acompañar. Acompañar a mis hermanas en la sombra (cárcel). Para mí acompañar es escucharlas, generar un espacio de confianza, mirarlas con amor gratuito, que sepan que para mí existen. Por eso una de las cosas importantes cuando aprenden a escribir es pedirles que escriban su historia, para que se conozcan más a sí mismas». Después describió cómo viven las dificultades, pues a esta agrupación pertenecen mujeres encarceladas y otras de “afuera”. «Si bien las ayudamos a que descubran quiénes son y se valoren a sí mismas, a veces hay conflictos porque nosotras, las de “afuera”, vivimos una cierta ventaja ante ellas, pero hemos aprendido que los conflictos son una oportunidad de crecimiento, porque nos enseña a reconocernos y aceptarnos como somos».

Juegos infantiles

Para cerrar la primera jornada, unos amigos, Alejandro Olivera (guitarra) y Eréndira Espinoza (voz), ofrecieron un concierto para presentar su primer disco, Cantares del corazón mexicano, un momento bellísimo, interpretaciones con arreglos originales de piezas de música tradicional mexicana, explicadas desde su riqueza cultural y la experiencia educativa del movimiento de CL al que ambos músicos pertenecen.

El momento central de la segunda jornada fue una versión teatral de Pinocho con una adaptación de Letizia Vaccari, que contó con una gran asistencia de familias con niños. La obra cuenta la aventura de la humanidad de Pinocho y su relación estrecha con un Padre misericordioso que abraza y perdona sin límites.

Entre las cosas bellas del Encuentro de este año, destaca el trabajo de los organizadores y voluntarios, con amigos que no pertenecen a CL sino a otras realidades culturales, pero que comparten la misma pasión por el bien común. Eso hace posible una colaboración que construye. Los voluntarios tuvieron protagonismo por partida doble, ya que en la obra Pinocho participaron amigos de Ciudad de México y Puebla, cerca de 35 personas, además de los invitados a los paneles. Todos fueron recibidos por familias de la comunidad de CL en Coatzacoalcos

Una amistad que sorprendía a todos. Al final, en un diálogo entre algunos se puso de manifiesto que la belleza de la vida en comunidad es posible si acontece todos los días en el encuentro persona a persona, una relación humana, llena de afecto y estima porque el otro existe. Una amiga de avanzada edad se acercó para decirnos: «Gracias porque en estos días he vuelto a redescubrir mi fascinación por Cristo, por el modo tan bello en que cuidaron todo el gesto».