Gérard Depardieu en "El conde de Montecristo".

Cómo "ocupar el lugar" de Dios

Después de veinte años de prisión, Edmond Dantès intenta hacer justicia disfrazado como el despiadado Conde de Montecristo. La adaptación cinematográfica de la novela de Dumas no es solo una historia de venganza, sino un reto a nuestra libertad
Luca Marcora

Después de un complot urdido por sus amigos, Edmond Dantès (Depardieu) es encerrado injustamente en el Castillo de If, donde vivirá olvidado durante veinte largos años. Hasta que consigue huir gracias a la ayuda del abad Faria (Moustaki), quien le indica además el lugar secreto donde se esconde un tesoro incalculable. Regresará bajo la identidad del conde de Montecristo para cumplir con su venganza...

«Nunca en mi vida ofendí a ningún hombre y mucho menos a Vos». Edmond Dantès, disfrazado como el abad Busoni, contempla la cruz de una pequeña capilla en lo alto de una colina. «He venido a deciros que, puesto que ha venido a faltar vuestra justicia divina, yo me encargaré de manifestarla a mi manera. Y os aseguro que será inexorable. ¡Os juro que será clamorosa!».

En estas palabras lapidarias está todo el sentido de esta larga pero apasionante adaptación de la novela de Alejandro Dumas, protagonizada por un Gérard Depardieu perfecto en su interpretación del implacable conde, con una dirección que, según avanza la cronología de la historia, consigue construir paso a paso el itinerario de una venganza que se fragua lentamente para luego estallar despiadadamente contra aquellos que una vez se hicieron llamar amigos.

Dantès ha perdido su confianza en la justicia, sepultada por la traición y por los intereses personales, pero en realidad ha perdido sobre todo la esperanza de que sea posible fiarse de alguien, como le dice al fraile ermitaño que se encuentra en aquella pequeña iglesia en la colina. «Yo no me fío de Dios, querido hermano. Estoy aquí para gritarle que yo ocuparé su lugar». Mientras trama su venganza se convierte en un auténtico dios capaz de tenerlo todo bajo control, prever los movimientos del adversario, esperar el momento oportuno para golpear, dejando que sus víctimas también sufran la misma agonía que él ha sufrido en los años de prisión.

Como contrapunto de esta granítica voluntad suya está Bertuccio (Rubini), el cocinero que le lleva a la isla de Montecristo donde se esconde el tesoro del abad Faria, que le salva de los marinos que pretender devolverlo a las autoridades. Bertuccio, no sin esfuerzo, se convierte quizás en el único amigo de verdad del conde, convencido de que tras esa máscara terrible se esconde un hombre cuyo corazón no puede desear solo venganza. «Si queréis vivir entre hombres libres», le dice a Dantès, «debéis recuperar la confianza en los demás». ¿Pero cómo es posible cuando los demás han demostrado no tener nada de humano, ni siquiera con un amigo?

Bertuccio insiste: ¿no sería mejor olvidar e irse a disfrutar estas riquezas, tal vez a América? El conde se ve obligado a medirse con él: «¿Quieres que ponga un océano entre mi justicia y yo?». «Eso que llamáis "vuestra justicia" yo lo llamaría venganza». El rostro de Dantès se ensombrece: «¿Crees que me gusta ser el conde de Montecristo? A decir verdad, Bertuccio, me daría miedo tenerlo como amigo. Es un hombre terrible, despiadado y frío. Pero no me he convertido en este hombre por mi propia voluntad. Me bastaba con ser Edmond Dantès, no deseaba nada más en la vida. Pero me lo impidieron. Dieron vida al vengador que ha vuelto para hacer justicia. Mucho peor para ellos».

Pero este terrible vengador también es capaz de inesperados gestos de bondad. Salva la vida al hijo (Merhar) de la que una vez fue la mujer a la que amaba (Muti) y pensaba que le había traicionado; también salva la vida a Valentine (J. Depardieu), hija del juez que le condenó (Arditi); reconstruye con su propio dinero la última nave naufragada del armador con el que salía al mar cuando era joven, cuyo hijo (Thompson) ama a Valentine... ¿Pero qué falta en todos estos gestos de piedad?

Una vez llevada la venganza a cumplimiento, todas sus riquezas terminan resultando inútiles. Es el momento de quitarse de encima el oprimente ropaje del conde de Montecristo y hacer frente a la joven viuda Camille (Darel), la mujer que había elegido para no despertar sospechas apareciendo en sociedad siempre solo. Pero ella le ama. Precisamente él la ha despertado de su sopor, aunque sabe que no puede retenerlo y por eso le pide una recompensa a cambio de su renuncia: «Me gustaría que perdonaseis». «¿Que yo... perdonase? ¿El qué? ¿Y a quién?». «Todo y a todos, indistintamente, hasta la lluvia que baña vuestra cabeza cuando salís de casa sin sombrero. Y os habla la que ha perdonado incluso al hombre que mató a su marido. Ha hecho falta tiempo, pero al final lo he hecho y estoy segura de que también vos podéis hacerlo».

El perdón: eso es lo único que puede hacerle parecer verdaderamente a Dios. ¿Pero será Edmond Dantès realmente capaz de perdonar todo a todos? La historia no lo cuenta pero, como dijo él mismo en una ocasión, «si la palabra milagro existe en el lenguaje de los hombres, evidentemente tendrá un reflejo en la realidad».

El conde de Montecristo
de Josée Dayan
con Gérard Depardieu, Ornella Muti, Sergio Rubini, Pierre Arditi, Florence Darel, DVD Eagle Pictures