La apuesta del padre Chisholm por los hombres libres

Francis, un anciano sacerdote escocés, ha pasado su vida en misión en China. De vuelta a casa, es cuestionado por su trabajo, y el obispo Angus envía a un monseñor para que lo controle. Y leyendo el diario del misionero comienza a descubrir su vida...
Luca Marcora

El cine ha contado muchas historias de misioneros cristianos, noveladas o basadas en la realidad. El séptimo arte se ha dejado fascinar por estos hombres y mujeres que lo abandonan todo para irse a lugares remotos, movidos tan solo por su vocación. Pero muy a menudo estas películas no consiguen salir de las fronteras de su país de origen y son ignorados por la distribución internacional o el mercado de DVD. Figuras como el padre Junípero Serra o el padre Damián de Molokai, protagonistas de la exposición American Dream. De viaje con los santos americanos, presentada en el Meeting de Rímini, han sido por ejemplo retratadas en varias películas (Las siete ciudades de oro, R. D. Webb, 1955; Molokai, la isla maldita, L. Lucia, 1959; Molokai: la historia del padre Damián, P. Cox, 1999), pero poco o nada sabemos de ellas fuera de los países donde se produjeron. Pero luego la bondad de la labor de los misioneros empezó a mirarse con cierta sospecha: portadores de una diferencia que cancelaba la identidad del indígena, a menudo estos evangelizadores solo se hacen buenos cuando se vuelven contra la Iglesia, de la que se tiende a subrayar únicamente los errores y su aspecto institucional, evidentemente opresivo. Por eso llama la atención positivamente un film como Las llaves del reino, basada en la novela homónima de J. Cronin, un retrato lleno de sincera admiración y gratitud hacia la figura del misionero.

El padre Chisholm, al que todos consideran rebelde y problemático, se descubre en cambio descrito así por el obispo (Gwenn) que le envía a China: «Tú no estás en la Iglesia por casualidad, sino por una razón. Tú sabes reanimar un lugar, tú tienes espíritu de búsqueda y dulzura, conoces la diferencia que hay entre pensar y dudar, y en acción tienes ese ímpetu que impide estancarse. En el sacerdocio nunca serás autómata, ¡nunca!». Sincero, pero nunca desobediente con la autoridad, este sacerdote porta una mirada nueva sobre cualquiera con quien se encuentra. Acoge y no impone nada a nadie, lo apuesta todo por la libertad de cada uno, según los tiempos de Dios. Cuando al llegar a China encuentra una misión por reconstruir, se encuentra también con el drama de los "cristianos del arroz", que solo muestran su conversión por la ayuda económica que pueden recibir. Pero a él no le interesan cristianos así, aun a costa de tener que reconstruirlo todo él solo. Igual que no le interesa que el mandarín (Strong), con quien luego estrechará una larga amistad, se convierta solo por gratitud, aunque eso significaría la conversión en masa de toda la población. No le interesan los éxitos basados en grandes números, sino las personas, junto a las cuales sencillamente vive. El estilo del film se adecúa también al estilo del misionero. A menudo le vemos rezar y dar gracias a Dios, pero casi nunca explicando el Evangelio a los chinos. Sin embargo, se convierte cada vez más en una presencia, hasta el punto de que a su alrededor la misión crece y recoge nuevas y verdaderas conversiones.

Los mayores problemas parecen llegar de los que, como él, ya estaban en la Iglesia: no de la institución, sino de la libertad de los hombres. La superiora de las monjas enviadas para ayudarle, la madre María Verónica (Stradner), de origen noble, vive su vocación como un deber que le hace difícil sintonizar con la humildad del sacerdote y aceptar como personas a los chinos, a los que ve en cambio como «los súbditos más inferiores del reino de Dios». Su viejo amigo Angus, nombrado monseñor, en una visita de inspección a la misión, se muestra «pomposo», se dedica a disfrutar de su estatus en vez de ayudar realmente. Hacia ambos, el padre Chisholm no alberga rencor ni rebelión, siempre ofrece la posibilidad de una relación donde poder volver a empezar de cero, libremente. Tan libre como es con su mejor amigo, Willie (Mitchell), médico ateo siempre dispuesto a ayudarle pero nunca a ceder ante el cristianismo, o con el matrimonio Fiske (Gleason y Revere), metodistas americanos que están poniendo en marcha otra misión en el pueblo. «Cada uno sigue su camino hacia el reino de Dios y, aunque yo sepa que ese no es el camino adecuado, no tengo derecho a cambiar su decisión», le dice al mandarín, que es incapaz de comprender cómo es posible ser tan amigo de personas tan distintas y alejadas del propio credo.

El secreto del padre Chisholm se encierra en esa frase de su viejo maestro que repite a su amiga la madre María Verónica al despedirse: «Debíamos volver a servir a la voluntad del Omnipotente». Y así fue. De hecho, todo lo que construyó tan incansablemente solo es obra Suya.

Las llaves del Reino (The keys of the Kingdom, USA 1944), de John M. Stahl con Gregory Peck, Thomas Mitchell, Vincent Price, Cedric Hardwicke, Edmund Gwenn, Leonard Strong, Rose Stradner, James Gleason, Anne Revere, Benson Fong DVD A & R Productions