Una escena de <i>Mi madre</i>.

Los finales de Moretti (y también un poco los nuestros...)

El director romano regresa al cine con una película sobre el sufrimiento y la pérdida. Junto a Margherita Buy, John Turturro y esa sensación de insuficiencia que siempre ha caracterizado su obra, consigue describir algo que todos compartimos
Paolo Mattei

Las películas de Nanni Moretti son famosas por sus finales memorables y tristes. La habitación en penumbra de Ecce bombo, testigo silencioso del encuentro entre un chico confuso y una chica enferma. El comentario «qué triste es morir sin hijos», pronunciado con desoladora resignación por el protagonista asesino de Bianca justo antes de ser conducido a prisión en un furgón policial. El vaso de agua tomado con los ojos, más que con la boca, con el pesimismo extremo de Caro Diario, sobre la voz de Fiorella Mannoia cantando: «...era la vida que había imaginado, pero el final era distinto...». El mar de Liguria en los últimos fotogramas de La habitación del hijo, en este caso con las notas y la voz de un melancólico Brian Eno que se pregunta: «Después de haber atravesado el día como si fuera un océano, aquí seguimos esperando, sin recordar nunca por qué hemos venido... Me pregunto por qué hemos venido...». O ese día de bodas en La misa ha terminado, y esa logia de San Pedro abandonada por el pontífice, elegido pero no proclamado, de Habemus Papam.

Un elenco al que ahora se añade el de Mi madre, la última película de este cineasta y actor romano, que se estrenó hace unos días en Italia y que narra la historia de una directora de cine (una excelente Margherita Buy) que divide sus jornadas entre los set de rodaje y el hospital donde su madre está ingresada gravemente enferma (maravillosa Giulia Lazzarini). En torno a Margherita (los nombres de la actriz y su personaje coinciden) giran las demás figuras de la historia: su hermano (el propio Nanni Moretti en un discreto secundario); un actor americano, loco, lleno de vitalidad y un poco fanfarrón, que protagoniza la película que está rodando (un estupendo John Turturro); la hija adolescente (Beatrice Mancini); y el marido, del que se está separando (Enrico Ianniello).

«Inadecuación» es la palabra recurrente en los artículos y entrevistas con que se ha presentado al público la última obra de este director. Como inadecuada se siente Margherita, detrás de la cual se esconde el propio Moretti, en este último capítulo de su autobiografía cinematográfica, de ya casi cuatro décadas. Una autobiografía filmográfica que muchos han juzgado negativamente. Basta recordar a Enrico Ghezzi, quien dijo que «el único sello fundamental y notable en las películas de Nanni Moretti es la presencia de Nanni Moretti»; o la broma fulminante de Dino Risi, que le pidió al director que se «quitara del medio» para dejarle «ver la película»... Inadecuado se siente el bizarro actor americano, que en el punto culminante de uno de sus tragicómicos arrebatos contra su equipo grita su desamor hacia el mundo del cine: «Interpretar es una pérdida de tiempo, quiero volver a la realidad... ¡Dejadme volver a la vida real, quiero realidad!».

Lo de Mi madre es la inadecuación del Moretti de siempre, que le ha dado al cineasta su grupo de seguidores fieles. Como los jóvenes que nacieron treinta años después del 68 que van a ver sus películas, donde se ríe y se llora por su sola "presencia". Gente que adora su cine precisamente por la constante inadecuación que Moretti muestra ante el mundo, aunque intencionada e irónicamente cargada de peculiares características, que no nacen -como dicen algunos- de taras personales o generacionales. Mostrando su propio sentimiento de insuficiencia, de inadecuación, de incapacidad («Todo depende de mí... y si depende de mí, seguro que no lo haré», dice el protagonista de Caro Diario), Moretti describe, entre risas y lágrimas, algo que es propio de muchísima gente. Con su propio estilo, reconocible y amado: tramas diseminadas, que han cambiado de forma con el tiempo pero que siguen siendo perfectamente reconocibles como "morettianas".

Mi madre es la historia sencilla y desarmante de un dolor privado proyectado en las pantallas de toda Italia en los mismos días en que trágicos dolores públicos se consuman en nuestro Mediterráneo. Pero el dolor por la muerte de la madre también es una ocasión para narrar públicamente el sentido de la pérdida, el sufrimiento por algo que falta, la percepción que sostiene la tristeza humana, una ausencia sufrida. Entre risas y lágrimas -como la ligereza de Turturro que, sin quererlo, termina rompiendo los esquemas de Margherita, que soporta a duras penas la fatiga cotidiana del trabajo y los afectos-, entre sueños y realidad, la historia de Mi madre llega al final esta vez con una palabra. Y las palabras son importantes.

La palabra «mañana». Margherita imagina que su madre la pronuncia en su lecho hospitalario para responder a una pregunta suya: «¿En qué piensas, mamá?». «En mañana». Es inútil añadir más. Un final, hermoso y triste, que en el fondo parece que no quiere ser la última palabra.

Mi madre, 2015
dirigida por Nanni Moretti
Con Margherita Buy, Nanni Moretti y John Turturro