Encuentro con Alain Finkielkraut en Milán.

El hombre, entre el pecado, la gracia y la gratitud

Martes 14 de abril, encuentro con el filósofo académico francés. Un diálogo, a partir de Péguy, sobre la humanidad en la historia, la relación con la realidad y la libertad. Y sobre su mal, hasta los intentos (sin éxito) de librarse de él
Elena Fabrizi

Fue una noche intensa la del martes 14 de abril en el Centro Cultural de Milán. Se esperaba desde hacía tiempo el encuentro con el filósofo Alain Finkielkraut, parisino, uno de los intelectuales franceses más conocidos, ex profesor de Cultura general e Historia de las ideas en la Ecole polytechnique francesa, y miembro de la Académie française. El título del encuentro: "Todo es 'acontecimiento'. ¿Se puede pensar y vivir así? Partamos de Péguy".

El periodista Pigi Colognesi presentó el encuentro con citas del escritor francés, cuyo pensamiento fue una luz clara durante la velada: «Péguy imagina a dos amigos paseando: ¿de qué podrían hablar sino del problema del ser? Me gustaría que esta noche fuera como ese paseo. El problema del ser, es decir, de lo que existe». Así pasó, más que al paseo, al "ataque" con un diálogo que vislumbraba ya desde el principio la intensidad del camino. El primer paso es la realidad.

Colognesi utilizó otra cita para la primera pregunta: «Cuando "la realidad supera perpetuamente la imagen que uno se forma de ella" pueden nacer dos actitudes: la gratitud o el resentimiento». ¿Puede explicar mejor estas dos actitudes?

«No creo que se pueda elegir entre ambas, entre gratitud y resentimiento, y decir que una cosa es totalmente mala y otra totalmente positiva», afirmó Finkielkraut, y pasó a resumir un poema del siglo XV, El campesino de Bohemia: la historia de un campesino que pierde a su amada esposa y establece un diálogo con la Muerte. «Es una invectiva continua contra la Muerte, que le da a este hombre todas las justificaciones metafísicas necesarias para atenuar su propia existencia». Pero el campesino se niega: «No hay nada que pueda atenuar el escándalo de la muerte».

Finkielkraut comparó el rechazo de esta inevitabilidad por parte del campesino con nosotros, los modernos: «Somos los herederos del sentimiento del campesino. El proyecto moderno de empezar a controlar la naturaleza, de domesticarla para mejorar la suerte de la humanidad... este proyecto de domesticación de la realidad emerge como el origen de esta protesta del campesino. Es algo que debemos saber antes de enjuiciar el resentimiento».

El filósofo citó también el epílogo de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt, para explicar la vulnerabilidad actual de la naturaleza: «El hombre moderno se ha liberado de la tradición, como decía Kant "ha salido de la minoría de edad" de la que él mismo era responsable como hemos visto en el caso del campesino». Pero el resultado es catastrófico: «Al hacerlo, el hombre se enfrenta con su propia existencia, con el hecho de no ser el creador de sí mismo. Presa de este resentimiento fundamental, no percibe la razón del mundo como dado, que es la base del nihilismo». En resumen, ante la vida misma, el hombre alimenta un sentimiento de hostilidad. Entonces, ¿cómo puede el hombre concebir un sentimiento de gratitud? ¿Cómo dar gracias por lo dado cuando ya no se cree en la existencia del dador? Son preguntas que Finkielkraut plantea y deja como hitos en el camino.

Colognesi le interpela: ¿cómo se puede vivir el presente en términos de acontecimiento? «Tiene usted razón al no reducir el acontecimiento a un eslogan», responde el filósofo, para luego ahondar en el sentido de la historia, en su paso de magistra vitae (clásico) a deber de la memoria y proceso rotatorio (moderno-contemporáneo).

Al final se hizo inevitable hablar de la masacre del Charlie Hebdo, un momento «extraordinario y paradójico», donde hemos visto un gran movimiento de unidad nacional, «pero al que los habitantes de los barrios populares no han querido sumarse. En las escuelas "populares", aun condenando los homicidios, los alumnos han manifestado que ellos no eran Charlie y que aquella era una revista blasfema. No existe un pueblo francés, quizás en Francia existan dos pueblos». Aunque también ha sido un momento revelador de una cierta fragilidad de la República, de una idea obsoleta, según la cual «los asesinos eran víctimas de un apartheid étnico-territorial, como dijo el primer ministro. La laicidad misma se ha puesto en discusión en nombre de la lucha contra la islamofobia. Así, la realidad de lo que ha sucedido ha quedado tapada por una serie de buenas intenciones anti-racismo».

Finkielkraut fue rotundo: «Cada vez que uno intenta reflexionar, se le intimida para que calle. Cuando más se desvela el presente, menos derecho tenemos a pensarlo». El "paseo" prosigue sin tropiezos: de la irreductibilidad de las diferencias, con una referencia a la teoría gender («el concepto no es solo igualdad sino de intercambiabilidad total») a la democracia en Europa, con referencias a cómo la educción en Francia está evolucionando, por no decir degradando. «Estamos aquí para recuperar la "libertad de lo dado". Cada uno debe ser libre de ser lo que quiere ser, y ante esta ambición, ante esta ubris, se trata de recuperar la gratitud por el hecho de que las cosas, así es, nos son dadas».

Para cerrar el encuentro, una última pregunta al académico francés: «Usted ha dicho: "Mediante la virtud cristiana de la humildad, el hombre toma conciencia de su debilidad", y "abre un cambio a Dios para actuar: hay que descubrirse pecadores para poder recibir la gracia". ¿Qué lugar ocupa esta palabra, la gracia, en sus reflexiones?».

«A riesgo de decepcionarle», respondió Finkielkraut: «aun no siendo creyente, puedo leer con pasión obras que hablan de la gracia, Péguy, Pascal, san Agustín... Pero la gracia no encuentra un lugar en mi modesta cabeza». Explicó que lo que le atrae no es tanto el pecado original en sí sino el hecho de que el hombre no tiene el poder necesario para librarse de él definitivamente. «Podemos pensar que el hombre no es el artífice del mal, y tampoco Dios, sino la sociedad. Si fuera así, entonces le correspondería a la política poner fin al mal. Pero este ideal ha terminado muy mal. De hecho, la propia voluntad de vencer al mal se ha revelado como algo maléfico». Así lo cuenta la historia. Mientras que desde la antigüedad siempre nos ha llegado otra enseñanza, así como en la Biblia, por poner un ejemplo, o en la tragedia griega, cuyas historias están llenas de intentos de «ponerse en guardia ante la idea de que la política sea quien resuelva el problema del mal».