Escribir, un don tan “imprevisible” como un pavo real

Il Sussidiario
Davide Ori

Nacida a mediados de los noventa, este año volverá con nuevos invitados de excepción la escuela de escritura Flannery O'Connor, organizada por el Centro Cultural de Milán, con la participación de figuras del mundo de la literatura, el teatro, la música y las artes audiovisuales. Hablamos con uno de sus fundadores, el escritor Luca Doninelli.

¿Cómo nace la Escuela de escritura Flannery O'Connor?
A mediados de los noventa ya formaba parte de la redacción del Centro Cultural de Milán y organicé una serie de encuentros que se llamaba “Oficina del relato”. En aquellos años gané algunos premios literarios y de ahí nació la idea de que quizá podría enseñar lo que había aprendido. Enseñaba cómo se hace una introducción, una descripción o sencillos diálogos sobre el arte de narrar. Fue Camillo Fornasieri, director del centro, quien pensó en transformar aquella Oficina en una escuela de escritura.

¿Por qué tomó el nombre de la escritora americana?
A Flannery O'Connor no la conocía casi nadie hasta hace veinte años. Nosotros la empezamos a leer en los noventa. Y seguramente ella más que nadie revolucionó el arte de la “short story”. Yo la conocí gracias a Mauro Marcolla, escritor pero también empresario. En aquellos años solo se había publicado en italiano un libro de relatos, con una óptima traducción de Marisa Caramella. Lo primero que me impactó de aquella escritora era que era católica pero no tenía ese aspecto consolador del cristianismo. Era más católica que todos los católicos y más laica que todos los laicos.

¿Qué valor tiene el símbolo de la escuela, un pavo?
A Flannery O'Connor le gustaban mucho y los criaba. Es un animal especial: hace unos arcos maravillosos cuando él decide, sin una razón lógica. Es un poco el símbolo de la realidad: una belleza que no responde a unas reglas preestablecidas. Nuestro objetivo es acompañar a los participantes y mirar esta belleza que sucede inesperadamente todos los días.

¿Qué ha aprendido en estos años?
Que, más allá de las técnicas, uno puede ser ayudado a mejorar. Otra cosa que me he llevado a casa en estos años es que siempre se puede descubrir el don de uno, que no se puede prever sino que sucede. El don nunca se da según nuestros parámetros. Y no todos los que se inscriben en nuestra escuela tienen el don de escribir, de hecho lo tienen pocos. En todo caso es la victoria de un reconocimiento: un talento, si está, sucede. Nosotros no hacemos otra cosa que guiar a los que tenemos delante. Les guiamos, pero son ellos los que se ponen en marcha. Y mirando cómo se implican en su trabajo volvemos a descubrir la literatura.

¿Qué quiere enseñar a los nuevos participantes?
¿Por qué enseña un profesor? ¿Basta un profesor para explicar bien el latín? ¿Cómo se enseñan los trucos del oficio? Dentro de un encuentro, encuentro a la persona que tengo delante y, en la medida en que uno se implica, se convierte en un encuentro irrepetible. A esto ayuda la perspectiva de un trabajo concreto: la publicación de los mejores trabajos en formato e-book. Pero no hay que engañarse ni entrar en la lógica de los talent show. Mi objetivo no es enseñar los trucos sino atender una necesidad. Dentro de esta necesidad sucede algo. Nos ayudamos a transformar un impulso centrífugo en un trabajo para mirar mejor la realidad.