Una escena del film.

Esa nostalgia que nos constituye

La película de los hermanos Coen retrata la vida de uno de esos artistas bohemios que marcaron la historia de la música folk estadounidense. Sueños, esperanzas, errores y regresos. Y ese deseo de que alguien escuche
Elena Rossato

Busquen la portada de un viejo LP de música folk, Inside Van Ronk, y fíjense. Hay un chico apoyado en la puerta de un local del “Greenwich Village” – el barrio “bohemio” de Nueva York – con un gato asomando en la puerta. ¿Cómo vive ese chico, qué piensa, qué desea, qué toca? ¿Y qué hace allí ese gato?

Luego, vayan a ver la película de los hermanos Coen A propósito de Llewyn Davis. La última propuesta de estos dos hermanos es un film lleno de música y melancolía, una película que cuenta los sueños, las esperanzas, los errores, las desilusiones, en resumen, un fragmento de la vida de uno de estos músicos bohemios (Llewyn Davis en el film, Dave Van Ronk en la vida real), desarraigados y a menudo sin un dólar, y que poco antes de Bob Dylan, forjaron la historia de la música folk americana. Es un fragmento breve, tal vez menos de una semana, que se abre y se cierra aparentemente con la misma escena (Llewyn golpeado por un hombre vestido con traje y corbata fuera del local en el que acaba de tocar).

Pero la segunda vez se oye de fondo a Bob Dylan, el gran juglar, que al cantar introduce, en la aparente monotonía, una novedad. Entre ambas escenas, el relato de un retorno, o más bien dos: el simbólico, el del gato Ulises, que después de escapar, después de cruzar las columnas de Hércules de la puerta de cada y de la ventana de Llewyn, vuelve con su amo, Míster Gorfein, hebreo; y el del propio Llewyn, que después de vagar y llegar incluso hasta Chicago, después de haber intentado incluso volver a enrolarse en la marina mercante, vuelve al local donde empezó, y donde sonará Dylan.

Una película sobre la nostalgia y llena de nostalgia: la de la casa que Llewyn no tiene y desea, la de un hijo, de descubre tener y al que le gustaría ver, la de una persona con la que compartir la vida, la de verdad, la que hay en el fondo del corazón de cada uno de nosotros, que no sabemos explicar pero que exuda de las notas musicales que invaden el film. En definitiva, la nostalgia de Otro que sepa escucharnos, que nos tome en serio, que no nos diga «con eso no se hace dinero», como dice Bud Grossman después de escuchar una canción de Llewyn. Porque “eso” somos nosotros.