Colapso social, disyuntivas ideológicas y esa autoridad que resiste el embate del tiempo

A través de las circunstancias presentes, he podido descubrir el valor de la autoridad como amistad, que me ha dado mucha paz ante los recientes sucesos en Colombia. La situación social del país es complicada. Muchos ciudadanos colombianos han decidido ejercer su derecho constitucional a la disidencia política. El ocultamiento de la muerte de ocho niños provocado por una operación militar en el Caquetá y la premiación del ministro responsable de tal ocultamiento; el estancamiento del acuerdo de paz y el asesinado silencioso de decenas de líderes sociales en el último año en el Cauca y en todo el país; la inadecuada respuesta del gobierno frente a los ciudadanos que reclaman condiciones más dignas de educación y salud, a través del uso desmedido de la fuerza militar, culminado con el homicidio, según medicina legal, del estudiante Dilan Cruz; estas serían algunas de las causas de las fracturas que existen entre las instituciones y los ciudadanos y que motivan la falta de confianza en la actual representación política, según los líderes del paro nacional actual.

En el marco de la presente crisis social, la Iglesia hace sentir su propia voz. La Conferencia episcopal colombiana ha dicho: «Es importante la búsqueda del diálogo, concertar los propósitos comunes y trabajar todos por el bien del país. También es fuente de preocupación tener claro el origen y los objetivos de las marchas. Nosotros evidenciamos que es necesaria una reflexión, es decir, qué es lo que queremos; esto no aparece siempre muy claro. Las manifestaciones se pueden presentar para la injerencia de otros intereses, capitalizando los resultados de las marchas para satisfacer ilusiones o proyectos personales o de algunos grupos». Con estas palabras, monseñor Elkin reclama a los ciudadanos a perseguir el bien común y a la necesidad de madurar una reflexión, antes de rechazar o secundar las marchas de manera ideológica.

Por más que me esforzara en aclararme, no lograba salir de una posición dialéctica: sí al paro, no al paro. Muchos análisis y ninguna certeza. Pero algo cambió y puedo decir que es verdad que el reconocimiento de la autoridad va de la mano del reconocimiento de mi propia impotencia. Un buen discurso o un buen análisis, incluso política o religiosamente justificado, podrán convencernos a marchar o a quedarnos quietos. Probablemente, marchando nos sentiremos culpables por nuestra rebeldía, quedándonos quietos nos sentiremos culpables por nuestra indiferencia. Nada nuevo: cada uno se mira a sí mismo, razona sobre sí mismo, en fin, queda atrapado en sí mismo. Por el contrario, la muerte violenta de Dilan Cruz, un estudiante en marcha durante el paro nacional, es un suceso que nos saca de este atasco interior: sea que uno esté marchando o sentado cómodamente en el sofá mirando Netflix, su muerte desencadena un grito: ¿es justa la vida? Pero, sobre todo, ¿a qué o a quién dirigir una pregunta de este calibre? ¿Hay algo o alguien que pueda responder? Ahora bien, la justicia humana debe seguir su curso y dar explicaciones razonables por el uso desmedido de la fuerza, por la violación de ciertos derechos constitucionales por parte del Escuadrón Móvil Antidisturbios y, sobre todo, debe buscar a los culpables del homicidio de Dilan. Sin embargo, un culpable o un discurso no aplacarán nuestro grito, nuestro dolor y el de los familiares y amigos de Dilan. La pregunta «¿es justa la vida?» saldrá de nuevo a flote y nos provocará a buscar una respuesta y a reconocerla en caso de encontrarla. A estas alturas nadie quiere una respuesta fácil: o la vida merece la pena ser vivida o sería mejor resignarse al nihilismo y abandonar la búsqueda del sentido. Vuelve con fuerza la cuestión. ¿Hay algo o alguien que pueda responder por la muerte de Dilan, sin dejarnos con el sinsabor de que la vida sea inevitablemente injusta y acabe en tragedia?

Paradójicamente, la confusión de estos días y el homicidio del estudiante me han hecho buscar y descubrir quién es amigo, es decir, autoridad en mi vida. Amigo, es decir, «autoridad es quien plantea la pregunta pero también quien la toma en serio». Amigo y autoridad es quien no se encierra en una posición dialéctica y facciosa, derivada de una fácil categorización: en pro o en contra del paro. Amigo es Cristo quien acontece a través de una provocación que me llega al corazón mediante un comunicado oficial de la Conferencia episcopal colombiana. Amigo es Cristo que no me deja tranquilo frente a la muerte inocente de un estudiante disidente, que me conmueve y me hace descubrir la profundidad de mi deseo. Amigo es Cristo, quien me da la gracia y la libertad de aceptar los desafíos que él mismo pone en mi vida para donarme la paz y la alegría verdadera, que he visto vislumbrar en los rostros de los chicos del CLU en una noche de cantos y que ningún esquema político o religioso logra producir en mi experiencia.
Alessandro Ballabio, Colombia