Sammy Basso (Foto Ansa/Alessandro Di Marco)

Sammy Basso. «Qué regalo la vida»

Publicada en Avvenire la carta-testamento del joven investigador italiano que padecía progeria y murió el domingo pasado

Sammy Basso se había preparado para el día de su muerte, que llegó inesperadamente el pasado domingo en un restaurante durante la celebración de la boda de unos amigos. El joven investigador, que sufría desde que nació una enfermedad rara llamada progeria (que causa un envejecimiento precoz consumiendo el cuerpo de quien la padece), se había hecho famoso por su trabajo internacional en el estudio científico de su patología, pero también porque siempre hablaba en público con una sonrisa y con cierta ironía. Durante su funeral se leyó una carta-testamento que tenía escrita para la ocasión. Un texto que es un himno a la vida y un testimonio de fe extraordinario.

Si estáis leyendo esto es que ya no estoy en el mundo de los vivos. Al menos no tal como lo conocemos. Escribo esta carta porque si hay algo que siempre me ha angustiado son los funerales. No es que los funerales sean algo malo, dar el último adiós a los seres queridos es una de las cosas más humanas y poéticas que existen. Sin embargo, cada vez que pensaba cómo sería mi funeral, siempre había dos cosas que no soportaba: no poder estar para decir mis últimas palabras y no poder consolar a mis seres queridos. Aparte del hecho de no poder acompañaros, pero ese es otro tema… Por eso, he decidido escribir mis últimas palabras y doy las gracias a quien las esté leyendo. No quiero dejaros más que lo que he vivido, y puesto que se trata de la última vez que tengo la posibilidad de intervenir, solo diré lo esencial, sin cosas superfluas y demás.

Quiero que sepáis sobre todo que he vivido una vida feliz, sin excepcional, y la he vivido simplemente como un hombre, con momentos de alegría y momentos difíciles, con ganas de hacer el bien, consiguiéndolo a veces y otras veces fracasando miserablemente. Desde pequeño, como bien sabéis, la progeria ha marcado profundamente mi vida, aunque solo fuera una parte minúscula de lo que soy, pero no puedo negar que ha influido mucho en mi vida cotidiana y también en mis decisiones. No sé por qué ni cómo me iré de este mundo, pero seguramente muchos dirán que he perdido mi batalla contra la enfermedad. ¡No los escuchéis! No había ninguna batalla que librar, solo una vida que abrazar tal como era, con sus dificultades, pero siempre espléndida, siempre fantástica, ni premio ni condena, simplemente un don que Dios me dio.

He intentado vivir lo más plenamente posible, pero he cometido errores, como todo el mundo, como todo pecador. Soñaba con llegar a ser alguien de quien se hablara en los libros de texto, una persona digna de ser recordada en la posteridad, alguien que, como los grandes del pasado, cuando se le nombra se hace con reverencia. No niego que, aunque mi intención era ser un grande de la historia por haber hecho el bien, una parte de ese deseo se debía también a cierto egoísmo. El egoísmo de quien simplemente quiere sentirse más que los demás. He luchado con todas mis fuerzas contra ese deseo malsano, sabiendo que Dios no ama a quien hace las cosas para sí mismo, pero aun así no siempre lo he logrado. Ahora me doy cuenta, mientras escribo esta carta, imaginando cómo será mi último momento sobre la Tierra, de que es el deseo más estúpido que se puede tener. La gloria personal, la grandeza, la fama, no son más que algo pasajero. Sin embargo, el amor que se genera en la vida es eterno, pues solo Dios es eterno y el amor nos viene de Dios. Si hay algo de lo que no me arrepiento es de haber amado a mucha gente en mi vida, y tanto. Sin embargo, es demasiado poco. Los que me conocen saben que no soy un tipo al que le guste dar consejos, pero esta es mi última oportunidad… así que os pido, amigos míos, que améis a los que os rodean, nunca olvidéis que nuestros compañeros de viaje no son el medio sino el fin. ¡El mundo es bueno si sabemos dónde mirar!

Muchas veces, como os decía, me he equivocado. Durante buena parte de mi vida pensaba que no había hechos totalmente positivos o totalmente negativos, que dependía de nosotros ver el lado bueno o el lado oscuro. Claro que es una buena filosofía de vida, ¡pero no es todo! Un hecho puede ser negativo, ¡y puede serlo totalmente! Lo que nos toca no es encontrar algo positivo, sino sobre todo avanzar por el buen camino, soportando y transformando, por amor a los demás, un hecho negativo en uno positivo. No se trata de buscar el lado positivo sino de crearlo, esa es en mi opinión la facultad más importante que nos ha dado Dios, la facultad que nos hace humanos por encima de todas las demás.

Quiero que sepaís que os quiero a todos, que ha sido un placer recorrer el camino de la vida a vuestro lado. No os voy a pedir que no estéis tristes, pero no lo estéis demasiado. Como en cualquier muerte, entre mis seres queridos habrá alguien que llorará por mí, alguien que no se lo creerá, alguien que, tal vez sin saber por qué, tenga ganas de salir con sus amigos, juntarse, reírse y bromear, como si nada hubiera pasado. Quiero estar con vosotros en esto, y que sepáis que es normal. Para los que lloren, sabed que es normal estar tristes. Para los que quieran irse de fiesta, sabed que es normal celebrar. Llorad y celebrad, hacedlo también en mi honor. Pero si me queréis recordar, no perdáis demasiado tiempo en rituales diversos, rezad, sí, pero id también a tomar una copa, brindad a mi salud y a la vuestra, y estad alegres. Siempre me ha gustado estar en compañía, y así me gustaría ser recordado. Pero probablemente hará falta tiempo, y si quiero consolar de verdad y partir de este mundo de tal modo que no os haga daño, no puedo deciros sin más que el tiempo cura todas las heridas. Porque no es verdad. Por eso quiero hablar sin rodeos del paso que ya he dado y que todos tienen que dar tarde o temprano: la muerte. Aunque solo decir su nombre da a veces escalofríos, pero es algo natural, lo más natural del mundo. Si queremos usar una paradoja, la muerte es lo más natural de la vida. ¡Pero nos da miedo! Es normal, no hay nada malo, Jesús también tuvo miedo. Es el miedo a lo desconocido porque no podemos decir que hayamos tenido experiencia de ello en el pasado. Pero pensemos en la muerte en positivo. Si no existiera, probablemente nunca acabaríamos nada en la vida porque al fin y al cabo siempre habría un mañana. La muerte, en cambio, nos hace saber que no siempre hay un mañana, que si queremos hacer algo, ¡el momento es justo “ahora”!

Pero para un cristiano la muerte es también algo más. Desde que Jesús murió en la cruz, como sacrificio por todos nuestros pecados, la muerte es la única forma de vivir realmente, la única forma de volver por fin a la casa del Padre, la única forma de ver por fin su Rostro. Y como cristiano he afrontado la muerte. No quería morir, no estaba dispuesto a morir, pero estaba preparado. Lo único que me da pena es no poder seguir aquí para ver cómo cambia y avanza el mundo. Pero, por lo demás, en el último momento espero haber sido capaz de ver la muerte como la veía san Francisco, cuyas palabras me han acompañado toda la vida. Yo también espero haber podido recibir a la muerte como “hermana muerte”, de la que ningún ser vivo puede escapar.
Si he tenido una vida digna, si he llevado mi cruz tal como se me ha pedido que hiciera, ahora estoy con el Creador. Ahora estoy con mi Dios, el Dios de mis padres, en su Casa indestructible. Él, nuestro Dios, el único Dios verdadero, es la causa primera y el fin de todas las cosas. Ante la muerte, nada tiene sentido más que Él. Por ello, aunque no haga falta decirlo, pues Él lo sabe todo, igual que os doy las gracias a vosotros también quiero darle las gracias a Él. Debo mi vida entera a Dios, cada cosa buena. La fe me ha acompañado y no sería lo que soy sin mi fe. Él me ha cambiado la vida, la ha aferrado y ha hecho con ella algo extraordinario, y lo ha hecho con la sencillez de mi vida cotidiana.

Amigos míos, no os canséis nunca de servir a Dios y de comportaos según sus mandamientos porque nada tiene sentido sin Él y porque todas nuestras acciones serán juzgadas, y decretará quién seguirá viviendo eternamente y quién en cambio tendrá que morir. Sin duda no he sido el mejor de los cristianos, sin duda he sido un pecador, pero ahora poco importa. Lo que importa es que he intentado hacerlo lo mejor posible, y lo volvería a hacer. No os canséis nunca, hermanos míos, de llevar la cruz que Dios os ha asignado a cada uno, y no tengáis miedo a pedir ayuda para llevarla, igual que Jesús recibió ayuda de José de Arimatea. Nunca renunciéis a una relación plena e íntima con Dios, aceptad de buen grado su voluntad, pues es nuestro deber, pero nunca seáis pasivos, haced oír vuestra voz con fuerza, dad a conocer a Dios vuestra voluntad, tal como hizo Jacob, que por demostrar su fuerza fue llamado Israel: el que lucha con Dios. Seguro que Dios, que es madre y padre, que en la persona de Jesús padeció toda la debilidad humana, y que en el Espíritu Santo vive siempre en nosotros, que somos templo suyo, valorará vuestros esfuerzos y los llevará en su corazón.

Ahora os dejo, como os decía no me gustan los funerales cuando se alargan demasiado, y yo no he sido breve. Sabed que nunca podría imaginar mi vida sin vosotros y, si me dieran la posibilidad de elegir, volvería a elegir crecer a vuestro lado. Estoy contento porque mañana el sol volverá a salir…
Familia mía, hermanos míos, amigos míos y amor mío, estoy con vosotros y si me lo permiten, velaré por vosotros, ¡os quiero!
P.D. Estad tranquilos, todo esto no es más que sueño atrasado…

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