Claude Monet, "Amanecer", 1873 (Wikimedia Commons)

Quién interroga al dolor

«Cuando los jóvenes abrazan las preguntas que los adultos censuran». Un diálogo entre el crítico musical Massimo Granieri y Franco Nembrini en L'Osservatore Romano el 27 de abril
Massimo Granieri y Franco Nembrini

MASSIMO GRANIERI Los alumnos de una clase de bachillerato están haciendo un trabajo que les ha pedido el profesor de religión mientras que él, Luigi Giussani, va paseando por la clase y ve un libro apoyado en un pupitre. Es el Compendio histórico de la literatura italiana de Natalino Sapegno. Lo abre al azar y posa su mirada en la página 649, dedicada a la poesía de Leopardi. Al cabo de medio minuto, pide a los alumnos que paren y lee unas líneas en voz alta: «Las preguntas en las que se condensa la confusa e indiscriminada veleidad reflexiva de los adolescentes, su primitiva y sumaria filosofía (¿Qué es la vida? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es el fin del universo? ¿Por qué el dolor?), aquellas preguntas que un filósofo auténtico y adulto aleja de sí como algo absurdo…». Y les pregunta: «Pero vosotros, con toda vuestra presunción, con toda vuestra voluntad de autonomía, ¿leéis estas cosas y las aceptáis sin rechistar, como si se tratara de beber un vaso de agua?» (L. Giussani, El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2023, p.106).
He propuesto en clase esas preguntas “absurdas” según Sapegno, imitando las intenciones de don Luigi: animar a los alumnos a buscar el sentido de todo, a pesar de los esfuerzos de los adultos por apagar cualquier atisbo de pregunta que no tiene respuesta.

La tarea iba introducida por una canción de Supertramp, The Logical Song, cuya letra dice: «Cuando era joven, parecía que la vida era realmente maravillosa, un milagro, era preciosa, mágica. Pero luego me mandaron aprender a ser razonable, racional, responsable, pragmático. Y me enseñaron un mundo donde pudiera ser alguien fiable, importante, intelectual, cínico. Hay momentos, cuando el mundo está dormido, en que las preguntas llegan demasiado hondo para un hombre tan simple. ¿Podrías decirme qué es lo que hemos aprendido? Sé que parece absurdo pero, por favor, dime quién soy. Ahora presta atención a lo que dices o te dirán que eres radical, fanático, criminal. ¿No pones tu firma? Nos gustaría asegurarnos de que eres aceptable, respetable, presentable, ¡un vegetal!» (del álbum Breakfast in America, 1979).

Mis alumnos de Roma no entienden por qué existimos, condicionados por los dramas que viven en casa. Casi todas las respuestas de su trabajo terminan devolviéndome otra pregunta: «Profe, ¿por qué hay tanto dolor en la vida?» La experiencia confirma la agudeza de don Giussani. Los jóvenes son una pregunta que exige un sentido. Ha sido una ocasión para conocerse a sí mismos, custodiando un silencio surrealista mientras trabajaban, aturdidos por el deseo que suscitaban en ellos esas preguntas. Mis alumnos viven a en la periferia, algunos ya tienen un destino infeliz que otros han decidido por ellos. Sin embargo, si se liberan del escepticismo, podrán aventurarse en una búsqueda apasionada del bien, si alguien les enseña que sus porqués tienen respuesta.

FRANCO NEMBRINI Los alumnos de don Massimo, libres de los prejuicios de los adultos y del cinismo que les caracteriza, se quedan aturdidos por el deseo que se abre paso en ellos ante las grandes preguntas que su profesor les propone. Creo que toda la cuestión de la emergencia educativa consiste en esto: los adultos que nuestros jóvenes tienen delante, ¿de qué esperanza viven? ¿En qué se apoyan sus jornadas? ¿Cómo están delante del dolor y la fatiga?
Yo también quiero contar algo que me pasó hace unos días, leyendo con mis alumnos un mail que acababa de recibido. Veamos el contexto. El pasado viernes 19 de abril se inauguró la tercera gran exposición de Verona dedicada al Paraíso de Dante. Estaban presentes el obispo, las autoridades y muchos de los jóvenes que se habían ofrecido a guiar a los grupos que iban a visitarla desde ese día hasta el 16 de junio. Al día siguiente se presentó en la entrada una chica argentina preguntando si podía hablar con alguien que supiera español. El profesor de turno se ofreció a darle toda la información que necesitara, pero la chica solo quería poder hablar con alguien del grupo que había organizado la exposición, diciendo textualmente «para compartir» su experiencia. Y empezó a contar esta historia increíble: «Hace dos años estuve en Verona con mi marido de luna de miel y nos topamos casualmente con la exposición Mi Infierno. Fue una agradable sorpresa porque mi marido adora a Dante y La Divina Comedia, que siempre ha leído con avidez. Pero al volver del viaje empezó nuestro “infierno”. Le diagnosticaron un cáncer que me lo quitó en tres meses, y ahí empezó mi “purgatorio”. Antes de morir le prometí que si se hacía la exposición sobre el Paraíso, volvería a Italia para verla, sobre todo por él. Así que reservé un vuelo de Argentina a Verona y hoy, justo hoy, cuando se cumplen justo seis meses de la muerte de mi marido me encuentro aquí, feliz de estar con vosotros y poder compartir esta experiencia».

Mi amiga profesora que me lo contaba decía: «En ese momento le di un abrazo y lloramos las dos. Sobre nosotras se abrió por un momento el cielo gris que nos cubría ese día y el sol nos caldeó. Fue increíble. En nuestro abrazo estaba su marido. Al salir de la exposición me enseñó una foto de su marido y ella junto a la estatua de Dante, foto que conservaba cuidadosamente en un sobre transparente junto a una imagen de la Virgen de Guadalupe. Nos dio las gracias porque ahora podía empezar su camino para recuperar la paz y la serenidad».

Lloré mucho rato después de recibir este mail conmovido por este espectáculo de coraje, fuerza y fe. Pero aún más me conmovieron las miradas y comentarios de los alumnos a los que se lo conté y su deseo sincero, que todos expresaron más o menos con estas palabras: «Nosotros también queremos vivir así, ¿dónde se puede aprender a amar así?».