Prosperi. Comunicar cada día la belleza que encontramos
La 46ª Jornada Nacional por la Vida convocada por la Iglesia italiana. Publicamos la intervención del presidente de la Fraternidad en un número especial del diario Avvenire el 4 de febreroLa Jornada por la Vida suele reducirse a una contraposición entre una minoría que defiende el valor de la vida, sobre todo en sus momentos más vulnerables (gestación, nacimiento, discapacidad o vejez), y una mayoría que suele resultar más indiferente pero también capaz en ciertos momentos de fuerte reivindicación (política, mediática y cada vez más también jurídica) en temas como la eutanasia, el aborto y otros nuevos presuntos derechos. Acaban así por no escucharse ni comprenderse.
Paradójicamente, ambas partes son similares a la hora de subrayar valores como la acogida, la compasión, el acompañamiento y la piedad, pero llegan a conclusiones diametralmente opuestas. Pasa lo mismo, salvando las distancias, con la guerra o la inmigración, otros temas centrales en la Jornada por la Vida. Todos quieren la paz, ¿pero cuál es la paz más justa? Mientras tanto, mientras se discute, mueren hombres, mujeres y niños inocentes. Mientras tanto, a pesar de los llamamientos a incrementar la natalidad, en el mundo se cuentan más de 40 millones de abortos al año y las muertes por eutanasia y suicidio asistido van en aumento. Una auténtica hecatombe “voluntaria”. Muchos debates y muchos buenos propósitos pero al final el hombre sigue haciendo lo que quiere: con los demás y con los más débiles sobre todo, pero también consigo mismo. Queriendo crear un mundo sin Dios, el hombre se pone a sí mismo en el lugar de Dios. El resultado es casi siempre la violencia, la eliminación del que molesta. Es el mismo engaño utópico que se experimentó con las ideologías totalitarias pero de otra forma.
Para los cristianos de nuestro tiempo se plantea aquí la misma alternativa que se perpetúa desde los tiempos de Cristo: ¿Jesús o Barrabás? ¿El poder de Dios o el del hombre? Me parece que este es el corazón de la Jornada por la Vida: la vida es misterio porque se ve y se siente, pero no se posee. Como decía don Giussani: «si estoy atento, es decir si soy una persona madura, no puedo negar que la evidencia mayor y más profunda que percibo es que yo no me hago a mí mismo, que no me estoy haciendo ahora a mí mismo. Yo no me doy el ser, no me doy la realidad que soy, soy algo “dado”». El problema de la presencia de Dios como factor determinante en la vida no se puede reivindicar por tanto reduciéndolo a una contraposición ideológica. Jesús, que murió y resucitó por todos, ha revelado el señorío amoroso de Dios sobre la existencia. Se trata por tanto de imitarle, testimoniando «la fuerza sorprendente de la vida».
Se trata, como cristianos, de comunicar la belleza que hemos encontrado y que, con las mismas fatigas que todos, redescubrimos todos los días. La Jornada por la Vida puede convertirse así en un gran momento que documenta lo que necesita el corazón humano: Alguien que le haga resurgir, que lo salve para siempre. También dentro del límite y del dolor. Por lo demás, «todo fluye», como decía Grossman, pero la gloria de Cristo, humilde y sufriente en la cruz, la misma gloria de una madre que ve sufrir a su hijo en la enfermedad y con ternura lo acompaña testimoniándole la esperanza del amor, la gloria del enfermo que ofrece a Dios el significado misterioso de su mal por la salvación de todos nosotros, esa gloria nunca se acaba. Y esa gloria es lo que cambia el mundo.
Publicado en el diario Avvenire