(Fotos Pedro Marques Pereira)

Meeting Lisboa. Las razones de la esperanza

Inteligencia artificial, la conversión de Péguy, trabajar en el siglo XXI, el infinito de Pessoa, la vitalidad de Andrea Mandelli, la búsqueda del bien incluso dentro del gulag… En la capital portuguesa, dos días para abrazarlo todo
Frederico Meira

«Cinco minutos antes de la primera misa del movimiento nació el canto del movimiento. El inicio del canto del movimiento coincide con el inicio del movimiento. No hay diferencia. Nace el movimiento y se canta». El comienzo del primer día en el Meeting Lisboa me recordó enseguida esas palabras de don Giussani. La emoción me embargó al entrar en el salón para asistir (inesperadamente) a un espectáculo que contaba mi historia: el mini Meeting. No podía imaginar lo que iba a suceder. Allí estaban los alumnos del colegio de São José do Ramalhão que, con la ayuda de sus profesores, habían organizado un momento de cantos fruto de la experiencia del encuentro entre don Giussani y el padre João Seabra.

Así es. Empieza el Meeting y empieza el canto; no hay mejor manera que el canto para expresar el agradecimiento por lo que hemos encontrado. Este primer momento del fin de semana me impactó porque esos jóvenes tenían realmente algo que enseñarme: soy más humano cuanto más vivo con sencillez delante de la realidad, es decir, cuanto más aprendo a cantar como esos niños.

El encuentro de esa mañana sobre inteligencia artificial nos ayudó a profundizar en la forma de identificar los rasgos más característicos del ser humano. ¿La máquina puede sustituir al hombre? El hombre posee una forma de conocimiento que la máquina no podrá tener nunca, pues se obtiene mediante una relación con el objeto, donde aprendo su significado. El patriarca monseñor Rui Valério también nos ayudó en esta tarea y empezó diciendo: «El hombre puede vivir en comunión, en relación con otro, y ese es un aspecto que la máquina nunca será capaz de imitar».

En el último encuentro del primer día nos visitó el obispo de Lamego, monseñor António Couto, para participar en un diálogo sobre el lema del Meeting, “Lo que me sorprende es la esperanza”. El obispo empezó recordando el diálogo de Jeremías con Dios en el primer capítulo del Libro del profeta Jeremías. Ante la pregunta de Dios: «¿Qué ves, Jeremías?», este responde: «Veo una rama de almendro». Entonces Dios dice: «Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra». De hecho, el almendro es el primero en florecer en invierno, es por tanto un signo de esperanza porque anuncia lo que sucederá después en todos los demás: con el trabajo justo y el cuidado necesario, todos florecerán a su tiempo.

No en vano, al final de la jornada se nos confirmó (o recordó), mediante las palabras del obispo, que la promesa de Dios sigue viva. «Bien visto», en otras palabras, no te has equivocado, lo que ves que sucede ante ti no es fruto de tu imaginación. El almendro en flor está brotando ahora, en la circunstancia presente. Por eso también me llamó la atención lo que decía el obispo al final del encuentro: estamos llamados a una sencillez, a dejar que nuestra vida muestre la certeza de que el almendro está floreciendo. Más que limitarnos a buscar una demostración de cómo sucede, el obispo nos invitó a exponernos, a arriesgarnos a verificar en nuestra vida que la promesa anunciada por el almendro en flor es verdadera porque ya está sucediendo ahora.



Esa misma sencillez era lo que definía la vida de Péguy, a la que nuestros amigos dedicaron un precioso espectáculo con el que concluyó la jornada del sábado. Una vez, cuando un amigo le preguntó por su conversión, Péguy respondió: «Siempre he seguido el mismo camino, y eso es lo que me ha llevado adonde estoy». Arriesgándose a seguir lo que le estaba sucediendo, acabó redescubriendo su fe –como él mismo dice– «en un acontecimiento. Cuando sucede, sucede para siempre». Este encuentro con el cristianismo partía de los hechos de la realidad, como él decía, y no le quitó nada a su humanidad; al contrario, siguió siendo el mismo, pero llevando dentro una novedad de vida.

El domingo comenzó con el encuentro titulado “Trabajar en el siglo XXI: ¿con qué fin?”. Bernhard Scholz, presidente del Meeting de Rímini, nos contó que ante el problema del trabajo siempre le surge la pregunta definitiva: ¿y yo quién soy? Para que el trabajo no suponga en un momento dado una alienación de la realidad, debo preguntarme por el significado de lo que hago. En realidad, esta pregunta saldrá siempre y Scholz ponía un ejemplo. Para pagarse los estudios, trabajó varios meses cambiando bombillas todo el día. Era un trabajo cansado y no le gustaba mucho. ¿Dónde podía encontrar la fuerza necesaria para continuar y no abandonar la idea de estudiar? Tenía que preguntarse continuamente: ¿qué sentido tiene?, ¿por qué lo estoy haciendo?
Nuno Pinto Magalhães, el otro ponente de ese encuentro, dio una pista: el gusto, la pasión por el trabajo, se descubre “manchándose las manos”. Comprometiéndose en lo que se hace, así es como uno descubre, añadió Scholz, que la respuesta a la pregunta “¿por qué trabajo?” no se encuentra en el trabajo mismo. El cristianismo indica el camino: no depende de lo que hago, sino del significado de lo que hago.

La exposición que dio origen al encuentro ilustraba muy bien este punto. Al “yo performativo” que nos propone el mundo de hoy, un yo que se mide en virtud de lo que es capaz de realizar, el cristianismo responde ofreciendo una hipótesis radicalmente distinta. Si yo me reconozco amado infinitamente, incondicionalmente, me vuelvo más creativo, más eficaz, más inteligente ante la realidad. En consecuencia, puedo captar más fácilmente en mi trabajo ese significado que ya he intuido en mi vida gracias al amor del que soy objeto.

Esa búsqueda de significado era una de las características principales de otra exposición de este Meeting, “Si quiero, quiero el infinito”. La historia del encuentro de algunos de nosotros (entre los que me incluyo) con Fernando Pessoa nace del reconocimiento de que, igual que él, yo también busco ante todo una respuesta al grito de mi corazón. En mí hay una tensión estructural por descubrir “la eterna novedad del mundo” en cada momento y en cada detalle.

Una de las intuiciones que más me conmueve en toda la poesía de Pessoa es que este camino por descubrir quién soy no podemos recorrerlo solos. Hace falta alguien, un amigo, para que yo siga caminando. Es impresionante ver cómo escribió Pessoa estos versos después de dudar casi constantemente de la existencia de este camino: El amor es una compañía, ya no sé andar solo por los caminos, / porque ya no puedo andar solo.

Pessoa escribió esto después de enamorarse de Ofélia Queiroz, con la que luego tuvo una relación. En efecto, cuando alguien se da cuenta de que es amado empieza a vislumbrar en su vida signos de esperanza. El amor que ha buscado durante toda su vida es algo concreto: se encuentra mediante personas de carne y hueso que caminan a mi lado.
La prueba viva de que en el corazón humano hay algo irreductible pudimos verla en la historia de Andrea Mandelli, en otra de las exposiciones. Andrea captó un punto dramático de la vida: abrazar las circunstancias significa abrazar a Cristo. Por eso este joven pudo vivir la enfermedad que le llevó a la muerte a los 19 años de un modo totalmente nuevo, porque tenía una conciencia clara de que su vocación pasaba por ahí.

No se perdió nada de su humanidad, al contrario. Es impresionante pensar que, con todo el dolor que estaba sufriendo, cuando estaba en el hospital siempre preguntaba por sus amigos. Le unía a ellos una amistad tan profunda que decía: «Lo que más echo de menos en esta situación es la presencia física de Cristo en vosotros». Del mismo modo, su enfermedad fue una ocasión para darse cuenta de que toda la realidad era interesante, porque toda ella es una ocasión para conocerse mejor uno mismo, es decir, para ver cómo todas las cosas proponen una relación con el significado de la vida. El estudio, que siempre le costó tanto a Andrea, fue central durante su estancia hospitalaria, y lo vivió con un compromiso totalmente nuevo.

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Unas palabras muy familiares para Andrea: «Atención. Peligro de vida y de muerte. Siempre», nos llevan al último encuentro del Meeting de este año, “Hombres a pesar de todo”, sobre la asociación rusa Memorial, que nació con el objetivo de mantener viva la memoria de todos aquellos que perdieron la vida o sencillamente “desaparecieron” durante los años del régimen soviético. De hecho, siempre existe la posibilidad de vivir, hasta en las circunstancias más adversas, como el gulag, una vida de verdad, siempre en búsqueda.

Las historias del archivo de Memorial son la historia de la búsqueda de una semilla de bien que el hombre siempre representa. ¡Siempre! Porque, a pesar de todo, el hombre sigue siendo humano. La exposición, con los muchos ejemplos que muestra, atestigua el acontecimiento de este milagro: hay algo que subvierte la lógica mecánica del mal. Los testimonios de la gente interrumpen esa lógica. En muchos de ellos, vemos cómo el deseo de un afecto auténtico por el hijo o por la mujer no se ha perdido, por eso vale la pena arriesgar la vida para preparar algo para ellos, para hacerles un regalo. Como decía Marta dell’Asta, «la esperanza no está en el hecho de que el hombre nunca se equivoque, sino en que siempre vuelve a empezar. Las razones de esa esperanza residen en la persona».