Chavales durante las manifestaciones de Paris (Foto Ansa)

«La tarea que nos llega desde París»

Las manifestaciones y la violencia en Francia miradas por los que llevan años viviendo a diario la acogida y la inclusión. «Otro camino es posible»

Portofranco es una entidad presente en Italia desde el año 2000 dedicada al apoyo a jóvenes con dificultades en el estudio. Desde el principio ha sido una experiencia real de inclusión, acogiendo a muchos alumnos originarios de otros países. Hoy, las diversas sedes repartidas por cuarenta ciudades son lugares donde no se distingue al nacional del extranjero, aquí se mira a la persona en su valor como ser humano, tratando de descubrir en ellos talentos que hasta ahora permanecían ocultos tanto para su familia como en clase. Nuestra experiencia cristiana ha dado origen a una mirada humana capaz de involucrar y abrazar cualquier otra identidad, signo de que es posible construir lugares donde cualquiera pueda ser él mismo hasta el fondo.

Partiendo de esta experiencia, miramos lo que está pasando en Francia y dentro del drama la violencia que vemos podemos percibir un grito humano. Por eso queremos intentar ponernos de algún modo al lado de los muchos jóvenes que han salido a la calle, secundando la rabia y violencia que se han apoderado de ellos, formas de protesta equivocadas que se deben condenar, pero persiguiendo también ese mismo deseo que nos muestran tantos de nuestros alumnos, que claro que necesitan ayuda en el estudio, pero lo que más les urge es una pregunta por el sentido de la vida, un deseo de ser mirados como nunca les han mirado.

La rabia que ha estallado estos días en París viene de lejos. Tampoco es nueva la pobreza endémica de las periferias ni un enfrentamiento religioso que se alimenta desde hace tiempo como un factor de contraste con la sociedad francesa. Los jóvenes que han salido a la calle piden expresarse, quieren vivir su identidad religiosa y cultural como un factor positivo. Sin espacio para ello, ese deseo acaba convirtiéndose en una reivindicación y no en factor de construcción.

La violencia de estos días saca a relucir el fracaso de un método de integración que tiene la pretensión de apoyarse únicamente en las instituciones. A la Francia de ayer y de hoy le falta esa mirada gratuita y libre que vemos en tantas iniciativas de voluntariado, capaz de construir nuevos lugares de humanidad donde compartir las necesidades también con los que vienen de fuera. No basta con integrar las diferencias de etnia, tradición y religión para incorporarlas como si fueran parte de la estructura sociopolítica de un Estado. La verdadera necesidad de una persona es encontrarse a sí misma, no solo una ubicación institucional.

De hecho, una cosa es integrar a un chaval en un colegio, que es una obligación, y otra recorrer con él un camino de amistad donde se suscita la curiosidad mutua por la cultura y la religión del otro. El primer método fuerza a una pertenencia creando distancia, el segundo construye una comunidad donde cada uno supone una riqueza. Cuando el otro es riqueza, se siente parte de un pueblo. Los que protestan en París se sienten nigerianos, magrebíes, bengalíes… no viven la experiencia de formar un pueblo.

Siendo conscientes de la gravedad de la situación, estamos seguros de que la vía de la integración por parte de la política francesa no puede volver a proponerse con los mismos criterios o, peor aún, por la fuerza. El camino es y debe ser otro: el de la inclusión que parte de compartir la necesidad del otro para llegar a compartir la vida, la identidad, la historia, las tradiciones. Mediante la inclusión, cada uno puede expresar su propia identidad y pertenencia, y descubrirlo como riqueza del contexto humano y social en que vive.

No bastan los proyectos sociopolíticos. La experiencia enseña que la integración es consecuencia de una relación humana verdadera, que lo que primero es la gratuidad de una mirada que te hace sentir amado y libre. Solo se puede empezar por ahí, porque lo que el hombre desea no es solo integrarse con el otro, sino estar con el otro con toda su libertad.

Hoy las periferias suelen ser los lugares donde la humanidad se pierde, pero al mismo tiempo, como el papa Francisco ha señalado más de una vez, justo allí es donde emerge poderosamente la pregunta más humana. «Es necesario mirar más a las periferias y ponerse a la escucha del grito de los últimos, es necesario saber acoger el dolor de los que, muchas veces en silencio, en nuestras ciudades masificadas y despersonalizadas, gritan: “No nos dejen solos”. Si queremos cuidar y sanar la vida de nuestras comunidades, no podemos comenzar sino desde los pobres, desde los marginados» (Peregrinación al lago de Santa Ana durante el viaje apostólico a Canadá, 27 de julio de 2022).

En el fondo, esta es la tarea que nos llega desde París y que es para el mundo entero: escuchar ese grito, acoger esa necesidad, hacerse cargo de quien lo expresa, condenando la violencia, que nunca puede representar una solución, pero ofreciendo también a todos esos jóvenes una posibilidad de esperanza y de certeza en el futuro.
Portofranco