Silvio Berlusconi (Foto Ansa/Zumapress)

Silvio Berlusconi. La libertad y la historia

Ha muerto a los 86 años el líder de Forza Italia. El retrato de una de las figuras más relevantes de la política italiana y las palabras de Davide Prosperi
Maurizio Vitali

Empresario y político, Silvio Berlusconi fue probablemente la figura más relevante de la llamada segunda república italiana. Sin duda la más controvertida. No podía ser de otra manera. Su carrera empezó en 1993 y su primera victoria electoral al año siguiente supuso un fuerte impacto frente a la oleada político-judicial que había barrido a todos los partidos artífices de la Constitución (demócrata-cristianos, socialistas, socialdemócratas, liberales y republicanos), excepto los dos extremos de derecha e izquierda.

Fue un momento bastante arriesgado para la democracia italiana. Más de la mitad del país se encontró de repente sin representación. Ningún sistema que no sea autocrático puede sostenerse con una sola pierna, absorbiendo todo el poder en un solo lado. Justamente en nombre de una nueva democracia de la alternancia y reformando en sentido mayoritario la ley electoral, era como si faltase una alternativa, o al menos una alternativa plausible.
Esta crisis de representación se agravó por una serie de factores estructurales: una cierta implosión de las fuerzas políticas no solo por corrupción sino sobre todo por un distanciamiento progresivo de las tradiciones populares de las que eran expresión –católica, socialista, liberal– que redujo los partidos a máquinas autorreferenciales del poder. Por otro lado, una furiosa campaña antipolítica en virtud del justicialismo conquistó a buena parte de la gente. Y la perspectiva política que quedó en pie seguía fuertemente marcada por una orientación estatalista.

En un contexto así, la aparición de Silvio Berlusconi tuvo sin duda un valor histórico muy importante. Vale la pena releer las palabras programáticas con que Berlusconi ilustró sus motivaciones ideales y sus objetivos, palabras que creo que pueden considerarse sinceras, al menos en sus intenciones.
«Italia es el país que amo. Aquí tengo mis raíces, mis esperanzas, mis horizontes. Aquí aprendí, de mi padre y de la vida, mi oficio de empresario. Aquí aprendí también la pasión por la libertad. Decidí lanzarme y dedicarme a la cosa pública porque no quiero vivir en un país antiliberal gobernado por fuerzas inmaduras, por hombres ligados a un pasado política y económicamente fallido».
Su intento consistió en conjugar la recuperación de las tradiciones católica, liberal y reformista con el ímpetu de la innovación (lo “nuevo que avanza”, se decía entonces con una expresión que hoy nos hace sonreír).
Ese ímpetu innovador lo sacaba –porque no se puede hacer política sin partir de una experiencia– de su experiencia como empresario, de gran éxito en el ámbito de la construcción, la comunicación y el deporte. Las tradiciones a las que pretendía referirse eran las que eran: no habían muerto pero sí estaban en fase de agotamiento por vía de una homologación consumista sin concesiones y unas élites que favorecían la secularización (es decir, la separación de aquellas motivaciones ideales) de los grandes partidos. La Democracia Cristiana acabó muriendo, pero ya antes de su adiós a la vida terrenal se había culminado la fase de propulsión del bipolarismo y el hombre solo al mando, que encontró en Berlusconi (y en sus enemigos históricos) a su máximo exponente.

Aun así, allí donde había tradición popular o iniciativa desde abajo, allí donde despertaba algo de vida o una obra o un compromiso, Berlusconi intentaba valorarlo. En nombre de la libertad. No en vano, este fue el tema clave de su paso por el Meeting de Rímini, entrevistado por Roberto Fontolan en el año 2000.
Así lo atestiguan hoy las palabras del presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación. «Protagonista de una etapa muy turbulenta en la historia italiana y mundial», ha dicho Davide Prosperi, «Silvio Berlusconi tuvo el importante mérito, en su compromiso empresarial, político e institucional por el crecimiento de nuestra sociedad, de favorecer la expresión en diversos ámbitos de la tradición católica popular. Además, mostró muchas veces su estima y apoyo a obras buenas nacidas de la experiencia cristiana, entre ellas muchas promovidas por miembros de Comunión y Liberación. Agradecidos por todo lo bueno que llevó a cabo, rezamos por él y acompañamos a sus familiares, amigos y colaboradores».

Hasta qué punto logró realizar los ideales que proclamó, hasta qué punto fueron justas o no sus controversias judiciales, hasta qué punto fue positivo su liderazgo, sigue siendo objeto de debate y está bien que así sea, al menos durante un tiempo razonable que permita reposar las reacciones más apasionadas para dejar espacio a un análisis histórico lo más ecuánime y equilibrado posible sobre la labor de un hombre que sin duda supuso un factor de cambio significativo en la cultura, la economía y la política no solo italianas. La suya es una de esas historias que remite a la importancia de comprometerse en cualquier contexto, empezando por la política con coraje e ímpetu ideal.