(Foto: Pellegrinaggio Macerata-Loreto)

«Una compañía de amigos estupenda»

El mensaje de Davide Prosperi a los participantes en la peregrinación Macerata˗Loreto del sábado 10 de junio de 2023

Queridos amigos:
Vivimos un momento histórico en el que no se nos ahorra ninguna prueba: el desastre de las inundaciones en Emilia-Romagna, la guerra en Ucrania y en otros muchos lugares del mundo, tantos pueblos que sufren una gran pobreza y necesidad, crueles persecuciones perpetradas en numerosos países, especialmente contra los cristianos. Las noticias están llenas de sucesos marcados por una violencia tan dura como inexplicable donde los que sufren son siempre los más vulnerables e indefensos. También en nuestra vida cotidiana, o en la de nuestros amigos, hay muchos casos de dificultades, enfermedades o problemas que hacen temblar el suelo que pisamos. Todo parece contradecir la posibilidad de un bien, todo parece ahogar la exigencia de sentido que grita en nuestro corazón, en un contexto cultural que nos impone una visión de la vida tan efímera e ilusoria que nos acaba dejando profundamente vacíos y solos. A todo esto se añade nuestra mezquindad y nuestro mal, con el que tenemos que enfrentarnos todos los días, como nos recuerda san Pablo: «Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo» (Rom 7,19).

Sin embargo, nunca se apaga del todo el deseo auténtico de una luz que ilumine el camino, la necesidad de un punto al que aferrarse que pueda sostener la vida realmente y salvarla. El papa Francisco decía hace unos meses, hablando de san Ignacio de Loyola: «Esto es lo que nosotros tenemos que aprender: escuchar a nuestro propio corazón. Para conocer qué sucede, qué decisión tomar, opinar sobre una situación, es necesario escuchar al propio corazón. Nosotros escuchamos la televisión, la radio, el móvil, somos maestros de la escucha, pero te pregunto: ¿tú sabes escuchar tu corazón? Tú te detienes para decir: “¿Pero mi corazón cómo está? ¿Está satisfecho, está triste, busca algo?”. Para tomar decisiones buenas es necesario escuchar al propio corazón. Por esto Ignacio sugerirá leer las vidas de los santos, porque muestran de forma narrativa y comprensible el estilo de Dios en la vida de personas no muy diferentes de nosotros, porque los santos eran de carne y hueso como nosotros. Sus acciones hablan a las nuestras y nos ayudan a comprender el significado» (Audiencia, 7 de septiembre de 2022). Para tomar «decisiones buenas», para no quedar aplastados por nuestro mal o el de los demás, cada uno de nosotros necesita ser educado y escuchar esa exigencia original de felicidad, de verdad y de justicia que alberga su corazón, del que tan apasionadamente nos habló y dio testimonio don Giussani, un corazón que está llamado a abrirse para fundirse con el corazón de Aquel que lo ha creado, dejando una huella indeleble en la obra de Sus manos, en nuestra pequeña existencia. La soledad a la que nos guía el mundo contemporáneo es una condición existencial que complica, hasta hacer que parezca imposible, esta educación. Por eso hace falta un lugar, hacen falta signos: amigos. Los santos son nuestros primeros y mejores amigos, como sugiere san Ignacio en las palabras del Papa. O como describe la carta a los Hebreos que citaba el padre Mauro-Giuseppe Lepori en los Ejercicios de la Fraternidad: «En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús» (Heb 12,1).

Una “nube de testigos”. Empezando por la persona que tenemos al lado. Os deseo que os miréis así entre vosotros, caminando «con constancia» uno al lado del otro. De tal modo que emerja con toda su fuerza la pregunta que da título a la edición de este año en la peregrinación a la casa de la Virgen de Loreto que os disponéis a hacer, esa pregunta que Jesús le dirige a María Magdalena la mañana de Pascua: ¿A quién buscas? ¿En quién “tienes fijos los ojos”? El cristianismo introduce este método en la historia: el de una compañía que, mientras retira el barro que ha entrado en la cocina de tu casa, o te busca una nueva porque la tuya ha quedado destruida por las bombas, te recuerda que no estás solo, que hay Alguien que te ama y te salva. Ahí empiezan una búsqueda y una mendicidad continuas de signos así, dentro y más allá del drama de la vida. Signos que nos permitan caminar juntos y mirarlo todo, hasta lo más rutinario, con auténtica esperanza. Rotos, miserables, frágiles, pero en camino, llenos de un asombro renovado al reconocerse, sin mérito alguno ni justificación, queridos. Como decía una amiga en medio del aluvión: «Hoy, con lágrimas en los ojos porque la herida es grande, no puedo dejar de reconocer que Él nunca nos deja solos y que nos ha preferido, donándonos una compañía de amigos estupenda» (Carta firmada, 22 de mayo de 2023, clonline.org).

Para que esta forma de estar juntos perdure, en primer lugar, ¿en quién podemos confiar sino en los primeros que dijeron un «sí» total al designio amoroso de Dios, y que son los primeros en interceder ante Él para que nuestro corazón no se encoja? Decía el padre Lepori en los últimos Ejercicios: «La Virgen está delante de Dios confiándole el instante que vivo, la circunstancia en la que me hallo, todo, instante tras instante, hora tras hora, hasta mi último instante, hasta la hora de mi muerte, es decir, el instante que me hará entrar en la eternidad en la que Cristo es mi abogado delante del Padre, mi juez defensor» (Fijos los ojos en Jesús, que inició y completa nuestra fe, pp. 67-68).

Durante el camino hacia el abrazo de la Madre de Jesús, os pido que recéis por el Papa, por la Iglesia y por el movimiento, para que nadie pierda el ánimo en cualquier penumbra de la existencia en que se encuentre. Tal como nos recordaba nuestro querido don Giussani precisamente en su último mensaje a la peregrinación de Macerata-Loreto, en 2004: «Lo que todos los días para nosotros sería un límite está destinado a ser algo grande como la mirada de la Virgen. María comprendía que el contenido de cualquier condición humana desarrolla y realiza el designio de Otro: no el designio de nuestro corazón, sino el del corazón de Dios. Este es el Misterio que tienen todas las cosas que Dios crea, es decir, que hace partícipes de la grandeza y belleza de Su mundo, sin límites ni mal. De modo que todo cuanto nace se convierta en un ser de gracia, incluso cuando los acontecimientos son fatigosos. Todo nace y florece en una versión de gracia. Por ello, en la cruz hacia la resurrección de Cristo, todo se convierte en gracia, es decir, en salvación, paz y gozo» (La strada della Santità, «Tracce», n. 7/2004).