«Hey Bing, ¿qué sentido tiene todo?»
La pregunta del sentido religioso se plantea a la inteligencia artificial. Para el profesor Paolo Benanti, «lo destacable no es la respuesta, sino que el hombre tenga todavía esa pregunta»La tentación es irresistible: hacerle a un chat de inteligencia artificial la pregunta que don Giussani define como «el interrogante del sentido religioso», es decir, «¿qué sentido tiene todo?». La respuesta de Bing es educada pero defrauda: «Lo siento pero no he entendido bien tu pregunta. Por favor, ¿podrías darme más detalles o contextualizar mejor tu petición? ¡Gracias!». ¿Existe un vínculo entre inteligencia artificial y sentido religioso? Este «dato que se manifiesta en el comportamiento del hombre de todos los tiempos y que tiende a afectar a toda la actividad humana» (en palabras Giussani), ¿puede encontrar ayuda en las herramientas de la tecnología que vienen a sustituir un número cada vez mayor de funciones intelectuales y operativas consideradas hasta ahora propia de la actividad humana? La provocación es para el padre Paolo Benanti, 49 años, franciscano de la Tercera orden regular y profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se dedica a temas de ética, bioética y ética tecnológica.
¿La inteligencia artificial es una ayuda o un obstáculo en la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas sobre el sentido?
Yo intentaría evitar errores cometidos en el pasado, como ir contra el telescopio de Galileo porque no ve a Dios. Creo que en el interrogante que le ha planteado al chat del navegador el problema es la pregunta, no la respuesta.
¿Qué quiere decir?
Galileo decía que una cosa es cómo va el cielo y otra, cómo se va al cielo. Probablemente, si un hombre pregunta a Bing cuál es el sentido de todo, lo destacable no es la respuesta más o menos sensata de Bing, sino que un hombre de la época de Bing tenga esa pregunta.
Entonces, la persistencia de las preguntas por el sentido es lo que marca la diferencia entre el hombre y la máquina.
Sí. Esto no le quita nada al hecho de que el hombre pueda conformarse con respuestas equivocadas, que pueda nublar el sentido –o el dardo– de esas preguntas. Dichas cuestiones no se le plantean a la inteligencia artificial. De hecho, hemos transformado la inteligencia artificial en un ídolo, y la Biblia ofrece una gran conciencia sobre los ídolos. Nos conformamos con trozos de mármol que callan y no hablan, y podemos volver a hacerlo son estos simulacros que parecen emitir versos humanos. El problema, insisto, está en el corazón del hombre postrado ante un nuevo becerro, no de oro sino de silicio.
Pero la inteligencia artificial no supone un obstáculo a esas preguntas últimas.
De por sí, nada garantiza que sea un obstáculo, como nada garantiza que lo vaya a favorecer. El problema, repito, nace en el corazón del hombre, y eso es el sentido religioso. De lo contrario, damos poder a las cosas, las hacemos antropomorfas y nos salimos del camino. Como dice don Giussani, creer en Dios conlleva la premisa de tomar en serio la condición humana. Puesto que el hombre es capax Dei, como decían los padres de la Iglesia, es necesaria esta postura. Hace falta lo humano. Ahora bien, no va ligado a inteligencias artificiales sino a ciertas corrientes de pensamiento muy difundidas hoy, sobre todo ciertos filones del post-humanismo que consideran que se puede prescindir del hombre. Si Grocio argumentaba etsi Deus non daretur, es decir, como si Dios no existiera, un contemporáneo nuestro podría razonar etsi homo non daretur. Sin embargo, este no es un problema de inteligencia artificial, sino de postura ante lo humano. Por tanto, si no se sabe discutir o reconocer la diferencia entre algo que funciona y alguien que existe, claramente la pregunta hecha a alguien que existe no tendrá sentido. No se puede pedir a una herramienta técnica como la inteligencia artificial que responda preguntas sobre la vida, igual que no se podía pedir al telescopio de Galileo que mostrara a Dios. Sería una postura irreal.
¿Nos dirigimos hacia una mecanización de la experiencia humana?
Hablar de mecanización ya es una interpretación que alguien da de esta tecnología. Por ejemplo, no creo que los que realizan un trabajo de oficina y usan un ordenador en sus tareas se estén “mecanizando”. Igual que no creo que el obrero de una cadena de montaje perciba que se le esté “mecanizando” cuando ciertos procesos productivos que pueden poner en riesgo su vida pasen a manos de robots. Es verdad que hay un punto en el que se asoma la pregunta por el sentido, donde nos preguntamos qué se puede hacer de todo lo que técnicamente se puede hacer. En ese punto tocamos terminales como la libertad y las categorías más amplias y profundas del ser humano. ¿Puedo hacer todo lo que la tecnología me permite hacer? Un martillo no se mueve por sí solo, no hace daño a nadie. Claro que puedo empuñarlo para herir a alguien, pero entonces el problema soy yo, no el martillo. Si hablamos de sentido, este siempre está del lado humano de la relación.
Un ejemplo banal: delegar en el GPS la búsqueda del mejor camino puede hacernos perder capacidad de memoria. Eso quiere decir que la tecnología puede atrofiar ciertas facultades humanas. ¿El sentido religioso también corre el riesgo de debilitarse en la era de la inteligencia artificial?
La pregunta por el sentido es una pregunta sobre el porqué del aquí y ahora. Es cierto que las máquinas pueden intervenir en nuestras capacidades para resolver problemas. Usted pone el ejemplo del GPS, pero todos tenemos experiencia de cómo hemos olvidado los números de teléfono desde que los memoriza el móvil. Decir que la capacidad de navegación espacial o la memorización numérica es equivalente a la pregunta por el sentido es algo que no podemos afirmar ni pensar pues supondría que podría afectar a nuestra naturaleza humana y eso es impensable. Somos hombres y seguiremos siendo hombres. Esto no quita que nos hagamos esas preguntas y vivamos la fatiga o el desafío espiritual que supone encontrar respuestas, pero nuestra naturaleza humana no se modifica.