El cardenal Kevin Joseph Farrell celebra la misa en los Ejercicios de la Fraternidad de CL. Rímini, 15 de abril de 2023 (Foto Roberto Masi/Fraternità CL)

«EL FUNDAMENTO DE NUESTRA FE ES UN HECHO: ¡CRISTO HA RESUCITADO!»

La homilía del cardenal Kevin Farrell en los Ejercicios de la Fraternidad de CL en Rímini
Kevin Joseph Farrell

Queridos hermanos y hermanas, en esta octava de Pascua vivimos aún la plenitud de la luz, la paz y la alegría que emana de la victoria de Jesucristo sobre la muerte. El Evangelio que acabamos de escuchar está tomado del llamado “final canónico de Marcos”, ausente en los antiguos manuscritos del segundo Evangelio pero cuyo contenido enriquece nuestra fe. Aborda en varias ocasiones la cuestión de la incredulidad de los apóstoles: ellos no creen el testimonio de María Magdalena, que dice haber visto a Jesús vivo, tampoco creen el testimonio de otros dos discípulos que dicen haberse encontrado con Jesús cuando “iban caminando al campo”. Finalmente, el mismo Jesús se les aparece “cuando estaban a la mesa” y les echa en cara “su incredulidad y dureza de corazón”.

Esta persistente y casi obstinada incredulidad de los apóstoles es un aspecto importante que nos transmite la revelación neotestamentaria sin eliminarlo ni “edulcorarlo”. Muchas veces a lo largo de la historia se ha intentado atacar al credo cristiano diciendo que la resurrección de Jesús era un mito creado por la comunidad de sus primeros discípulos, fruto de una exaltación colectiva o de la glorificación póstuma del maestro, como sucedió en otras muchas creencias religiosas del pasado.

En realidad, el testimonio sorprendente de los relatos evangélicos contradice todas estas hipótesis. El grupo de los discípulos de Jesús no se encontraba en absoluto en un estado de “exaltación colectiva”. Al contrario, los Evangelios nos dicen que estaban temerosos, angustiados y abatidos. Tampoco se percibe en ellos una actitud de credulidad fácil ni de inclinación al misticismo religioso. De hecho, es evidente, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, que la mera idea de que Jesús aún estuviera vivo les parecía increíble a los apóstoles. ¡Les resultó extremadamente difícil convencerse de que Jesús había vencido a la muerte!

Por tanto, la incredulidad de los apóstoles es precisamente un signo sólido de la credibilidad del Evangelio. Lo que hay en el corazón de nuestra fe no es un mito, no es una ilusión colectiva, ni una leyenda creada por la comunidad en busca de consuelo. ¡No! El fundamento de nuestra fe es un hecho: ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha vencido a la muerte verdaderamente! ¡Resucitando, Cristo ha entrado con su humanidad en la misma dimensión de Dios y de la eternidad! Este acontecimiento inesperado y asombroso aparece en muchos testimonios oculares, como estamos escuchando estos días en el relato de las apariciones del resucitado que la liturgia nos propone.

Estoy convencido de que vosotros también tenéis experiencia de Cristo resucitado en vuestra vida, por eso estáis aquí, por eso estáis en la Iglesia, por eso intentáis vivir como cristianos en el mundo de hoy. Habéis encontrado a Cristo resucitado en la comunidad cristiana que os ha transmitido Su palabra con autoridad: en la palabra de la Iglesia, en efecto, reconocemos la misma voz de Cristo vivo que habla a lo más hondo de nuestro corazón. En la comunidad cristiana habéis reconocido a Cristo resucitado “al partir el pan”, como les pasó a los discípulos de Emaús. En la comunidad cristiana habéis encontrado el rostro misericordioso de Jesús resucitado, que ha respondido con el perdón a nuestro pecado, a nuestra indiferencia y a nuestra soberbia, como le pasó a san Pablo de camino hacia Damasco. En la comunidad cristiana habéis encontrado a Cristo resucitado, que nos ha donado su Espíritu y que se ha convertido en fuente de renovación, de renacimiento, de iluminación y de infinitas energías creativas para ponerse al servicio de los hermanos, como les pasó a los discípulos en Pentecostés.

Queridos hermanos, la comunidad cristiana en la que habéis encontrado a Cristo resucitado ha asumido para vosotros el rostro concreto de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Probablemente aquí os habéis encontrado con una “María Magdalena” que os ha hablado de Jesús con agradecimiento y con fervor. Aquí os habéis topado con los dos discípulos “que iban caminando al campo” y que os contaron entusiasmados un hecho impresionante.

Tal vez al principio vosotros también reaccionasteis con “incredulidad” y “dureza de corazón”, pero poco a poco la serenidad, la razonabilidad de la fe y la alegría de los que os hicieron aquel anuncio os acabaron conquistando. Aquellos cristianos mostraban la certeza de un destino bueno que da origen y cumplimiento a nuestra existencia, un destino que nos ha salido al encuentro y que se ha dado a conocer. Eso os fascinó. La forma de vivir y de estar juntos de aquellos que decían haber encontrado a Cristo, su compromiso apasionado con la vida, que no dejaba nada fuera de su interés, todo eso os sorprendió y os suscitó el deseo de vivir también vosotros de ese modo. Habéis pensado que si Cristo es alguien que ayuda a la gente a vivir de una manera tan plena y feliz, tan auténticamente humana, entonces vale la pena acogerlo y seguirlo.

Y efectivamente, al empezar a seguir a Jesús y viviendo en compañía de sus discípulos, habéis empezado a experimentar una gran paz, habéis empezado a descubrir con sorpresa que en Cristo estaban las respuestas a vuestras preguntas y a vuestros deseos más profundos, y que vuestra forma de mirar la vida, vuestra humanidad, vuestro trabajo, vuestras amistades, vuestra capacidad de amar, todo eso ha adquirido una profundidad nueva y una mayor “verdad”. En efecto, eso significa encontrar a Cristo resucitado. Es el acontecimiento de un renacer, de una transformación, de una pacificación interior y exterior.

Conservad siempre la gratitud al Señor por esa gracia inmensa y también por esos “instrumentos” concretos de los que el Señor se ha servido: las personas, el carisma, la comunidad. Conservad también la lucidez y libertad de considerarlos como instrumentos para el verdadero y auténtico encuentro, es decir, el encuentro con Cristo resucitado.

En el relato de Marcos hemos escuchado que justamente a esos discípulos tan “incrédulos y duros de corazón”, Jesús les confía la misión de “proclamar el Evangelio a toda la creación”. A todos nosotros, débiles y con una fe a menudo vacilante, Jesús nos confía tareas grandes. Me ha impresionado el párrafo de una carta que he leído recientemente, escrita por don Giussani en 1960, cuando soñaba con partir de misión a Brasil junto a un grupo de jóvenes, en ella dice: «El mundo entero es el único horizonte del cristiano, el que trabaje sin este ideal podrá ser denodadamente honesto, abundantemente asceta, incluso heroico, pero no un verdadero cristiano ».
¡Qué verdaderas son estas palabras de don Giussani! Como tantas otras de sus palabras, aún por valorar y asimilar plenamente. Os invito por tanto a retomar las enseñanzas de don Giussani en su integridad, pues constituyen una gran riqueza para la Iglesia de hoy.

Verdaderamente, el encuentro con Cristo resucitado ensancha nuestros horizontes y nos abre al “mundo entero”, suscita en nuestro corazón el deseo de llegar a todos los hombres y llevar a todos la alegría de la Buena Noticia. No perdáis nunca esa mirada universal, ese impulso misionero y ese gran amor hacia todos los hombres que Jesús mostraba a sus discípulos y que don Giussani siempre sintió arder dentro de sí.

Esta misión universal de la Iglesia, aunque se lleve a cabo con ímpetu y entusiasmo, nunca será fácil, pues encontrará oposición, como hemos escuchado en la primera lectura. Pero el relato de los Hechos nos testimonia que, frente a la prohibición de anunciar a Cristo y de curar “en su nombre”, Pedro y Juan conservan una gran franqueza y libertad de espíritu, y afirman: «no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».

Este testimonio apostólico es de gran ayuda para nosotros. Vemos aquí que el “carisma” de Pedro y de los Apóstoles es precisamente el de mantener vivo el anuncio del Evangelio, incluso cuando este se topa con la indiferencia o incluso el rechazo del mundo. Por ello, solamente si mantenemos firme la comunión con Pedro y con la Iglesia tendremos también la fuerza necesaria para decir: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Nuestro vínculo con los sucesores de los Apóstoles confiere garantía de eclesialidad y autoridad a nuestro anuncio, y nos ayudará a no ser “anunciadores de nosotros mismos”, sino personas aferradas por el misterio, resucitados también nosotros con Cristo y anunciadores de su victoria sobre la muerte. El valioso servicio que nosotros los cristianos estamos llamados a prestar por amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo consiste en mantener el mundo abierto al misterio de Dios, anunciar con nuestra vida el “hecho” indudable de la resurrección de Cristo, con toda la luz y la esperanza que emanan de ella.

Que la Virgen Maria os sostenga en vuestro camino y en la misión que el Señor confía a vuestra Fraternidad y a cada uno de vosotros individualmente. Amén.

*Cardenal Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida