Rhein-Meeting. Colonia, 10-12 marzo

Alemania. «¿Quién soy yo?»

“Identidad e identidades” fue el lema del Rhein-Meeting de este año, que vuelve a ser presencial tres años después. De Benedicto XVI a la guerra en Ucrania, de la política a la teología… Tres días en Colonia
Christoph Scholz

¿Quién soy yo… y cuántos? es el título de un libro del filósofo David Precht que tuvo un gran éxito. La cuestión de la identidad individual se ha convertido hace tiempo en una cuestión política. No solo los selfis o Facebook son sinónimo de autodefinición o auto-consuelo. Las llamadas políticas identitarias, a izquierda y a derecha, se reducen en último término a la cuestión de la identidad y la pertenencia, es decir, a la pregunta: “¿Quién soy yo?”.
El Rhein-Meeting que se ha celebrado este año en Colonia también ha abordado este tema. En los últimos cuatro años, esta cita se suspendió por la pandemia y solo se hacía online. Del 10 al 12 de marzo, casi 800 visitantes procedentes de toda Alemania y de otros países por fin pudieron reencontrarse presencialmente para profundizar en el lema “Identidad e identidades”.
No se habló de teorías filosóficas, sino de experiencias vivas. En cierto sentido, este Meeting alemán, con sus conferencias, mesas redondas, debates y encuentros, pero sobre todo gracias a la colaboración de numerosos voluntarios, ya supone un intento de respuesta. Naturalmente no podía faltar la cena amenizada por los cantos y regada por nuestra cerveza Kölsch en una de las grandes cervecerías tradicionales a orillas del Rin.



Pocos han sabido expresar esta incertidumbre existencial, esta especie de auto-extrañeza del hombre moderno, mejor que el filósofo francés Jean-Paul Sartre, que sentía extrañas hasta sus manos. El filósofo de Dresde Albrecht Voigt expresaba esa misma sensación con un tono más humorístico: «Cuando me miro al espejo por la mañana, me doy cuenta de que no te conozco, pero te lavo igualmente».
¿Quién es este? ¿Quién soy yo? Con Romano Guardini, Voigt sacaba la conclusión totalmente opuesta a esa percepción de la propia corporeidad. Justamente mi cuerpo me muestra inequívocamente que no soy ajeno a mí mismo, sino que soy “dado”. En el origen de mi vida no hay una decisión mía, sino la iniciativa de otro, decía Voigt. Mi carácter, con sus inclinaciones y la unicidad que se expresa en mis acciones, todo eso no lo decido yo. Resumiendo, en ningún momento me creo a mí mismo. Luigi Giussani también parte de esta experiencia fundamental. Gianluca Carlin, presidente del Rhein-Meeting, recordaba estas palabras de Giussani en El sentido religioso: «El yo, el hombre, es un determinado nivel de la naturaleza en el que esta se da cuenta de que no se hace por sí sola. Así que el cosmos entero es como una gran periferia de mi cuerpo». Esta percepción me lleva a intuir que otro me ha creado. Para Giussani, esto nos hace tomar conciencia de que «yo soy Tú que me haces». Más aún, mi identidad forma parte de esta relación, «no como algo exterior, sino como mi propio ser». Con esto comienza un movimiento de búsqueda de ese otro como presupuesto necesario para mi cumplimiento humano, que siempre corre el riesgo de identificar a ese otro con algo provisional o de absolutizarlo ideológicamente.

¿Cuáles son las consecuencias sociales cuando uno vincula su propia identidad, o mejor dicho, su propia dignidad con su pertenencia a cierta minoría, raza, nación, o a su propia percepción de género? Wolfgang Thierse, expresidente del Bundestag y exponente destacado del ámbito católico, abordó estas preguntas durante su intervención, titulada “Sentido cívico bajo presión: ¿cuánta política identitaria puede soportar una sociedad?”.
Como ejemplo reciente de política identitaria que lleva a la cultura de la cancelación –la prohibición de declaraciones o símbolos considerados ofensivos– citó la retirada de la histórica cruz de la Friedenssaal, la Sala de la Paz del Ayuntamiento de Münster, con motivo de la reunión de los ministros de Exteriores del G-7. El Ministerio de Exteriores aprobó su retirada para evitar una presunta manipulación. «¿Por parte de quién?», preguntó Thierse. Lo mismo vale para la retirada de textos con referencias a Dios de la cúpula del Castillo de Berlín, recientemente reconstruido. En este caso, el moralismo lleva a la cancelación ideológica de la historia, advirtió el expresidente del Parlamento.
«No es el conflicto lo que me molesta, eso forma parte de la democracia liberal», señaló Thierse. «Lo que me fastidia es la exageración ideológica que celebra la autonomía como momento culminante». Es importante, pero no debería utilizarse para «sustraerse de una argumentación razonable», pues esto pondría en peligro cualquier diálogo social. La consecuencia sería un «egocéntrico narcisismo libertario» que mina las bases de la solidaridad social.
Entre las razones de esta tendencia, Thierse citaba el hecho de que la religión y las tradiciones culturales comunes están perdiendo importancia social. Al mismo tiempo –añadió– se acentúa la pregunta sobre qué es lo que mantiene unida a una sociedad, es decir, cuáles son los presupuestos de la democracia y el bien común. Thierse considera que los cristianos no pueden dejar de proponer su concepción de la sociedad ni «su convicción de una vida cumplida», no con triunfalismos, sino con «sobria autenticidad, pero sin miedo».



¿Dónde está entonces el núcleo de la identidad cristiana? Para Karl-Heinz Menke, teólogo de Bonn y ganador del Premio Ratzinger 2017, «coincide prácticamente con mirar a Cristo». El cristianismo no es un «gimnasio moral, una visión del mundo o una teoría», significa «dejar entrar a Cristo en la propia vida, definida por sus heridas y límites», explicó Menke en su intervención. Los santos, concretamente, muestran cómo Cristo puede «transformar mi historia de pecado en redención». Como ejemplo, citó a Ignacio de Loyola. Para el fundador de los jesuitas, fue decisiva esta intuición: «No debo hacer nada especial, solo permitir que Cristo entre en mi pobreza y dejar que me transforme».
Para Menke, la vida del francés Jacques Fesch es un ejemplo de que no hacen falta condiciones previas, solo un deseo del corazón. Fesch, «dandy y asesino», nació en 1930 en Saint-Germain-en-Laye, y actualmente está en curso su proceso de beatificación. Procedía de una respetable familia de banqueros, se casó joven, dejó a su mujer y a su hijo, y tuvo otro hijo con otra mujer. Cuando decidió surcar los mares del sur en barco de vela, el padre le negó el dinero que necesitaba para comprarlo. Entonces robó un banco y disparó a un policía en su huida. En prisión vivió una conversión radical y escribió un diario. En sus últimos apuntes, antes de ser guillotinado en 1957, escribió: «Dentro de cinco horas veré a Jesús». La víspera de su ejecución se reconcilió con su esposa. Según Menke, sus escritos místicos se pueden contar entre los grandes textos de la literatura cristiana.
El verdadero indicador de la santidad, según Menke, es la alegría: «No hay santos tristes, solo alegres». La comunión con Cristo es un don, de modo que «no tengo que establecer una programación para mí mismo ni compararme con los demás».
Otro aspecto decisivo para Menke es que el encuentro con Cristo no es un hecho privado. Los primeros cristianos ya se distinguían por su actitud digamos que poco revolucionaria frente a la mentalidad dominante en el imperio romano. «Para ellos, cada ser humano era elevado al grado de hermano o hermana», afirma el teólogo. «Desde los orígenes, los cristianos vivieron la caridad no solo con los demás cristianos, sino con todos». Una «relación privada» entraría en contraste con el cristianismo. Menke considera que fueron sobre todo los gnósticos los que hicieron de la fe una cuestión privada. Según Menke, los sacramentos marcan la dimensión comunional de la relación con Cristo, empezando sobre todo por el bautismo como entrada en la comunión eclesial. «Los sacramentos nunca están destinados solo a mí mismo». Lo mismo vale para el matrimonio o la ordenación sacerdotal, la confirmación y sobre todo para la eucaristía.



El testimonio de sor Edith Kürpick, priora de la Fraternidad monástica de Jerusalén en Colonia, mostró cómo todo esto se traduce concretamente en la vida. Las religiosas viven su vida monástica en el corazón de la ciudad. «Cada ciudad es un desierto, con su fascinación y sus peligros». Describe así su vocación: «Queremos ser servidoras de la esperanza a través de nuestra vida y de una liturgia abierta a todos». De este modo, una parte de las religiosas presta su servicio en el mundo del trabajo marcado por el “imperativo categórico” de que cualquier persona es amada incondicionalmente. Así la fe se convierte también en un desafío. «Firmemente apoyado sobre tus piernas, avanza por tu camino».

Dos eventos en la Iglesia y en el mundo han marcado los temas del principio y fin del Rhein-Meeting: la muerte de Benedicto XVI y la agresión rusa a Ucrania. En ambos casos surgió claramente el significado de una identidad cristiana vivida.
En la apertura del Rhein-Meeting, el viernes por la noche, algunos antiguos alumnos contaron su relación con Joseph Ratzinger. El teólogo Josef Zöhrer lo conoció en 1971, siendo aún un joven estudiante. Eran unos tiempos muy parecidos a los nuestros en ciertos aspectos. «Todo se ponía en discusión, marcados por el lema “La Iglesia debe convertirse al mundo”». Sin embargo, entonces prevalecía una «excitación eufórica por un nuevo inicio». Al caer en una crisis vocacional, Zöhrer se fue a Ratisbona a ver al profesor Ratzinger, docente de teología que ya gozaba de fama internacional. «Me tomó en serio en todos los sentidos», aunque Ratzinger no le dio «ninguna respuesta profunda». Al contrario, le animó a «observar atentamente y comprobar qué tenía más valor». Ratzinger, además, siempre «tuvo mucha cintura» con sus doctorandos, entre los que se encontraba Zöhrer, dándoles «mucha libertad», como si fueran una especie de comunidad en camino. Siempre vi claramente lo que suponía para él «la fe de la Iglesia, algo que recibimos y que no nos damos nosotros mismos». Por eso siempre comenzaba todos los encuentros con la santa misa.
Pero Ratzinger siempre dio importancia al rigor científico y a veces reaccionaba de manera brusca, sobre todo ante los esquematismos, contó Zöhrer. Resulta significativo que Ratzinger no fundara un sistema teológico o una escuela; sin embargo, como decía san Ireneo de Lyon, Jesucristo es «el verdadero punto de referencia a partir del cual debemos leer y considerar la realidad de una forma siempre nueva». De modo que su teología se caracteriza por una apertura: estar en camino hacia Cristo como búsqueda constante de su rostro.
Una vez –recordó Zöhrer– el famoso teólogo Karl Rahner, que acababa de publicar su libro Curso fundamental sobre la fe, fue invitado a un encuentro con los doctorandos de Ratzinger y expresó su perplejidad por el hecho de que se pudiera hablar de tres Personas refiriéndose a la Trinidad, sugiriendo en cambio describirlas como «modos distintos de subsistencia». Ratzinger no lo contradijo esencialmente, pero se limitó a constatar: «Solo se puede rezar a una Persona, no a un modo distinto de subsistencia». Para Zöhrer, lo que caracterizaba a Ratzinger era «la coexistencia de la amplitud de su mirada y su claridad ante los problemas, unidas a su modestia y capacidad para valorar a las personas».

En este sentido, Christoph Ohly, rector de la Universidad de Teología Católica de Colonia, habló de una “reciprocidad sinfónica” y recordó el amor de Ratzinger por Mozart. Para él personalmente, contó Ohly, el encuentro con Ratzinger fue como un “marco” para su vocación. Se encontró con él por primera vez en 1985, en la liturgia del Viernes Santo en el Camposanto Teutónico. Inmediatamente le impactó el Ars celebrandi de Ratzinger. Lograba «valorar plenamente lo que normalmente es transparente».



El tercero en intervenir fue Paolo Sottopietra, superior general de la Fraternidad sacerdotal de los misioneros de San Carlos Borromeo. Contó sus experiencias con el cardenal Ratzinger / papa Benedicto XVI, al que considera una persona especialmente sensible. Durante una visita a la casa de la San Carlos en los años 80, por ejemplo, Ratzinger se giró por última vez antes de salir, entró en la cocina y agradeció al cocinero la comida que había preparado. Esta empatía con la gente plasmó también su pensamiento. «Hacía suyas las preguntas de los demás. Se identificaba con la inquietud del hombre contemporáneo». Más tarde, siendo ya Papa, le pidieron consejo sobre qué debían privilegiar especialmente en la formación de los candidatos al sacerdocio. Benedicto XVI respondió: «Debe haber una apertura a la situación del pensamiento actual para responder a las situaciones tan desesperadas que vive el hombre contemporáneo». Para Sottopietra, el Papa emérito era una persona «profundamente convencida de su identidad, la testimoniaba sencillamente con su vida y la proponía».

La conclusión del Rhein-Meeting, el domingo por la mañana, estuvo totalmente marcada por el testimonio de esa identidad vivida concretamente. Elena Mazzola, presidenta de la ONG Emaús de Jarkov, dedicada a jóvenes criados en orfanatos, contó su complicada huida de Ucrania con chicas y mujeres jóvenes con discapacidades físicas y mentales. Pasaron varios días de viaje hasta llegar a un lugar seguro desde Jarkov, pasando por Leópolis. Mazzola describió crudamente la devastación que la guerra causa en el alma de la gente, que está marcado profundamente a los ucranianos. Sin embargo, incluso en medio de este conflicto, la esperanza se abre paso a través de episodios aparentemente insignificantes.
Luego contó la historia de Tania, que de pequeña tuvo que vivir la muerte de su padre y luego el asesinato de su madre por parte de su nueva pareja. Después encontró refugio en Emaús y huyó a Italia con Elena.
Allí cuando rusos y ucranianos tuvieron que compartir el mismo escenario en un evento, estos últimos declararon que no podían soportarlo: «De momento solo podemos odiar. Es todo tan injusto. Nos están matando y en Rusia nadie hace nada por impedirlo», decían sus amigos ucranianos. Mazzola les respondió: «El odio hace daño, en primer lugar a vosotros, y vosotros se lo transmitiréis a vuestros hijos». Pero ellos insistieron: «Nuestros hijos ya odian». Entonces Tania tomó la palabra: «Desde que estoy en Emaús, he perdonado al hombre que mató a mi madre».
Nunca habían hablado con Tania. «Ella misma reconoció la experiencia de una mirada amorosa y comprendió que Cristo estaba presente en esta comunidad. No hacía falta ser super-inteligente. Se dio cuenta de que, para ser felices, hay que perdonar».
Pero ni siquiera la propia Mazzola tiene una respuesta sencilla para la dramática situación de esta guerra. También nos alertó para no ser “ingenuos”. «La situación es peor de lo que pensamos. De momento, parece que no hay posibilidad de negociaciones de paz». Sin embargo –prosiguió– hay varios niveles. «Los que se dediquen a la diplomacia, que la hagan. Quien tenga que defenderse, que lo haga. Nosotros debemos crear un espacio para la verdad y el amor». El testimonio de Tania «no es solo una historia preciosa, igual que el nacimiento de Jesucristo en el imperio romano no fue solo una bonita historia. Esta es la realidad que salva al mundo».