«Por un amor que siempre he llevado dentro»

Silvia ha muerto a los 28 años por un tumor. Se había casado hace poco más de un año. Entre tanto, había empezado a ayudar a mujeres enfermas como ella. Las palabras de Ignacio Carbajosa durante la homilía en su funeral (Florencia, 1 de marzo de 2023)
Ignacio Carbajosa

Queridísimo Matteo, queridísimos padres de Silvia, Carla y Andrea, queridísimos hermanos, Matteo, Cate y Tommy, querido abuelo Ovidio, querida Letizia y sobrinas Beatrice y Matilde. Excelencia, querido Giovanni. Queridos familiares y amigos de Silvia y de la familia.

Causa impresión pensar que hace año y medio estábamos en esta misma basílica celebrando el matrimonio de Silvia y Matteo. Y lo hacíamos con las mismas lecturas que hemos proclamado hoy. Lo cual dice mucho de ese matrimonio que tú, querido Matteo, y Silvia celebrasteis con toda la conciencia del peso y del valor de la vida, madurada por aquel camino de la enfermedad que entonces se creía superado. Y dice mucho de este rito de exequias, celebrado como las nupcias definitivas de Silvia con Aquel que la creó y la ha sostenido en el ser todos estos años. Os habéis casado en Cristo, hoy os despedís en Cristo. La conciencia con que os habéis casado hace posible vivir este momento más allá de las apariencias. La memoria de aquella alegría os empuja, queridos Matteo y familia, a mirar la verdad de lo que sucede hoy: el nuevo y definitivo desposorio de Silvia, al que todos nosotros estamos llamados.

«Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra». Con esta misma cita del Libro de la Sabiduría, que hemos proclamado como primera lectura, comenzaba mi homilía en vuestra boda, hace año y medio. Y nos preguntábamos cómo era posible afirmar algo así («no hay veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra») después de la larga hilera de muertos que había dejado la pandemia y, sobre todo en vuestro caso, tras una experiencia de meses en el hospital.

Hoy, con mayor razón, más de uno podría levantarse o desearía levantarse de los bancos de esta basílica para gritar: «¿Cómo se puede decir eso cuando una chica de 28 años, recién casada, ha muerto de un tumor que la ha hecho sufrir tanto?». Llegados a este punto, todos los aquí presentes no podemos hacer otra cosa que recordar lo que nuestros ojos han visto estos meses, estos días, estas últimas horas, es decir, el testimonio que ha dado la propia Silvia, junto a Matteo, del valor del instante en cada gesto que realizaban en el horizonte de un Destino bueno. «Nuestra vocación es el presente», me testimoniabais hace dos meses, siendo ya conscientes de la meta final. ¡Cuánto me ha acompañado esta conciencia vuestra! «Es inútil habitar en el futuro, en nuestros programas, es triste refugiarse en el pasado, en el recuerdo de otros tiempos, solo en el presente se da la relación con el Misterio de Dios hecho carne en Cristo, verdadero amante de nuestra vida», me decía estas últimas semanas, con la memoria llena de nuestro último encuentro.

La propia Silvia escribía unos meses antes: «El Misterio me ha hecho entender con la enfermedad que estoy hecha para cosas grandes y me ha dado un corazón para entender cómo llevarlas a cabo según Su designio y no el mío. Mi designio es limitado y depende de las circunstancias (enfermedad, virus, etc.), el Suyo lo puede todo, Jesús y sus discípulos nos lo testimonian, por eso la conciencia de que en mi vida no depende todo de mí es lo que me permite apostar por mi corazón y por tanto por Su designio». La verdad y la conciencia de estas palabras se desvela en estas otras enviadas a su padre, Andrea, tras una conversación con el médico en la que se “avistaba” lo que luego ha sucedido: «Quería decirte que estoy serena, obviamente con mucho dolor porque me doy cuenta de que Jesús me quiere cada vez más de una forma que nunca habría imaginado, pero soy suya y por tanto no puedo hacer otra cosa que fiarme».

En días como estos no podemos hacer trampas. Todo sale a la luz. Es el momento del realismo. ¿Qué valor tiene el instante, mi trabajo, el amor a la mujer, al marido, a los hijos? Si queremos ser realistas, debemos preguntarnos: ¿cómo es posible un testimonio como el que Silvia y Matteo nos han transmitido y nos siguen transmitiendo? Los que querían levantarse del banco para gritar su escándalo ahora tendrían que hacer cuentas con la propia Silvia y con Matteo. El dolor se convierte entonces en pregunta: ¿cómo es posible?

Este cruce entre naturaleza (con sus contradicciones, con el dolor y el escándalo que supone) e historia (ese imposible hecho posible que nos testimonian Silvia y Matteo) tiene un nombre en la historia: Jesús de Nazaret, nacido en Belén hace dos mil años, que llevado a la muerte resucitó y rompió las cadenas de la muerte para todos nosotros. Solo, repito, solo en el horizonte de este hombre que ha entrado en la historia, que habita nuestro presente, podemos mirar a la cara al misterio de la muerte y del sufrimiento. Como lo testimonia la mujer del Evangelio «que padecía flujos de sangre desde hacía doce años y había sufrido mucho a manos de los médicos», y que tocó el manto de Jesús.

Ayer pensaba en vuestro querido Giacomo Leopardi mientras contemplaba el cuerpo de la bellísima Silvia, vestida como una princesa para sus últimas nupcias. Pocos como Leopardi han experimentado y cantado el impacto de lo real, de la naturaleza, desde la belleza del encuentro con su Silvia al escándalo del desvanecimiento del rostro amado con la muerte.

«Tal fuiste: ahora aquí, bajo tierra, polvo, esqueleto eres. Sobre huesos y fango, en vano colocada inmóvilmente, muda, mirando de la edad el vuelo, está, solo como guardiana de la memoria y del dolor, la efigie de tu extinta belleza (…) A esto reduce el hado aquel semblante que, para nosotros, viva imagen del cielo parecía. Misterio eterno de la existencia» (G. Leopardi, Sobre el retrato de una bella mujer).

«Al desvelarse la verdad, tú [Silvia], mísera, caíste: y con la mano la fría muerte y la desnuda tumba señalabas de lejos» (G. Leopardi, A Silvia).

¡Querido Giacomo! ¡Si hubieras visto a Matteo, esposo de Silvia, a su querida madre, Carla, que ha perdido a su hija, al fuerte Andrea, su padre, que se vuelve niño ante su hija, si hubieras visto cómo miraban el rostro de Silvia, vestida como una princesa! Eso que tú llamas hado es un Misterio bueno que ha mostrado su rostro en Jesús. Aquel “semblante” de la hermosa Silvia a la que tú cantabas como la “viva imagen del cielo” se ha confirmado como tal. Matteo puede testimoniar que Silvia ha sido el signo más potente del amor de Dios a su vida y así puede mirar ahora (¡¿pero os dais cuenta de que decimos cosas de otro mundo en este mundo?!) “la efigie de su extinta belleza” con una última e inimaginable serenidad y alegría.

Una vez más, solo en el horizonte de este hombre, Jesús de Nazaret, que ha entrado en la historia, se puede mirar con confianza, dentro del misterio de su apariencia, la muerte… Pero también el sufrimiento que Silvia ha vivido estos años. Ese rostro histórico, Jesús, sufrió en la cruz, cargando sobre Sus espaldas todo el sufrimiento del mundo, tanto físico como moral, incluido todo nuestro mal, que añade desgraciadamente mal al mundo. Pero ese sufrimiento no era más que el alba de Su resurrección, sin la cual nuestra vida sería triste. Misteriosamente, Jesús ha querido hacer partícipe a Silvia de Su cruz por el bien del mundo. Junto al sufrimiento, también le ha concedido, por la fuerza de Su resurrección, una sorprendente identificación con su Persona, de tal modo que Silvia ha podido dar testimonio de Su nombre en medio de sus sufrimientos. Por eso podemos poner en labios de Silvia estas palabras de don Giussani, su maestro de vida. Palabras que ahora ella nos dice a todos nosotros:

«Hay una relación con el Misterio que hace todas las cosas, con el Misterio hecho carne, hombre, Jesús, que es inmensamente más humana, más mía, más inmediata, más tenaz, más tierna, más inevitable que cualquier otra relación –con mi madre, con mi padre, con mi novia, con mi esposa o con los hijos–, que la relación que tengo con todos y con todo» (don Giussani, Crear huellas en la historia del mundo).

Querido Matteo, queridos padres y hermanos, no olvidéis nunca estas palabras que hoy Silvia grita al mundo y que son la posibilidad de amar de verdad, intensamente, y de mirar el rostro de las personas amadas que dejan este mundo sin la amargura de aquellos que no entienden. No cambiéis de método. «De la naturaleza brota el terror de la muerte, de la gracia brota la audacia» (Santo Tomás).

La fecundidad de Silvia va mucho más allá de esos once hijos que quería tener. ¡Mira hoy, Silvia, cuántos hijos ha generado tu sí a la misteriosa forma de fecundidad que Jesús te ha pedido! El himno a la caridad de san Pablo, que Silvia eligió para su boda, ha vuelto a resonar hoy como testimonio de la vocación de aquellos que se han encontrado, dentro de la historia, con el Misterio hecho carne en Jesús, es decir, con la vocación del amor. En aquellas palabras dirigidas a su padre (que Matteo os leerá íntegras al final de esta celebración) Silvia nos testimonia su vocación:

«Si repaso toda mi vida, me doy cuenta de que todo lo que he hecho lo he hecho por amor, un amor que siempre he llevado dentro y que debía dar a los demás (a veces equivocándome, pero siempre intentando responder a esta tarea que sentía dentro), y ver los frutos de esto me permite entender que mi vida ha tenido y tiene un sentido, dar este amor».

Una vida dedicada a Cristo, el Amor de su vida, del que Matteo era el signo más potente, dedicada a entregar ese amor a otros. Como tú, Matteo, te has sorprendido dedicando tus días con una caridad de otro mundo a cuidar a Silvia hasta en los más mínimos detalles. La caridad es un signo inconfundible de lo divino en el tiempo.

Mendiguemos todos una vida y una muerte así. Hoy es un día de fiesta. Un día de nupcias.

Florencia, Santa Maria Novella, 1 de marzo de 2023