«Ya puedo usar con vosotros esta palabra: amigos»

El mensaje del presidente de la Fraternidad a los universitarios de Comunión y Liberación en España con motivo de sus ejercicios espirituales, celebrados del 24 al 26 de febrero

Queridos amigos, acabamos de conocernos hace poco más de dos meses cuando me encontré con algunos de vosotros en los Ejercicios del CLU en Italia, pero siento que ya puedo usar con vosotros esta palabra: amigos. Una palabra tan potente y al mismo tiempo tantas veces llena de temor, el temor a perderse uno mismo por apostar demasiado por esta amistad. En cambio, debemos decir que no hay otra razón más convincente para que os juntéis aquí hoy que ese significado que el Verbo –aquello en lo que todo consiste, aquello que cada instante de vuestra vida reclama, consciente o inconscientemente– ha querido atribuir a esta palabra. «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros» (Jn 15,12-17). Jesús no nos toma el pelo. A veces hacemos promesas con el deseo ingenuo de mantenerlas, con buena intención, y luego nos damos cuenta con pesar que no hemos sido capaces de hacerlo. Entonces la amistad se debilita y entra la sospecha, la desconfianza y al final la decepción. Jesús no. Jesús siempre mantiene sus promesas. No habría dicho esto si no fuera su palabra definitiva. De la amistad del Señor siempre podemos fiarnos. En una parte de un texto publicado en Huellas en el mes de abril de 1996, titulado La virtud de la amistad o: de la amistad de Cristo, don Giussani nos introduce en el motivo por el que podemos fiarnos de esta promesa. «Dios se ha hecho hombre en las entrañas de una mujer, hecho de aquellas entrañas: ha comenzado a balbucir y a la vez ha oído hablar, ha comenzado a sorprender, ha comenzado a atraer gente, ha empezado a hablar con Juan y Andrés, ha comenzado a hablar con Zaqueo y con la Samaritana. Ha acabado preguntando a un hombre si lo amaba. Y a través de la respuesta de aquel hombre se ha puesto en camino para conquistar la historia, para conquistar el mundo, ha iniciado una nueva historia en el mundo. A través de la respuesta de Simón Pedro, a través de aquel “Señor, tú sabes que te quiero”, a través de aquellas palabras y de aquel sentimiento se ha iniciado un nuevo camino en el tiempo, se ha iniciado una historia dentro de la historia humana, se ha iniciado una historia en el tiempo, una historia nueva en el tiempo. […] El Misterio hecho carne en el seno de aquella joven, en sus entrañas, se comunica día a día, durante todos los siglos, es decir, en toda la historia –comenzó a comunicarse entonces y se comunicará hasta el final de los tiempos– a través de lo visible. Entra en la experiencia como un factor de la experiencia humana habitual, por lo que cualquier experiencia humana, si se realiza con la conciencia de que Su presencia está “dentro” de esa circunstancia, se convierte en tocar con la mano, tomar por el brazo Su misma presencia; se convierte en un reclinar nuestra cabeza en Su hombro, como lo hizo Juan en la Última Cena; se convierte en oírle decir, mientras está allí sentado comiendo pescado por la mañana temprano: “Simón, ¿me amas?”. ¡El mundo entero debería amarte! Tú has elegido a quien te ame. ¡Me has elegido, a pesar de todas mis rebeliones, mis arrebatos, mis accesos de ira o de instinto! “Señor, Tú sabes que te quiero”. Decir: “Te amo” no significa alejarme de la relación humana, de la visibilidad de la realidad con la que me comprometo, con la que me estoy haciendo uno; no significa alejarme de la experiencia del instante para deslizarme en un tiempo sin tiempo, a causa de un rostro imaginario, a causa de una presencia en todo caso afirmada forzosamente, y decir: “Señor, Tú sabes que te quiero”. ¡No! En esta relación, en la relación con mi madre, en la relación con esta chica, en la relación con mi amigo, en la relación con mi enemigo, en la relación con toda la gente con la que me cruzo por la calle cuando voy en el metro, ahí dentro, dentro de la experiencia que estoy viviendo (la experiencia es un contenido de relaciones con cosas y personas), en esto yo Te reconozco como la consistencia de todo. ¡Tu rostro es la consistencia de todo! Y es el atractivo que puede permanecer en cualquier fragmento de carne, en cualquier fracción de realidad».

Queridos amigos, os deseo que siguiendo a los amigos mayores que estos días os guiarán en el camino de conocimiento del rostro de Aquel que hoy os elige, podáis vivir la experiencia que nuestro querido don Giussani quería compartir con nosotros. Nunca os habéis encontrado con él pero estáis aquí por el encuentro que habéis tenido con algunos que han cambiado por el encuentro con él. Por analogía, podemos decir que este es el corazón de la fe: el encuentro con Cristo que se nos dona mediante el testimonio de todos aquellos que día tras día, año tras año, siglo tras siglo, han sido revestidos por este cambio de vida originado por el encuentro de los dos primeros con aquel hombre: Jesús de Nazaret.

¡Buenos ejercicios!

Un abrazo.

Davide Prosperi