Monseñor Giuseppe Baturi en Catania (Foto Giovanni Palumbo)

La paz y las lágrimas del mundo

El secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana, monseñor Giuseppe Baturi, dialoga en su ciudad natal sobre el manifiesto de CL por la paz
Pietro Cagni

Lunes 6 de febrero. Me siento en el último asiento de la última fila. El teatro del Instituto Francesco Ventorino en Catania todavía está vacío, llegué temprano y habría podido tomar los mejores asientos para seguir "Peregrinos de la paz, peregrinos de la verdad", un encuentro organizado por Comunión y Liberación, la Fundación Ventorino, el Centro Cultural de Catania y la Fundación Santa Águeda. Pero cuando estás con una niña de cinco años, por muy buena y tranquila que sea, lo mejor es tener cuidado y estar atento para levantarse sin molestar demasiado. ¿Qué estoy haciendo con mi hija en una conferencia sobre la paz y la guerra en Ucrania? Todavía tengo en la cabeza el día que está a punto de acabar: el tráfico y el aparcamiento, los quehaceres del trabajo, la semana que acaba de empezar, con sus imprevistos, la siempre complicada organización diaria. El teatro se llena, empieza una canción de Claudio Chieffo. La conozco bien: he cantado y tocado La guerra un millón de veces. Pero ya ha pasado mucho tiempo: la actualidad la hace ahora más verdadera.

Mientras le paso galletas y zumo de frutas a mi hija, con la esperanza de que sea suficiente para que llegue a la hora de la cena, monseñor Giuseppe Baturi, arzobispo de Cagliari y secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana, ocupa su lugar en el escenario. Para muchos en Catania, y también para mí, es simplemente don Giuseppe. No sabía que, en la hora siguiente, iba a hacerme atisbar de nuevo, atractiva y convincente, esa manera absolutamente original de ver las cosas, esa mirada diferente a todas las demás, y a la que necesitaba volver. De hecho, no me había dado cuenta de cómo progresivamente me había distanciado de la guerra en Ucrania. No es que no me mantuviera informado, pero a lo sumo, de vez en cuando, podía reconocer en mis gestos un sutil sentimiento de culpa, el de los versos de Primo Levi: «Los que vivís seguros / en vuestras casas caldeadas», tú que tienes amigos y comida, que no te falta nada… No era algo en lo que pensara demasiado, no era útil hacerlo porque la vida sigue, que ya es mucho lío y nos interpela de muchas maneras.

El encuentro sobre la ''profecía por la paz'' en Catania (Foto Giovanni Palumbo)

Como me ha pasado otras veces, me he encontrado con alguien que no vive así. Se me ha ofrecido una forma viable de vivir de manera total. Como decía don Giuseppe, «estamos en un momento en que nos estamos acostumbrando, nos estamos cansando. Pero oremos, podemos orar. Si mi relación con Dios no tiene que ver con el sufrimiento de los demás, no es una relación con Dios». Con la franqueza y la radicalidad de quien no abarata las cosas, monseñor Baturi ofreció sus certezas e interrogantes que siguen abiertos. Sus palabras recogían los tiempos de la Iglesia, la sabiduría de los autores bíblicos y de los Padres, y los testimonios y gestos de los Papas y obispos de hoy. Así una conferencia sobre la paz se llenó de rostros, fechas, nombres y situaciones concretas. Empezando por las lágrimas en el rostro del papa Francisco el 8 de diciembre de 2022 en la plaza de España. Y yo no había oído nada al respecto, metido en quién sabe qué y Baturi comentó: «Si no lloramos, es inútil discutir, nuestro diálogo sobre la paz se convertiría en un tema geopolítico que basta con confiar solo a los analistas».

Mientras escucho a don Giuseppe, veo a mi hija jugar, dibujar, mantener la calma. Yo también siento que se abre una nueva posibilidad, en la que podré recuperar el vínculo entre mi fe, mi ser padre, las contradicciones de mi historia personal, los sufrimientos del mundo. Termina el encuentro y salgo a toda prisa del teatro: mañana hay colegio... Nos despertamos con la noticia del terremoto en Siria y Turquía. Insoportable. Será un alumno mío de segundo grado quien –sin saberlo– me explicará las palabras de Baturi, mostrándome una vez más «la paz misteriosa del Resucitado que nada puede vencer, ni siquiera la muerte», y una humanidad capaz de sentir el dolor del mundo sobre sí mismo, al escribirme: «Acabo de ver en las noticias a los niños que salen de entre los escombros sonriendo. ¿Hacemos una colecta para los niños turcos y sirios?».