(Foto Ansa)

«Abriré un camino hasta en el desierto»

Una aportación que nace del diálogo entre los responsables de los universitarios de Comunión y Liberación ante el suicidio de una joven en un ateneo milanés

Ante lo sucedido el pasado 1 de febrero en una facultad de Milán, donde una chica de 19 años se quitó la vida, no hemos podido evitar que se abriera paso una pregunta que nos ha arrancado de nuestra habitual distracción: ¿qué sentido tiene nuestra vida y la de esta chica? ¿Por qué vale la pena vivir?

Hemos leído muchos comentarios estos días, intentando explicar o justificar un acto que sin embargo, más allá de todas las interpretaciones posibles, sigue estando lleno de misterio. Con toda la discreción necesaria por una historia personal que desconocemos, podemos decir que las heridas de esta chica son sin duda nuestras mismas heridas. Podemos decir que su grito, expresado con un gesto extremo, es el mismo grito de nuestro corazón, es la manifestación exasperada de ese sentido religioso que define nuestro verdadero rostro. Mirando nuestra experiencia, esta falta de sentido suele coincidir con un vacío en las relaciones. Lo que falta no son simplemente explicaciones o soluciones a nuestros problemas, sino la presencia de alguien que nos acompañe en la vida.

Este hecho también nos provoca a la hora de hacer un juicio sobre la identidad y la vocación de la universidad. Sin duda, no será un modelo de universidad u otro el que resuelva el drama en que consiste la vida, pero podemos intentar recuperar la naturaleza de un lugar tan fundamental para nuestra maduración. Creemos que la identidad profunda de la universidad no consiste en una performance o en alcanzar ciertos resultados, sino en compartir la búsqueda del sentido de las cosas, en la posibilidad de encontrarse con maestros con los que abordar esta búsqueda y, por tanto, en la constitución de una conciencia libre.

Junto al dolor por un drama semejante, que sentimos como nuestro, no podemos dejar de sorprender también otra reacción: la gratitud por lo que ha sucedido en nuestra vida. En la universidad, en el encuentro con ciertas personas, nos hemos topado con una vida que está a la altura de lo que espera nuestro corazón. Una vida capaz de acoger y acompañar nuestras urgencias y preguntas. Hemos reconocido que esa novedad no es fruto del esfuerzo o de la capacidad de algunos, sino el signo de algo más grande: la presencia de Cristo que, a través del frágil rostro de una compañía humana, nos alcanza con la forma de una respuesta gratuita e imprevisible al anhelo de vida que vibra en nosotros.

La compañía de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza, para nosotros mismos y para esta chica: el abrazo misericordioso de Cristo, presente aquí y ahora, «queda como la última palabra, aun por encima de todas las negras posibilidades de la historia», decía con humilde certeza don Giussani. Y nosotros hoy lo confirmamos con él. Dios hecho hombre, muerto y resucitado por todos, tiene la “pretensión” de abrazar, con su Presencia, hasta el hecho más inexplicable, abriendo un camino incluso allí donde aparentemente solo habría desierto.

Comunión y Liberación Universitarios
9 de febrero de 2023