Bernardo Cervellera

La nueva frontera de la guerra

Crece la tensión en el Mar de la China meridional bajo la presión de Pekín. Taiwán lo vive con preocupación. ¿Llegarán a las armas? También allí son posibles pequeños gestos proféticos. Un misionero de Taipéi valora el manifiesto de CL
Bernardo Cervellera

Taiwán –y las islas del Mar de la China meridional– tal vez sean la nueva frontera de una futura Tercera guerra mundial “armada”. El papa Francisco ha afirmado muchas veces que nos encontramos en una situación de “guerra mundial a trozos”, con focos aquí y allá, y con varios países avivando el fuego que empuja hacia una guerra de bandos pero que luego se retraen de una implicación directa. Guerra “armada” es cuando todas las potencias intervienen. Y el Mar de la China meridional, una de las zonas marítimas más navegadas del mundo, interesa a China, Corea del Sur, Japón, Vietnam, Indonesia, Filipinas, Singapur, Malasia, Estados Unidos, Australia. Todos ellos reclaman el derecho a la libertad de navegación, pero en vez de dialogar con todos para garantizárselo a todos, China trata de enfrentar al mundo a hechos consumados. Por eso está conquistando y ocupando varios atolones (islas que en principio pertenecerían a Filipinas o Vietnam) e ignorando la jurisprudencia del derecho internacional al respecto.

La pretensión sobre Taiwán la justifican con el hecho de que en el pasado esta isla perteneció al imperio Qing. La cuestión es que fue cedida a Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue “intención” del vencedor (EE.UU) devolver Taiwán a la República de China, pero nunca hubo un tratado de cesión propiamente dicho. De modo que Taiwán se encuentra en una situación ambigua. Por un lado, abrazando el mundo y la economía liberal, se ha convertido en una democracia a todos los efectos, abierta al resto del mundo y en cierto modo autónoma, si no independiente. Por otro lado China, aunque goza de las inversiones económicas de los ricos taiwaneses, exige su reunificación y sumisión a la madre patria. Estos meses, este hecho se ha explicado diciendo que “Taiwán pertenece a China porque allí se come comida china”. ¡Pero entones todos los restaurantes chinos del globo tendrían que pasar antes o después a la soberanía de Pekín!

Sin duda, como dice el papa Francisco, para superar este impasse haría falta un diálogo sin condiciones previas y con amor a la verdad histórica. Pero de momento a ambos lados del estrecho de Taiwán se lanzan eslóganes nacionalistas, se incrementa la potencia militar y –como sucedió el pasado agosto– cientos de cazas chinos sobrevuelan la isla y las naves militares se entrenan cerca de la costa taiwanesa, lanzando misiles que caen próximos a las playas de la isla. La gente trata de no pensar en una posible guerra y se dedica a trabajar para ahorrar dinero de cara a una posible emigración. Pero también hay taiwaneses que tienen relaciones familiares o de amistad con chinos de la China popular, y trata de reforzarlas en la medida de lo posible. La Iglesia de Taiwán, que desde hace décadas ayuda a la Iglesia china, también sigue adelante con su obra de evangelización y de ayuda pastoral a las comunidades de tierra firme. Esta es una pequeña señal profética: la convivencia y el respeto mutuo es posible. A nosotros, misioneros extranjeros –a menudo indeseados por el Gobierno chino–, nos queda la oración por uno y otro lado del estrecho.