Aleksej Uminskij (Foto: Wikipedia)

Esta guerra podemos pararla

«Parece imposible influir en el destino del mundo. Pero tenemos el Evangelio». Párroco ortodoxo en Moscú, locutor televisivo y columnista, Aleksei Uminskij se confronta con el manifiesto de CL
Aleksei Uminskij

Su Santidad el papa Francisco ha invitado a los cristianos a acompañarlo en su profecía por la paz. Desde los tiempos del Sermón de la Montaña, ser constructores de paz se ha convertido en parte inseparable de nuestra profesión de fe. Con palabras de paz, con el canto de los ángeles que anunciaron la Encarnación –«Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor»– empieza la liturgia ortodoxa. La Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia, invita a todos los cristianos a la paz y a desear el bien. En la “gran letanía”, la súplica por la paz se encuentra hasta cuatro veces, y estas invocaciones se repiten después a lo largo de toda la liturgia. Pero ni siquiera esto, en la bimilenaria historia de la Iglesia, ha frenado a los cristianos, que han abrazado las armas y justificado la guerra aduciendo fines buenos y elevados. De vez en cuando los cristianos llaman «sagradas» a las fronteras de sus estados, «propios» a los territorios donde viven, olvidando completamente que «del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes» (Sal 24,1), y que el Señor no ha trazado fronteras en el mapa del mundo.

Su Santidad confía a los cristianos la tarea de buscar «una vía que ponga fin al terrible conflicto en Ucrania, que es una parte de esa “tercera guerra mundial tan cruel”». Pero estamos acostumbrados a que el destino del mundo esté en manos de los líderes políticos mundiales, de los «poderosos de este mundo», que suelen estar más interesados en resolver los problemas globales por la fuerza, con la guerra, a los que la vía propuesta por el Evangelio les suena ridícula e inadecuada. Acuden a mi mente las palabras de un santo obispo serbio, Nikolai Velimirovich, sobre Mahatma Gandhi: «En la persona del líder del pueblo indio, la divina Providencia exhorta a los políticos de todo el mundo, incluidos los políticos cristianos, a que se den cuenta de que en política también existen otros métodos, aparte de las intrigas, maldades y violencias. El método político de Gandhi es sencillo y evidente, no exige más que una humanidad que invoque a Dios y lo escuche; a las armas y a los ejércitos, Gandhi opone el ayuno; a las intrigas y violencias, la oración; a la disidencia política, el silencio».

A nosotros, gente común, nos parece que somos incapaces de influir en los destinos del mundo. Probablemente, a nivel global sea así, pero basta con prestar atención a las palabras del papa Francisco, que habla de la necesidad del diálogo, incluso aunque este diálogo «apeste», es decir, obliga a buscar compromisos posibles para instaurar la paz. En este caso tiene razón el proverbio ruso: una mala paz es mejor que una buena discordia. Las guerras no solo traen muerte y destrucción, siempre crean una terrible división entre las personas, multiplican el odio. La guerra nunca es una lucha entre el bien y el mal, siempre es un mal y a menudo un crimen. La guerra entre el bien y el mal se libra (es Dostoievski quien lo afirma) en otro campo de batalla, dentro del corazón humano. Y hoy esta guerra no solo la vemos en los campos donde se combate, sino también entre las personas más cercanas, entre los miembros de la misma familia, entre los fieles de la misma parroquia, entre la misma Iglesia.

Los que apoyan la llamada «operación militar especial», inducidos por la propaganda televisiva y por un falso patriotismo, y los que actúan para condenarla están a merced de un odio mutuo y de maldiciones recíprocas. Pero esta guerra podemos pararla. Tenemos las palabras del Evangelio que son capaces de curarnos y convertirnos en constructores de paz, al menos tendiendo una mano, iniciando un diálogo incluso con quienes parecen indignos, comprendiendo que con la guerra y el odio en el corazón no podemos entrar en la iglesia y participar en la liturgia. No es un camino fácil, requiere de cada cristiano un gran trabajo interior, paciencia, capacidad para acoger al otro a pesar de todo el horror de lo que está pasando. Por ahí empieza la construcción de la paz, la participación en la misión que el papa Francisco ha llamado profecía por la paz.