Mauro Lepori en Lausana

Lausana. «La flor que brota del “sí” de cada uno»

Por primera vez, la pequeña comunidad de la Suiza francesa organiza dos días de encuentros, exposiciones y testimonios para celebrar el centenario de don Giussani. ¿La receta? «Partir de nuestro corazón»
Patrice Favre

El 25 de febrero de 1976 es un día que el padre Mauro Lepori nunca olvidará: «Aún no había cumplido 17 años. Esa noche me invitó Luciano, un carpintero de mi pueblo que había venido de Italia con su mujer. Allí descubrí una humanidad nueva, inspirada en la pasión de don Giussani por Cristo. Así empecé a amar la Iglesia». El abad general de la orden cisterciense recordaba esto delante de 200 personas durante un encuentro organizado en Lausana el 19 y 20 de noviembre por el Centenario del nacimiento de don Giussani.

La presencia de Comunión y Liberación en la Suiza francesa
se remonta a hace mucho tiempo, pero nunca se había organizado un evento de este nivel, con conferencias, exposiciones y espectáculos. Una especie de mini Meeting de Rímini. «A veces se dice –y es cierto– que el movimiento es una historia grande. Este fin de semana se ha visto algo extraordinario, casi desproporcionado en comparación con nuestras fuerzas», afirma Giuseppe Foletti, sacerdote de la comunidad local. «Estos días han sido la expresión clara de la vitalidad del carisma de don Giussani», añade Tommaso Leidi, responsable del movimiento en Suiza.

La exposición dedicada a don Giussani y Giacometti

Sin embargo, hace unos meses todavía no estaba claro. La exposición prevista sobre don Giussani y el escultor Alberto Giacometti, uno de los mayores artistas del siglo XX, planteaba demasiados problemas y supuso un trabajo ingente, pero al final fue uno de los acontecimientos más grandes de esos dos días. Y pensar que el viernes por la noche sus responsables todavía estaban como locos montando los paneles, que reflejaban las reflexiones de Giussani y Giacometti sobre arte, belleza y realidad como si fuera un diálogo imaginario. «¿Pero cómo podéis relacionar a estos dos hombres? Giacometti ni siquiera era cristiano», comentaba una amiga sorprendida. La respuesta estaba ahí delante, en las frases expuestas. «Cualquier cosa que yo mire, todo va más allá de mí mismo y me sorprende», decía Giacometti. «Es como si la realidad se ocultara tras una cortina que continuamente se va rasgando… pero luego hay otra… siempre hay otra. Es una búsqueda sin fin». Cómo corresponde con lo que dice don Giussani sobre el vértigo que siente el hombre ante el misterio de la vida. «Yo, hombre, estoy obligado a vivir todos los pasos de mi existencia dentro de la prisión de un horizonte sobre el que se cierne, inalcanzable, una gran Incógnita». Y añade: «Es como si todo mi ser pendiera de alguien que está detrás de mí y cuyo rostro no pudiera ver nunca».

“Milagros” de este tipo son los que tuvieron lugar en Lausana. «No teníamos un plan previsto», explica Tommaso. Todo partió de lo más cercano que tenían, de sus deseos. Para unos el arte, para otros la educación, la literatura o el testimonio de una vida cambiada. Se fueron formando pequeños grupos que trabajaron durante meses sin saber exactamente lo que iba a salir. Pero para todos había un punto en común, una pregunta de la que partir: «¿Quién es don Giussani para ti hoy?». También eran conscientes de que la respuesta solo podía encontrarse dentro de la experiencia de una amistad viva. Por eso invitaron al teólogo español Javier Prades, el citado Mauro Lepori y monseñor Charles Morerod, obispo de la diócesis de Lausana, Ginebra y Friburgo. Junto a ellos, también participaron Silvio Cattarina, fundador de la comunidad El Imprevisto –que viajó a Lausana acompañado de dos jóvenes «perdidos y encontrados», como él los llama– y Julián Carrón, que participó en el encuentro dedicado al Miguel Mañara de Czeslaw Milosz, ese “don Juan” tan español y tan querido para don Giussani.



De hecho, este último encuentro ha sido otro ejemplo de la dinámica educativa que surgió preparando estos dos días en Lausana. Dos meses antes, no había nada previsto, no estaba nada claro. Un grupo de amigos leyó la obra de Milosz y lo que don Giussani dice al respecto en su libro Mis lecturas. ¿Pero cómo transmitirlo? La obra está descatalogada en librerías y el comentario de Giussani no está disponible en francés… Entonces surgió la idea: ¿por qué no reeditar el Miguel Mañara y añadirle el texto de don Giussani en francés? ¿Y por qué no leer en el escenario los pasajes más significativos?

El proyecto parecía imposible a primera vista, pero se hizo realidad en pocas semanas, a costa de noches insomnes y muchos esfuerzos. Yendo hasta el fondo de esa “insatisfacción infinita” que anida en el corazón de Mañara, el protagonista, exactamente igual que en todo corazón humano, Carrón nos recordó que «don Giussani no tuvo miedo de mirar esa insatisfacción a la cara porque existe una respuesta a la altura de ese abismo: existe un lugar».

Hay otras muchas cosas dignas de ser contadas, empezando por el trabajo increíble de los voluntarios. «Su disponibilidad era ilimitada, casi como si fuera una consecuencia natural de esta vida que hemos encontrado», cuenta Tommaso. «Como una flor que brota del “sí” de cada uno de nosotros».

En el escenario de Lausana, el padre Mauro estaba visiblemente conmovido al terminar su intervención. Poco antes había ido a visitar a su amigo carpintero, gravemente enfermo. En el espejo de su habitación, Luciano ha puesto una nota con la fecha de su encuentro: «25 de febrero de 1976». Al lado, otra frase: «44 años de gracia». Sí, porque, afirma el abad, «todo empieza con un encuentro que nunca deja de dilatarse en el tiempo. Lo que empezó ese día se ha hecho más verdadero».


A continuación, algunos testimonios de los que han organizado y participado en este evento

Lo que más me llama la atención de estos días y de todo el camino que nos ha traído hasta aquí es este amor que nos ha llevado a Jesús a través de don Gius y Carrón. Un amor tan grande que mueve montañas, mi montaña, y también el mundo. No he hecho otra cosa que seguir a los que veía totalmente fascinados y eso hacía nacer una belleza deseable también para mí. Cada uno con sus límites, pero cuando se hace evidente por qué uno dice “sí”, la belleza supera todos los esfuerzos. Una de las cosas más grandes que me llevo a casa es una frase de Silvio Cattarina: «A un chaval al que se le ha pedido tanto en la vida, tenemos que pedirle el doble que a una persona normal; si no, le estaremos tomando el pelo». Me impactó porque preparar y vivir el centenario de don Gius me ha exigido mucho, pero cuando mi corazón ha vuelto a tomar conciencia de Quién me lo estaba pidiendo, me he dado cuenta de que Él me estaba dando mucho más: un ciento por uno que superaba todas mis expectativas.
Virginia

Don Giussani vive y actúa en las personas cuya vida ha cambiado después de encontrar a Cristo a través de él. Como Silvio Cattarina, que nos recordaba que cada uno de nosotros nace con un corazón que está hecho para la eternidad, pero que aún no la conoce. Eso es evidente sobre todo en nuestros hijos, que necesitan padres y madres que les escuchen y acompañen para descubrir toda la profundidad de su corazón. Es lo mismo que don Giussani hizo y sigue haciendo con nosotros, mediante momentos como este fin de semana en Lausana. Si cualquiera de nosotros, desde los ponentes hasta el último en llegar, puede decir que ha encontrado un inicio de respuesta a la desbordante promesa de vida con que hemos nacido, se lo debemos a don Giussani y a su afecto a Cristo.
Claudio

A finales de septiembre participé en mi primer encuentro organizativo, donde me pidieron que me encargara del servicio de orden. Acepté sin saber la cantidad de horas de trabajo que iba a suponer, pero tenía amigos que estaban conmigo y que también lo estaban dando todo en esta iniciativa, así que decidí tomarme en serio la tarea. Vivir estos dos días por el centenario de don Giussani, implicándome sencillamente en todo lo que la realidad me pedía, me ha hecho redescubrir que esta es la única forma de experimentar toda la belleza que mi corazón busca en cada momento, y toda la gratitud que nace de ahí. Ver el cuidado y los detalles de quienes preparaban las exposiciones me ha ayudado a vivir ese momento más plenamente. Al mismo tiempo, ha abierto una pregunta casi por el “sentido” de mi estudio, de mi forma de estar en clase, hasta el último detalle de lo que tengo que estudiar.
Luis

Me propusieron preparar un encuentro para los niños en el marco del centenario. Mis amigos y yo pensamos en presentar la vida de un santo, por la forma en que don Giussani nos enseñó a encontrarnos con los demás a través de su humanidad, reconociendo su excepcionalidad. Elegimos a uno de sus preferidos, san Ricardo Pampuri. Al principio fue una labor ardua. Sin ilustraciones a mano y con una historia muy sencilla pero nada inmediata para un niño, empezamos a preguntarnos si sería lo más adecuado. Poco a poco, acercándonos a su historia, empezamos a ver que algo se movía en nosotros. A pesar de nuestra distancia inicial, san Ricardo nos iba adentrando en su forma de mirar, cada vez más verdadera. Dijimos: «¡Qué bonito sería si viviera en nuestra ciudad! ¡Los niños reconocerían su humanidad, tan diferente, y se pegarían a él!». Todas las objeciones fueron cayendo. Bastaba con mirarlo a través de los testimonios de las personas que le conocieron y contar su historia. Mi hija de trece años se encargó de las ilustraciones y la historia se convirtió en un pequeño libro ilustrado que presentamos. En esta experiencia, hay unas palabras de don Giussani que al principio no entendíamos pero se han hecho nuestras: «En la historia de la gran amistad cristiana, san Ricardo se revela como un hermano mayor, que muestra a nuestra vida, que inconscientemente desea la santidad, la raíz de lo que realmente importa, es decir, la pertenencia a Cristo, y la vida que se abre a partir de ahí, siguiéndole a Él».
Maria