Amigos mexicanos en la plaza de San Pedro el 15 de octubre

México. El instante ya no es una banalidad para nosotros

Casi 70 personas viajaron de México a Roma para participar en el encuentro con el Papa Francisco con motivo del centenario de Luigi Giussani. Aquí algunos testimonios
Amedeo Orlandini

«Desde el anuncio de la peregrinación para participar en el encuentro con el papa Francisco en Roma con todo el movimiento de Comunión y Liberación, en ocasión del centenario del nacimiento de don Giussani, un gran anhelo brotó en mi corazón, le pedí a Cristo poder participar junto con mi esposo, aunque había muchos obstáculos debido a su trabajo», cuenta Patricia, de Monterrey. «Finalmente el viaje fue posible y desde el inicio hasta el regreso a México fue una ocasión para vivir la experiencia de la Fraternidad, de reconocernos hermanos en el mismo camino, gozosos, con la misma certeza, y por consiguiente ayudarnos».

Fueron muchos los que, desde las comunidades de Ciudad de México, Oaxaca, Veracruz, Puebla o Coatzacoalcos, pudieron participar presencialmente en Roma; muchos otros pudieron igualmente participar siguiendo el evento desde sus casas o en grupos en las diferentes comunidades.

Finalmente, Patricia llegó con su esposo y demás amigos a la plaza de San Pedro, repleta de gente. «La música y los cantos hacían palpable en el ambiente la presencia de don Guissani, amante de la música, de la alegría. Se sentía su amor por estar con las personas, su fraternidad, él veía a Cristo en cada persona. Los testimonios compartidos me confirman las palabras de don Giussani: “El instante, desde entonces, no fue una banalidad para mí”».

Después de testimoniar su agradecimiento por el bien que don Giussani hizo a su persona, el Papa «nos recordó –sigue diciendo Patricia– lo importante que somos cada uno en la Fraternidad y nos pidió que seamos custodios de este gran don que nos ha sido dado, con el compromiso de vivir y llevar a nuestros hogares y a cada lugar que estemos, dando testimonio de que Cristo está vivo y actuando entre nosotros, con plena libertad y conscientes de la libertad del otro, y afrontando con valentía los retos del maligno, que intenta dividir. Para acabar diciendo que espera mucho más de nosotros».

Angelina vuelve dando gracias a Dios por haberle permitido formar parte de este evento. Aunque fue la última en inscribirse, tiene la certeza de que debe ser la primera en seguir esa «autoridad que asegura el camino justo y ese carisma que hace hermoso el camino» siguiendo el ejemplo de don Giussani, «su amor por la libertad y la responsabilidad de cada hombre y mujer». Para Redy, participar en este acontecimiento ha significado entre otras cosas que cayeran todas sus reticencias para inscribirse a la Fraternidad. Hablando con Flavia, una amiga de Puebla, decía: «Le expliqué lo que yo pensaba antes [de la inscripción a la Fraternidad] y lo que pienso ahora, que he experimentado esta compañía durante la audiencia en la plaza de San Pedro atendiendo al mensaje del Papa, con todos los allí presentes, incluyendo los testimonios de Hassina y Rose, así como en los diferentes gestos de nuestra peregrinación… Empecé a tomar conciencia de lo que me ha acontecido, el carisma que me ha elegido y se me ha dado, y a sentirme adherido a esta gran Fraternidad, deseando inscribirme a la misma, por lo que ya inicié el trámite».
También María Rosa, que participó con su esposo, dice que «en medio de la multitud y al hacernos uno con los cantos y una alegría envolvente, me preguntaba en mi interior: ¿qué mueve a tantos a estar aquí?, ¿qué hace posible toda esta belleza en orden y armonía?». Y volteándose hacia su esposo le preguntaba: «¿Sientes su presencia? ¿Te das cuenta de cómo está presente?», a lo que su esposo respondió: «¡es impresionante!». Ahora ella añade: «Con la llegada del Papa se revelaba en acto lo que aprendemos en la Escuela de comunidad sobre la coesencialidad entre carisma y autoridad. Vuelvo con una gran tarea personal en las palabras del Santo Padre».

El encuentro en la plaza de San Pedro siguió para algunos con la visita a la tumba de don Giussani en Milán y a “La Cometa”, en Como. De la visita a la tumba, Patricia testimonia que ante la mirada de don Giussani en aquella foto, «no podía separar mi mirada de su mirada, sentí en todo mi ser cómo mis heridas se disolvían, no tengo palabras para describir algo tan grande y desde lo más hondo una voz me decía: “Cristo vida de mi vida, Cristo vida de tu vida”».