El cardenal Angelo Scola (Foto: Catholic Press Photo)

Don Giussani y su amistad con Jesús

En el aniversario del nacimiento del fundador de Comunión y Liberación, el cardenal Angelo Scola le recuerda en el diario italiano Avvenire
Angelo Scola

Para hablar de la figura de don Giussani me resulta imposible prescindir de la primera vez que le vi. Era en torno a la Pascua de 1958. En aquellos tiempos, durante la Semana Santa, la comunidad cristiana proponía a los estudiantes de bachillerato de Lecco tres momentos de meditación para los que se suspendían las dos últimas horas de clase. Nos llevaban a todos a la basílica de San Nicolò para escuchar las meditaciones de sacerdotes que venían de Milán.
Entonces yo estaba atravesando una época de cansancio en mi pertenencia a la vida eclesial. Aunque seguía siendo fiel a la misa dominical y no había roto mis vínculos con la Iglesia y con la Acción Católica, me interesaban más la política o la literatura rusa o americana que la fe. Por tanto entré en la basílica pasivo, si no aburrido, y en el último momento. Don Giussani (su nombre lo supe después), erguido delante del micrófono, desarrolló el tema de su meditación: “La juventud como tensión”. Me sonó singular. Esperaba otra cosa, algo ya sabido: una serie de citas evangélicas que terminaran con las habituales recomendaciones éticas.
En cambio, Giussani hablaba de la libertad en acto, en tensión hacia el cumplimiento de las evidencias y exigencias que llevamos en el corazón todos y cada uno de nosotros. Es curioso que en Dar la vida por la obra de Otro, el libro que recoge las lecciones y conversaciones de los últimos Ejercicios de don Giussani a la Fraternidad de Comunión y Liberación, este tema retorne como el camino hacia un nexo sólido con la realidad (ontología) y hacia el descubrimiento de la auténtica moralidad que deriva de ello.
«Igual que para Jesús –afirma Giussani– la relación con el Padre representa el origen de su consistencia, para el hombre la moralidad nace también como simpatía prevalente, irresistible, hacia una persona presente, hacia Jesús. Por encima de todo –atracción, dolor y delito– prevalece el apego a Jesús» (cit p 37). Para Giussani la moralidad es una adhesión amorosa que genera auténtica amistad con Jesús y con Dios.
Esta premisa de carácter personal me permite entrar en el horizonte total de la propuesta de don Giussani. En estos tiempos puede ser muy útil partir de su carisma. Me limitaré a señalar los elementos que considero constitutivos. Desde 1954, cuando Giussani dio comienzo a su acción educativa con los jóvenes, su punto de partida fue la propuesta del encuentro personal con Cristo. Le oí repetir muchas veces que, desde el principio, su intención fue hacer existencial lo que había aprendido en la escuela de Venegono.
Preocupado por la grave ignorancia entre los jóvenes acerca del cristianismo y de la Iglesia, se dio cuenta de que se hablaba de Dios de una manera totalmente abstracta porque no se “veía” al Dios vivo que es Jesús. Nos llevó así a los de las primeras generaciones a explicitar, incluso públicamente, esta relación. No solo en la acción litúrgica y en la oración sino también, y tal vez sobre todo, en la trama de relaciones cotidianas con todos nuestros compañeros y con cualquiera que nos encontráramos.
Paradójicamente, este ímpetu misionero no encontró buena acogida al principio, ni siquiera en el mundo católico. De hecho, no fueron pocos los sacerdotes que nos acusaban de “sacar” a la gente del oratorio o que desaprobaban la opción de la educación mixta –propuesta a chicos y chicas juntos– pero sobre todo afirmaban que explicitar públicamente nuestra relación personal y comunitaria con Jesús impediría que los no creyentes se acercasen a la fe. Antes habría que crear un espacio neutro profundizando en problemas puramente humanos y solo después hablar de Jesús.
Este primer aspecto del carisma giussaniano puede arrojar luz sobre la prueba que los cristianos de hoy están atravesando en Italia. Sobre todo desde el fin de la segunda guerra mundial, con el declive de la conciencia de la naturaleza del hecho cristiano, también a nivel popular, que ha producido una ruptura entre la fe en Jesús como sentido del vivir y la acción cotidiana concreta. Puede decirse, resumiendo mucho, que se ha perdido el “por quién” vivo, amo, trabajo, descanso, contribuyo a la construcción de la comunidad cristiana y de la sociedad civil.
El otro factor del carisma de Giussani, muy unido al primero, consiste en la conciencia, explícitamente evangélica, de que la relación con Cristo, el Dios vivo, requiere la pertenencia a la comunidad donde se reconoce y se practica el hecho mismo de tener en común a la persona querida de Jesús.
Este es el sentido de la comunidad cristiana donde se vive la pertenencia a Cristo como condición indispensable para la mutua pertenencia. Si se pierde este dato, Cristo no es percibido en la experiencia como contemporáneo y queda relegado al pasado.
Entonces, como decía Lessing, una terrible fractura, que pasa de cronológica a sustancial, se establece entre Él y nosotros. Sin embargo, un acontecimiento –especialmente el del Dios vivo– solo se puede comunicar a través de otro acontecimiento. Si la Iglesia pierde de vista este dato elemental y se reduce a un conjunto de iniciativas, estructuras, proyectos diseñados sobre la mesa, el cristiano y la comunidad entera perderán el sentido de por quién se vive. Y más allá de la buena voluntad, la comunidad cristiana corre el riesgo de aburrir en lugar de atraer.
El tercer eslabón del carisma originario de Giussani es la conciencia de que el encuentro con Cristo, que llega a ser posible a través de la comunidad cristiana, está destinado por naturaleza a todos los hombres: es misionero. Basta recordar el peso reconocido a la presencia en los diversos ambientes. Se articula en las dimensiones de la caridad, la cultura y la misión. Siempre, cualquier gesto del cristiano debe llevar consigo el eco de estos factores. Si se mira sin prejuicios, sino con sencillez de corazón la naturaleza de este carisma se entenderá bien por qué el Espíritu ha podido generar, a partir del siervo de Dios don Luigi Giussani, la realidad de Comunión y Liberación, que en sus diversas expresiones ya está presente en numerosísimas diócesis de todo el mundo y, más allá de todos sus límites inevitables, sigue despertando en las diferentes culturas un atractivo por Jesús y por la Iglesia en muchos hombres y mujeres de todas las edades.

Angelo Scola es cardenal arzobispo emérito de Milán

Avvenire