Don Giussani (©Fraternità CL)

Don Giussani, ¿reformador o revolucionario?

Una vida entera dedicada a «mostrar la frescura y la fascinación original de la vida cristiana». Monseñor Camisasca recuerda al fundador de CL en el centenario de su nacimiento
Massimo Camisasca

Con motivo de este año conmemorativo de los cien años del nacimiento de don Giussani, comparto algunas reflexiones a partir del recuerdo que tengo de él.
Don Luigi Giussani fue sin duda un gran reformador. Aunque él casi nunca usó esta palabra, en realidad todo lo que intentó en su vida fue mostrar la frescura y la fascinación original de la vida cristiana. Descubrió que el cristianismo es un acontecimiento, es decir, el encuentro con una persona presente cargada de un atractivo misterioso capaz de mutar completamente la orientación de la propia vida. Quien se encuentra con Jesús se vuelve verdaderamente humano. Recibe una existencia cien veces más intensa y verdadera: en el ámbito del conocimiento, del afecto y de la realización de uno mismo.
A Giussani no podía bastarle un cristianismo reducido a un conjunto de verdades que creer o reglas que respetar, no le bastaba ni la doctrina ni la moral. Sin embargo, veía cómo la Iglesia de su tiempo había perdido esa capacidad original de presentar el hecho cristiano en toda la amplitud de su promesa. Para Giussani, Cristo era lo más conveniente para el hombre de todos los tiempos. «Los contenidos de la fe necesitan ser abrazados razonablemente, es decir, debe exponerse su capacidad de mejorar, iluminar y exaltar los auténticos valores humanos». Se trataba por tanto «de volver a anunciar el cristianismo como un acontecimiento presente, humanamente interesante y conveniente para el hombre que no quiera renunciar al cumplimiento de sus esperanzas y al uso sin reducciones del don de la razón». De esta manera Giussani, sin tenerlo programado por otro lado, ofrecía una visión y una experiencia propias muy originales siguiendo el rastro de aquellos que, durante el siglo XX, habían intentado sacar la propuesta cristiana de los recintos en los que la había enmarcada el individualismo burgués, el moralismo y el intelectualismo de cierta teología moderna.
La escuela de Venegono, donde Giussani estudió durante los años del seminario, le puso en contacto con Scheeben y Möhler, con Guardini y las corrientes más vivas de la renovación teológica y litúrgica del siglo. Por tanto, había que recuperar el camino por el que la vida cristiana se pudiera mostrar como algo profundamente hermoso, capaz de llenar la sed estética del hombre contemporáneo, pero al mismo tiempo poderosamente verdadero, capaz de responder a las expectativas más profundas de la razón. Giussani aceptó todos los desafíos de la modernidad sin ningún complejo de inferioridad, sin la más mínima duda de que el cristianismo podía mostrar su actualidad incluso ante las nuevas filosofías y los nuevos horizontes desplegados por la ciencia.
El fundador de Comunión y Liberación fue juzgado por algunos de sus contemporáneos, dentro de la Iglesia, como un revolucionario, alguien subversivo. Por el contrario, él tenía un sentido muy profundo de la tradición, pero no era un tradicionalista. Sentía la urgencia de redescubrir la tradición cristiana con toda su capacidad para iluminar el presente. Su reforma consistía en concentrarse en lo esencial. Dejar a un lado las formas caducas y transmitir el corazón vital del cristianismo. Eso consiste sobre todo en el conocimiento de Dios como Padre. Por eso Dios se hizo hombre, para mostrarnos a través de la vida del Hijo su paternidad, su misericordia, su voluntad de rescatar todas nuestras miserias para levantarnos.
Giussani fue un gran conocedor del hombre. Puso en el centro de su atención el descubrimiento de los dinamismos más profundos de la vida personal. Toda la acción del hombre persigue un bien que le atrae y al mismo tiempo percibe la imposibilidad de quedar totalmente saciado. Es el corazón inquieto del que hablaba Agustín. «Todas las imágenes llevan escrito: más allá», escribe Montale en una de sus poesías más citadas por Giussani. La cumbre de la razón es reconocer este deseo, siempre nuevo. A esa apertura de la mente y del corazón se dirige el anuncio sobrecogedor de que Dios es un hombre presente.
Recordando la figura de don Giussani en el décimo aniversario de su muerte, el papa Francisco decía de él: «Estoy agradecido a don Giussani por varias razones. La primera, más personal, es el bien que este hombre me hizo a mí y a mi vida sacerdotal a través de la lectura de sus libros y de sus artículos. La otra razón es que su pensamiento es profundamente humano y llega hasta lo más íntimo del anhelo del hombre».

Publicado en ilsole24ore.com